
De pronto, se ha convertido en un planteamiento que pasa a tener un gran atractivo -por lo que tiene de consecuencias electorales-, como sucede con las pensiones o antaño con las condiciones para el servicio militar.
En estos momentos se ha planteado: ¿por qué Teruel no debe ser un ámbito local tan cómodo e importante como Valencia o por qué las brañas del Concejo de Salas se despueblan y, simultáneamente, desaparecen así párrocos, bares, escuelas, y quedan sin atenciones y comodidades unos poquísimos habitantes restantes? ¿Por qué toleramos que persista eso? Y al observar la nueva realidad de una parte del territorio español, se comprueba que ha desaparecido la población rural, que en gran parte ha emigrado hacia otros lugares para vivir. Hace un siglo, se dirigían muchas de esas personas hacia América; pero también surgió otra realidad demográfica en España. En los lugares donde, como consecuencia del proceso industrializador, se avanzaba en ofertas laborales de mayores ingresos -concretamente eso ocurría, por ejemplo en Cataluña, en las provincias vascas, o en Asturias- la emigración hacia esas zonas tenía una importancia creciente.
Y asimismo, existía otra muy fuerte para Madrid, por la importancia creciente del auge del sector servicios en la capital de España. Concretamente en Cataluña, al coincidir con el inicio de un creciente planteamiento separatista, se pasó a temer que esta inmigración pudiera frenar el auge del catalanismo, y por eso se denominaba esa alteración creciente de los porcentajes de catalanes y de inmigrantes en otras regiones, como un problema. El dato se puede comprobar en dos aportaciones, efectuadas ambas en 1935, por aquel estadístico y economista Vandellós, que publicó ese año Catalunya, pobre decadent, seguido inmediatamente de otra obra: La inmigració a Catalunya, dentro del panorama que se señala sobre la vida de Vandellós, por Jordi Pascual Escabis, en El Institut b´investigacions econòmiques. Jose Antonio Vandellós Solé (1899-1950). La filiación política de Vandellós queda clara en esta aportación.
Pero este fenómeno de inmigraciones se amplía desde el inicio del fuerte desarrollo que ha tenido España a partir de 1959, y coexiste con una situación que puede calificarse como derivada sistemáticamente del mismo planteamiento, sucedido en otras economías. La superficie española es muy amplia, por lo que se refiere a los terrenos dedicados a la producción rural. Actualmente la superficie agrícola total utilizada es de 23,2 millones de hectáreas, dividida en 15,6 millones de tierras labradas y 7,6 de pastos permanentes. Pero antes de que se produjese el fuerte desarrollo iniciado a partir de 1959, el mundo rural vivía en condiciones que hay que calificar como penosas. En esas zonas, como consecuencia de bajísimos niveles de renta -las salariales, de las propias explotaciones, las derivadas de la existencia de latifundios, vinculadas, normalmente, a los malos resultados que daban origen a planteamientos de reforma agraria- , se creó una doble situación. La rebelión social, violentísima en tal grado en muchas regiones, que fue calificada como un espartaquismo agrario, especialmente en Andalucía y Extremadura. ¿Es necesario olvidar la existencia de un ensayo titulado El bocio y el cretinismo o el fenómeno que generó esta situación con los sucesos de Casas Viejas, o el impacto que se derivó del conocimiento nacional de cómo se vivía en las Hurdes? La violencia en multitud de zonas campesinas parecía algo inherente a nuestra vida social y económica. Pero a partir del inicio del desarrollo, precisamente por la marcha de una mano de obra que tenía bajísimos salarios, hacia las zonas de desarrollo industrial y de los servicios, provocó una alteración en la función de la producción agraria española. Sencillamente, se sustituyó el factor trabajo por el factor capital. Surgió la llegada de maquinaria agrícola, de energía, de obras de regadío, de búsqueda de mejoras técnicas, y esto naturalmente determinaba que quienes manejaban todo esto, como tenían que competir con los salarios de las zonas industriales, exigían para permanecer en el campo, tener niveles de ingresos que no se pareciesen en nada a los anteriores. Pero además, hacia el campo, llegó un impacto que había pronosticado Flores de Lemus y ampliado Manuel de Torres: una demanda por parte de la población de las zonas industriales y urbanas creciente con fuerza de productos derivados de la ganadería. El choque entre la ganadería y la producción vegetal, que había sido fortísima y denunciado por Jovellanos, como consecuencia de los privilegios de la Mesta, volvió a surgir, pero no por vía de decisiones regias, sino por la acción del mercado. Además de ello, la ampliación forzosa de las explotaciones a causa de las inversiones de capital mencionadas, explicó que los latifundios podían ser muy convenientes. Piénsese, en lo que se señalaba en los programas políticos de los partidos de izquierdas hasta 1936 sobre la reforma agraria y véanse en lo que ha quedado eso en la actualidad.
