A las puertas del verano, los países de nuestro entorno con importantes sectores turísticos se afanan en ayudar a esta actividad. Francia se sitúa en cabeza con recursos movilizados por valor de 18.000 millones, destinados a inversiones directas, préstamos y exenciones de impuestos.
Más modesta es la cuantía relativa a Italia, 5.000 millones, pero debe destacarse el adecuado diseño de las políticas que pondrá en marcha. Es el caso de la creación de un bono de 500 euros, destinado a familias de bajos ingresos, para fomentar el turismo nacional. Este tipo de inyecciones directas de recursos resultan especialmente indicadas para una crisis de demanda como la actual, en la que la prioridad debe ser reanimar el consumo interno. No se trata de una mera subvención, sino que se identifica con un desembolso finalista, destinado a gastarse en hoteles y albergues italianos, en un momento crítico para ellos, debido al cierre de fronteras. La situación presenta la misma gravedad en España, pero la respuesta del Gobierno queda situada en el extremo opuesto. La llegada de visitantes extranjeros se dificulta más, imponiendo una cuarentena no consensuada en la UE, que ya suscitó una represalia por parte de Francia. En paralelo, el turismo doméstico carece de incentivos y sigue sumido en la incertidumbre sobre las posibilidades de desplazamiento y limitaciones de aforo en playas y locales.
El apoyo a este sector en España palidece en comparación con los recursos movilizados por Francia y por Italia
A todo ello se añade la ausencia de ayudas al sector, más allá de una limitada línea de liquidez específica y moratorias fiscales. Es un abandono inexplicable en un sector que supone el 15% del PIB (más que en Francia y en Italia) en un momento crítico, cuando los otros pilares de la economía, la exportación y el automóvil, afrontan serias dificultades.