
Acabo de terminar la lectura de "A sangre y fuego", el libro del periodista sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944) sobre la Guerra Civil española, escrita antes de que finalizase ésta, y que –para muchos– es la obra de referencia sobre esta contienda.
La trascendencia de este escrito es la descripción, en once relatos, de un acontecimiento histórico por alguien –su autor– que lo vivió y sufrió directamente hasta el punto de tener que exiliarse, en Francia primero y en Gran Bretaña después, una vez que el gobierno de la República tuvo que abandonar Madrid y dirigirse a Valencia.
Y, bajo mi punto de vista, el texto de Chaves Nogales adquiere más valor al haberlo escrito sin haber concluido la guerra, es decir, sin saber aún qué bando iba a ser el vencedor, pero reconociendo que ello le era indiferente pues resultaría una siempre una imposición para aquellos insertos en el otro bando.
Para Chaves Nogales, en cualquier caso, la que saldría perdiendo sería España: "El resultado final de esta lucha no me preocupa demasiado. No me interesa gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras."
La característica principal del libro es su objetividad
La característica principal del libro es su objetividad. Si alguien está buscando una descripción real, profunda y sincera de los hechos que vivió nuestro país en los largos años de su contienda fratricida, éste es el instrumento adecuado.
Los once relatos de "A sangre y fuego" asignan por igual a uno y otro bando los horrores causados por cada uno de ellos desde la irracionalidad de sus postulados más extremos; no pretende el autor buscar la causa y el efecto en uno para trasvasarlo al otro; ambos fueron causa y ambos fueron efecto por sí mismos, sin necesidad del otro, sin necesidad de causa alguna más que la existencia propia. Cada uno fue su propia causa y cada uno su propio y pernicioso efecto.
Alegato contra la violencia, la guerra, la sinrazón y los extremismos de una y otra parte
En la descripción, majestuosa en términos literarios, de esta realidad radica la enorme grandeza de esta obra: alegato contra la violencia, la guerra, la sinrazón y los extremismos de una y otra parte, resulta atemporal en sus enseñanzas.
Esta "ecuanimidad" de Chaves Nogales, a la que se ha referido Arturo Pérez Reverte cuando ha comentado sus escritos, desmiente la "equidistancia" que –por muchos– se achacó y se achaca (hoy menos, afortunadamente) al autor de esta obra de referencia.
Un libro que, precisamente por ello, es clave para conocer y valorar adecuadamente uno de los episodios históricos más recientes de nuestro país y que, todavía hoy, marcan seriamente el devenir del mismo, como lo demuestra el hecho de los posicionamientos todavía exacerbados de nuevos partidos políticos reivindicadores de postulados propios de una extrema derecha de otro tiempo.
Esta obra, cuya lectura debiera ser compartida (algunos dicen que, al menos, de su prólogo; yo diría de su completo contenido) –y comentada- por todos nuestros jóvenes, otorga página a página a quien la disfruta un sinfín de conocimientos, razones y argumentos para denostar todo tipo de violencia y de irracionalidad.A su vez, es útil para huir de todo tipo de extremismo en cualquier tipo de posicionamiento ideológico o político, pero también vital.
En este sentido, el libro de Chaves Nogales invita al convencimiento de que este tipo de posturas sólo pueden conllevar a una falta plena de razón incurriéndose, así, con facilidad en el error fatal de una creencia en la propia y exclusiva verdad absoluta y del desprecio al conocimiento de lo plural y relativo de las diversas realidades de nuestro mundo y de su plural sociedad: la verdad no me pertenece, también es del otro.
Las múltiples y perniciosas consecuencias del devenir de los extremismos, de la irracionalidad en su suma, se recogen, a modo de enseñanza, en cada una de los relatos del libro de Chaves Nogales, y son enseñanzas que, pese al tiempo transcurrido desde que fue escrito, tienen hoy todavía plena vigencia y, por ello, han de trasladarse a nuestros jóvenes, a los que harán presente de nuestro futuro.
"Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar"
Tienen éstos que conocer que los extremismos conducen al desarraigo de gran parte de la sociedad, acallada ésta - o directamente desplazada- por el temor o la acción directa de aquellos: la idea del exilio que, como el propio Chaves, Picasso, Machado y tantos otros, sufrieron gran parte de nuestros compatriotas es la manifestación máxima de esa realidad: "Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes".
