
La protesta de las empresas catalanas contra el vandalismo que esa autonomía sufre puede calificarse de histórica, en primer lugar, por su alcance. No en vano la convocatoria de la patronal Foment fue secundada por cerca de 300 organizaciones.
Pero, sobre todo, debe valorarse el paso adelante dado por las empresas para llenar el vacío que las instituciones controladas por el independentismo han dejado en esta crisis. De hecho, resulta significativo el rechazo de la Cámara de Barcelona a adherirse al manifiesto final o el tibio apoyo prestado por el president Aragonès, más preocupado de no entorpecer un posible acuerdo de Gobierno con los radicales de la CUP. Frente a esta pasividad, los empresarios se han convertido en la única línea de defensa de la recuperación económica en Cataluña.