
La Cumbre del Clima COP25 que se está celebrando en Madrid nos da la excusa perfecta para profundizar en el estudio, consecuencias, soluciones y oportunidades del cambio climático.
No soy un experto en cambio climático. De hecho, los que nos dedicamos a la tarea de invertir el dinero de nuestros clientes no solemos serlo de nada en concreto. Por ello, es imprescindible la formación caso a caso. Sin embargo, en los últimos años a los clásicos parámetros que estudiamos en una empresa antes de invertir, se han sumado los criterios ESG (ambientales, sociales y de buen gobierno, por sus siglas en inglés). Aquí estamos en un terreno nuevo (o no tanto), excepcional, ya que está llamado a permanecer, no habrá sector que no deba entenderse con estas variables.
La realidad futura no se podrá comprender sin el factor de sostenibilidad
La realidad de los próximas décadas no podremos entenderla sin entender las emisiones de las empresas, su gasto energético, su circularidad; como tratan y cuentan con los mejores empleados posibles y bien motivados; como preservan la privacidad de los datos de sus clientes; para terminar con lo más obvio: quién, cómo y de qué manera las gestiona.
Desde que en Paris-COP21- se firmara un acuerdo marco para no sobrepasar los 2 grados Celsius en 2050 (comparado con el periodo preindustrial) e incluso quedarnos por debajo de 1,5 grados, lo cierto es que las grandes pautas de emisiones no han cambiado, sino todo lo contrario. No sólo no se observa un punto de inflexión, si no que en 2018 se han alcanzado las 55GT de emisión anual de CO2, lo que provoca el aumento de la concentración de gases de efecto invernadero (no olvidemos que el CO2 es el principal componente, pero no el único).
Nos hemos puesto deberes: ¿Qué hay que hacer para cumplirlos?
Como señalaba antes, el objetivo máximo de 2 grados está fijado (cualquier modificación hacia 1,5 criterios más exigentes). Toca centrarnos en lo que debemos hacer. Resolver la ecuación supone asumir que el reto implica emisiones netas cero en 2050 y la labor para solucionarlo implicaría invertir 50 billones de dólares hasta 2050, lo que equivale, en términos medios anuales a la inversión total en un año de la economía estadounidense.
La industria inversora debe integrar los criterios climáticos en sus modelos de gestión
La energía en su conjunto supone un 60 por ciento del volumen emitido de CO2, a través de sus distintos usos, como generación, transporte, vivienda, etc. No cabe duda que atacar este flanco es fundamental para el objetivo perseguido. Para ello, la generación con energía renovable, la sustitución de los vehículos de combustión y la utilización de los biocombustibles son tres palancas que ayudarán, o ya ayudan en este proceso. Junto a ellas se observan, aún en fases más tempranas, las tecnologías ligadas al hidrógeno y los desarrollos de las capturas y almacenamiento de CO2.
Las energías renovables más importantes en este momento y, sobre todo, en el futuro más próximo, son la eólica y la solar. Las renovables son fundamentales si queremos que la transición de los vehículos de combustión a los eléctricos se produzca.
Fuera de lo que es generación, pero muy ligado a la transformación del automóvil están los biocombustibles.
Sin embargo, las renovables y sus alternativas junto a los biocombustible para el transporte no nos dirigen por si solas a los 2 grados máximos buscados en 2050. Existen procesos industriales y de extracción de materias primas que difícilmente pueden evitar el uso de energía fósil. Por ello el hidrógeno y los procesos de captura de carbono aparecen como elementos necesarios. Pero será necesaria la maduración del llamado hidrógeno verde, en cuyo proceso de producción intervienen energías renovables, para cerrar el círculo de forma óptima.
El rol del sector financiero es financiador, pero también inversor. Cuando hablamos de cambio climático, parece que el sector financiero tiene un papel menor. Sin embargo no es así. Los gestores de patrimonios tenemos el deber de entender los riesgos y también las oportunidades nuestras inversiones.
Por otra parte, no debemos perder de vista los derechos de emisión de carbono. Los llamados ETS son el coste que pagan ciertos sectores por poder emitir y que pueden ser comprados y vendidos en el mercado por empresas que emiten más o menos.
El sector financiero debe ser un actor fundamental. Tiene que integrar los criterios climáticos en sus modelos de decisión y tiene que exponer ante sus clientes los riesgos que supone para sus inversiones, pero sin obviar las enormes oportunidades. Y es que estamos ante una de las mayores revoluciones de los últimos siglos y por tanto, hemos de estar preparados. La COP25 es una buena ocasión para recordarlo.