Tienen que aprender también nuestros jóvenes que tanto la violencia como el abuso de poder deslegitiman a cualquier poder que originariamente pudiera ser legítimo. Tristes ejemplos de ello no faltan en la historia más reciente de nuestro país, pero es brillante la alocución a ello que pone Chaves Nogales en el personaje de Pepita cuando, ante la barbarie de los incontrolados republicanos de "La columna de hierro", despierta al brigadista británico Jorge de su romántico ideal de lucha con estas palabras: "Esos que tú llamas el pueblo es una banda de asesinos. Estás con los tuyos. Por ellos has venido a luchar románticamente. ¿Qué? ¿Te encuentras a gusto entre ellos? ¡Yo sí! ¡Yo los encuentro admirables! Pero no porque crea estúpidamente que van redimir a la humanidad ni porque los considere capaces de otra cosa que de asesinar y robar, sino precisamente por eso, por su fuerza destructora, porque sé que ellos mismos son los que van a acabar con todos vosotros, con vuestra república y vuestra democracia."
Se debe aprender que la violencia no conlleva más que la destrucción de todos los valores que a la sociedad ha costado tanto esfuerzo procurar. El relato titulado "El tesoro de Briesca" narra, por medio del personaje de Arnal a quien el gobierno de la República le encomienda "salve usted todo lo que buenamente pueda", la realidad de las pérdidas de elementos patrimoniales y culturales que conllevó el conflicto.
Pero, quizás, la mayor pérdida fue la de todos aquellos hombres y mujeres que vieron sesgada, en perjuicio de la humanidad, su trayectoria por la violencia de la guerra (Miguel Hernández, García Lorca, etc.): "Cada día le parecía más absurda y sin sentido su tarea. Correr de un lado a otro afanosamente para salvar una tela pintada, una piedra esculpida o un cristal tallado a través de aquella vorágine de la guerra y la revolución se le antojaba insensato ¿Para qué? Cuando la vida humana había perdido en absoluto su valor, cuando los hombres morían a millares diariamente, cuando una generación entera caía segada en flor, cuando veinte millones de series pertenecientes a una raza vieja en la civilización se precipitaban a la barbarie de las edades primitivas, ¿qué sentido podía tener ni el arte, ni los testimonios de un glorioso pasado, ni todos aquellos valores espirituales por cuya conservación se desvelaba?... "
Nuestros jóvenes tienen que conocer que la fuerza, la violencia, desplaza todo ideal de justicia
Igualmente, nuestros jóvenes tienen que conocer que la fuerza, la violencia, desplaza todo ideal de justicia, desplaza toda razón y desbanca todo derecho; valores todos ellos prototípicos de una sociedad avanzada: una sociedad política que, como rezaba ya en nuestra Constitución de 1812, no tiene otro fin que el bienestar de los individuos que la componen.
El asalto a la cárcel de San Román, ejecutado en represalia por los bombardeos indiscriminados contra la población civil de la capital y la frustración que suscita la imposibilidad de impedirlo, es un episodio reiterado en la Guerra Civil (ahí están los casos de Bilbao, Guadalajara, Madrid, etc.) y elocuente en el relato "Massacre, massacre" dentro la obra de Chaves Nogales: "–¡Massacre!–dijo una voz sorda a la espalda de los jefes. Entraron aprisa. En el cuerpo de guardia el responsable de la prisión se declara impotente para contener a los de fuera y desconfía de los de dentro. – ¡Es inevitable! ¡Es inevitable! -decía-. Pasarán por encima de nosotros si nos oponemos."
La situación en nuestro país no es ni tanto ni como la del año 1936
A día de hoy, por fortuna, la situación en nuestro país no es ni tanto ni como la del año 1936, pero lo cierto es que un "exceso de olvido" en nuestros jóvenes o un "defecto de historia" en ellos, puede conducir, sino a situación similares a aquellas, sí a otras indeseables.
Ahora que tanto se habla de que hay que olvidar el pasado, quizás lo que habría que hacer es estudiarlo y pensarlo con rigor, como hizo Chaves Nogales, que –pese a su ideología– estuvo y se mantuvo siempre en la más justa ecuanimidad ante la injusticia y la sinrazón compartida. De ahí la trascendencia de su obra, mantenida –y creciente– hoy, más de ochenta años después.
Esa idea de ecuanimidad ha de seguir presente hoy pese a que no estemos en la España del 36, pues no olvidemos que al 36 no le faltaron precedentes ni en tiempo ni en hechos.
Hoy, que estamos viviendo la aparición de nuevos escenarios políticos exacerbados en sus idearios, excluyentes en sus postulados, radicales en sus proclamas y que reviven del pasado, sólo aquellas partes se sienten magnánimas, pero silencian todos los hechos –mucho menos magnánimos y ciertos más funestos- que las acompañaron, y que tan bien relata y describe Chaves Nogales en su obra.
Obra que quizás esos mismos debieran leer (o releer, si es que la hubiesen leído apresuradamente) para pensar si quieren vivir en una sociedad en que los extremos, la sinrazón y la falta de humanidad ponen en riesgo lo que entre todos hemos tardado y ha costado tanto construir, que es una sociedad democrática, tolerante, de razón, inclusiva y de todos. Una sociedad que ha de ser, como Chaves Nogales, ecuánime, en una palabra.