
En estos últimos meses ha habido muchas especulaciones acerca de si estamos empezando a ver brotes verdes -señales incipientes de recuperación económica- abriéndose paso entre los escombros de la recesión.
Eso puede ser cierto y, de serlo, realmente sería una razón para sentirse aliviados, si no incluso para un poco de celebración. Pero también nos sentimos intrigados últimamente por brotes verdes de otro tipo.
Creemos que, quizás estamos viendo señales incipientes de que la actual hegemonía política total de los demócratas, que ha sido una fuerza imparable desde la fecha en que Barack Obama tomó posesión del cargo y un Congreso demócrata ocupó sus escaños, podría empezar a ceder el lugar a un debate bipartidista más saludable.
¿Cuál es nuestra evidencia?
En primer lugar, los comentarios críticos del vicepresidente Dick Cheney respecto de asuntos de seguridad nacional que están teniendo una gran recepción en los medios de comunicación.
Y, segundo, que los californianos votaron abrumadoramente por bloquear una ronda más del desastre de un gobernador como Schwarzenegger que se dedica a imponer impuestos y gastar. Dos sucesos, por supuesto, no constituyen una tendencia, pero sin duda sería mejor para el país si lo fuera.
Discutir las ideas
La razón: todos saben que las ideas mejoran mediante una inspección enérgica, con escépticos debatiéndolas encarnizadamente, y por ser vistas y probadas por gente que las analiza desde ángulos diferentes.
Todos los integrantes de cualquier sector, incluyendo el Gobierno y la iniciativa privada, han estado en una de esas discusiones en las cuales la solución se vio mejorada no sólo por ser debatida, sino por incluirse en el diálogo a los que están en desacuerdo con ella. Todos han visto un proyecto que superó las expectativas porque, en algún punto del camino, un opositor a la idea exclamó: "Esperen un momento. ¿Es esto lo mejor que podemos hacer?"
La historia refuerza nuestro argumento
La desastrosa presidencia de Jimmy Carter de 1976 a 1980, con un desempleo por las nubes e inflación, y con políticas que estaban haciendo que el país definitivamente se saliera de su ruta, fue hecha posible por una mayoría congresional complaciente que sólo sabía decir "sí-sí-sí". A la larga, Ronald Reagan fue capaz de enderezar la situación, no sólo al implantar políticas republicanas, sino al formular también un nuevo enfoque acompañado por la decidida oposición demócrata.
En forma similar, los primeros dos años de Bill Clinton en la Presidencia, 1992-1994, no fueron ni de lejos tan exitosos como los últimos seis, cuando Newt Gingrich se convirtió en la punta de lanza para el vigoroso contrapunto del Partido Republicano a las iniciativas demócratas. La prosperidad sostenida de esa era, sin duda alguna, recibió la ayuda del profundo -léase feroz- debate que se libraba en Washington.
Por último, basta sólo con ver los primeros seis años de hegemonía de George Bush para comprender el lado negativo de una Administración monopartidista. Nuestros líderes en el Gobierno abandonaron todos los principios fiscales al dedicarse a gastar como ebrios en una licorería, y encima nos llevaron a una guerra difícil.
Alentar un debate real
Pero nuestro punto aquí no es repudiar a algún presidente específico. Es, más bien, subrayar las consecuencias de un liderazgo no disputado. Aunque es debatible, las más eficaces presidencias de Estados Unidos en los últimos 40 años han sido las de Reagan y Clinton y, sin la menor duda, ambos se beneficiaron del debate encabezado por sus leales opositores. Por eso nos sentimos tan alentados la semana pasada cuando vimos los comentarios de Cheney, publicados en muchas primeras páginas al lado de las palabras del presidente.
Las opiniones opuestas indudablemente mejorarán la conversación, y quizá incluso lleven a un resultado más eficaz y centrista. En cuanto a California, la votación reciente nos parece prometedora. Finalmente, después de años de irresponsabilidad financiera sin frenos del Gobierno federal, el pueblo está diciendo "ya basta". De hecho, el margen de 2-1 sugiere que los residentes de California están gritando y tratando de hacer que sus voces sean escuchadas.
¿Cuál es la lección para los gerentes?
Crear una cultura incluyente que aliente el debate real. El hecho es que puede ser tentador para los líderes acallar el ruido en sus organizaciones. El toma y daca hace que las cosas sean más lentas. Los que disienten se presentan, con demasiada frecuencia, en formatos desagradables. ¿Quién no ha conocido un tábano en la compañía que vuelve locos a todos con su afán de discutir sobre detalles?
Los gerentes, sin embargo, no pueden escuchar sólo a los que asienten. Sepa que usted está liderando un equipo o una organización, hágase a la idea de recompensar las mejores ideas, sin importar de dónde provengan.
Demuestre que el rango de la persona no importa tanto como la solidez de los argumentos que presente. Haga héroes de aquellos que se ponen de pie para defender puntos de vista impopulares. Y tolere a los excéntricos; de hecho, oblíguese usted mismo a escucharlos. Con frecuencia, su oposición al status quo está motivada por pasión y cariño a la compañía.
Ahora bien, empezamos esta tribuna con la sugerencia de que dos sucesos podrían indicar un pequeño movimiento hacia un mayor debate bipartidista en Estados Unidos. Pero incluso si estamos equivocados -y claro está que esperamos no estarlo- un punto persiste: toda empresa se beneficia cuando las ideas son reconocidas. La presión invariablemente aumenta el rendimiento.