Opinión

La meritocracia es un mito

  • La igualdad de oportunidades aún aparece como un objetivo muy lejano
La plena igualdad de oportunidades se antoja un objetivo lejano.

Llegar arriba social y económicamente a través de los méritos propios es hoy, en general, un mito. En primer lugar porque la igualdad de oportunidades sigue siendo y estando muy lejana, imposible. La brecha entre ganadores y perdedores no ha hecho sino ensancharse durante las últimas décadas en las sociedades occidentales, de suerte que se han generado sociedades más polarizadas y desiguales tanto en ingresos como en riqueza. El propio concepto de éxito también ha variado: "Aquellos que han llegado a la cima creen que su éxito es obra suya, evidencia de su mérito superior, y que los que quedan atrás merecen igualmente su destino", explica el filósofo de la Universidad de Harvard Michael Sandel, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2018 y autor del libro La tiranía del mérito (Debate).

En efecto, sin salir de nuestro país, nacer en familias de bajos ingresos condiciona las oportunidades de educación y desarrollo profesional y ello en mayor medida que en otros países europeos.

Según el economista Robert H. Frank, "el talento y el esfuerzo producen poco en ausencia de un entorno social bien desarrollado". Frank señala también uno de los efectos perniciosos de la meritocracia: "Las personas que pasan por alto la contribución a su éxito de un entorno propicio están menos dispuestas a apoyar las inversiones públicas necesarias para mantener dicho entorno".

Desigualdad social

Por su parte, la socióloga de la Universidad de Londres Jo Littler, autora de Against Meritocracy: Culture, Power and Myths of Mobility (Contra la meritocracia: cultura, poder y mitos de la movilidad), señala: "La idea de meritocracia se utiliza para que un sistema social profundamente desigual parezca justo cuando no lo es".

Sergio C. Fanjul ha escrito a este propósito las siguientes muy atinadas palabras: " […] bajo la idea meritocrática de que el que más se lo curre será el que más consiga: el camino hacia el éxito suele ser una lucha solitaria y en contra de los demás, que no tiene demasiado que ver con el progreso colectivo. Los medios de comunicación y los anaqueles de las librerías están llenos de ejemplos moralizantes de superación personal y manuales para la ascensión a la cima, muchas veces partiendo a pulso desde las condiciones más adversas".

La meritocracia tiene un origen tan voluntarioso como progresista, pues echaba al suelo el sistema aristocrático que ha dominado la mayor parte de la historia de la humanidad, ese en el que los privilegios se heredan de generación en generación. "Se permitió que las personas avanzaran no basándose en su crianza, sino en sus propios logros", dice el jurista de la Universidad de Yale Daniel Markovits, autor del libro The Meritocracy Trap (La trampa de la meritocracia).

En suma, a largo plazo la meritocracia no ha servido sino para acrecentar las desigualdades, que en los últimos años no han hecho sino crecer, y para paliar esas desigualdades es preciso insistir en aplicar una educación eficiente y rebajar a toda costa el desempleo. Algo que el presidente Biden pretende y que Robert H. Frank ha escrito así: "La mejor respuesta política a la desigualdad producida por la suerte es conseguir una mayor inversión pública, gravando más a los ricos".

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