
La imprudencia y la incompetencia del gobierno al autorizar todo tipo de actos de masas, seis días antes de decretar el estado de alarma, en la capital ha conducido a Madrid al triste liderazgo en cuanto a contagiados y fallecidos. Esa semana de movilidad sin restricciones nos ha costado a los madrileños demasiadas tragedias.
Por fortuna el confinamiento se decretó en toda España al mismo tiempo, lo que beneficiará al resto de CCAA, que se encontraban en fases más tempranas de la epidemia, y por consiguiente alcanzarán el aplanamiento de la curva de contagios con un recorrido mucho menos vertical. Esta decisión de confinar todo el territorio de forma simultánea es la mejor de las medidas del gobierno Sánchez, en un conjunto dominado por las sombras frente a escasas luces.
La imprudencia del Gobierno ha costado a los madrileños muchas tragedias
El confinamiento actual agotó sus bondades durante la pasada semana y, aunque disminuirán los nuevos casos de enfermedad, no parece probable que desaparezcan.
Desde mi punto de vista tiene tres puertas la salida del confinamiento, la realización de test, el calor y la vacunación. No creo que encontrar una medicación que mejore drásticamente el curso de la enfermedad sea una alternativa viable en los próximos meses.
Los tests realizados de forma masiva y sistemática permitiría identificar a los positivos asintomáticos, aislarlos y evitar que continúen facilitando la transmisión.
Tras pasar 15-20 días confinada la mayoría de la población, el resto (15-20% de los trabajadores de servicios considerados como esenciales) que continúan deambulando deben de ser la población diana a la que realizar los test (de PCR) y poder aislar a los asintomáticos positivos. Mientras tanto hay que mantener confinado al resto de la población.
La segunda puerta es la vacunación. Los laboratorios parece que cuentan con la experiencia y una estrategia científica, desarrollada en otras epidemias de virus, para encontrar la forma de que fabriquemos anticuerpos defensivos, sin tener que padecer la enfermedad.
Solo falta encontrar la vacuna, testarla y fabricar centenares de millones de dosis; se iría dando salida al medio a los individuos con inmunidad.
Por último nos queda el calor de la madre naturaleza. La puerta más segura, la que no depende de los humanos (ni del Gobierno). Cuando llegue el calor es muy probable que el virus atenúe su capacidad, reduzca su presencia y, al menos durante un período, desaparezca en determinadas latitudes.
La vacuna no existe aún, el calor tardará en llegar; lo más cercano son los test masivos, es la alternativa que el Gobierno debe buscar obsesivamente. Las tres soluciones se solaparán y proporcionarán soluciones parciales. Al tiempo que las puertas se hacen practicables se mantendrá el estado de alarma con sucesivas prórrogas, tras un confinamiento largo empezarían a gozar de libertad las generaciones más jóvenes, hablaremos de confinamientos selectivos, o desconfinamiento secuencial, para los grupos de población de riesgo; serán obligatorias medidas de protección individual (mascarillas), se limitarán las concentraciones numerosas, será una forma de vivir diferente.