
La presente semana será como aquélla en la que los mercados perdieron por completo la compostura que mostraban ante la crisis del coronavirus y entraron en pánico. El miedo alcanzó tal envergadura que abocó a la Fed a hacer historia, con una rebaja de tipos inesperada sin reunión previa, y a la publicación de multitud de planes y recomendaciones de todos los organismos internacionales.
Nada de esto será de gran ayuda, especialmente en el caso de los bancos centrales. Además de que se ha delatado la falta de coordinación en las instituciones, debe tenerse en cuenta cómo ha mutado la naturaleza de la crisis. Comenzó siendo un riesgo por el lado de la oferta, amenazando las cadenas de suministro; ahora, lo que está en juego es una perturbación de la demanda de consumidores e inversores. De nada servirá seguir anegando en liquidez a estos últimos, si carecen de incentivos para vencer su miedo y hacer que esos recursos salgan de sus depósitos. Corresponde a los Gobiernos armonizar medidas que incentiven el comercio y el consumo, especialmente mediante la reducción de aranceles e impuestos indirectos. También está en manos de los Ejecutivos no empeorar la situación de las empresas, con medidas fuera de lugar como las que anticipaba la guía de actuación que Trabajo publicó. Ninguna mejora cabe esperar de la creación de situaciones de excepción en la que los trabajadores evalúan unilateralmente los riesgos y decretan si una firma debe cerrar. Mucho antes que medidas inútiles y perniciosas de esa índole, son necesarias ayudas fiscales para afrontar los costes, totalmente imprevisibles, de las bajas y cuarentenas de sus empleados o las mermas a las que se enfrenta su actividad.