Una subida de impuestos no ayudaría al campo y generaría una caída de la economía
Es una auténtica revolución la sucedida, pero además, las explotaciones agrarias han experimentado otro apoyo, iniciado en 1938 con la aparición del Servicio Nacional del Trigo y que hoy están derivadas del planteamiento de la UE, a través de la PAC; y así la escalofriante ley de King se ha combatido con fuerza, desapareciendo por ejemplo, aquella situacion dramática que tuvo el campo castellano como consecuencia de unos disparates -por ignorar esa ley- de Marcelino Domingo, al iniciarse la II República.
Mas, naturalmente, otro aspecto de esta evolución es lo sucedido en el ámbito de la industria y de los servicios. En estos momentos la cifra de negocios de las empresas del sector industrial se situaba, en 2016, en más de 500.000 millones y más de dos millones de personas trabajan en este sector. Pero además el sector servicios, que en 2016, en el caso de las empresas de servicios de mercados no financieros pero excluido el comercio, alcanzan prácticamente la cifra de 500.000 millones y ocupan a más de seis millones de personas. Todo esto que afecta a la industria y a los servicios tiene lo que se podría denominar un centro fundamental de localización, las zonas urbanas, que han pasado a ser la residencia de multitud de personas que, anteriormente vivían en las zonas rurales, y que tienen que ser atendidas presupuestariamente, de modo adecuado, un hecho que surge de los llamados planteamientos de los servicios sociales. Este conjunto es el actual de España, y lo hace posible nuestra apertura al exterior, avances científicos y tecnológicos, y una especie de triunfo de la economía de mercado, que incluso tiene apoyo en la Constitución de 1978.
Resultaría intolerable utilizar recursos públicos para repoblar las zonas rurales
Ante esa realidad, lo que se ha planteado con eso de la España vacía es una especie de decisión de que el gasto público compense, de manera que tendría que ser colosal, a la población que no participa en el abandono provocado por todo lo señalado, y que afecta a gran parte de la superficie española, especialmente a la que estaba vinculada con actividades rurales, que conviene señalar que no han desaparecido, y que, incluso, forman parte de aspectos notables de nuestra exportación. Si se decidiese crear esas condiciones de repoblación a través de construcciones, servicios especialmente atractivos, ventajas fiscales extraordinarias para compensar lo que el mercado había decidido, se generaría automáticamente una crisis en el sector público, sencillamente intolerable por los planteamientos exigidos para que España se encuentre en la zona del euro. Y si, por otro lado, se decidiese equilibrar el presupuesto con fuertes impuestos, la curva de Laffer nos indica que se generaría una caída en la creación de PIB. Y si, a pesar de todo, se orientase el gasto público en esa dirección de repoblar con cifras colosales la España vacía, nos encontraríamos con que dejaría de haber fondos para la educación, para la sanidad, para la investigación científica y tecnológica, para nuestra adecuada presencia exterior, y para las infraestructuras de transporte y comunicaciones, todo lo cual generaría frenos al conjunto, no ya económico, sino también social.
De todo lo dicho se desprende que, muy probablemente, ha pasado a ser urgente no ese planteamiento que se ha hecho de la España vacía, sino el de reorganizar administrativamente España; probablemente será necesario alterar situaciones provinciales, reorganizando quizá esa creación del siglo XIX; replanteando también muchas realidades actuales, como es el papel que deben tener, o incluso ampliar, las Diputaciones Provinciales; también los planteamientos básicos electorales, o las fronteras globales de las autonomías, etc. Debe pensarse para esa España vacía, que la Revolución Industrial lo ha cambiado todo; que España vivió, en grandísima parte de su territorio, buscando modelos de desarrollo que, efectivamente, mantenían ese peso en zonas alejadas de la industria y los servicios. Cuando se las examina, nos encontramos con que el modelo de muchísima parte de España estaba moviéndose todavía en aquellos planteamientos que eran los expuestos por Columela en su famosa obra De re rustica . Pero este cambio que se señala en España, ha de contribuir, simultáneamente, a que valores creadores de esa realidad que es España, se mantengan. Es absolutamente preciso olvidar de una vez a Columela y en cambio tener en cuenta el ensayo de Luis Fernando Álvarez-Casado, José Molero y Juan Mulet, Reindustrializacion de España: Industrias L.O y Ecosistemas (Foro de empresas innovadoras 2019), y recordar lo que Lucas Mallada señaló para siempre, en aquel momento en que no había España vacía: la necesidad de cambiarlo todo muy a fondo, en su famoso ensayo Los males de la Patria, como así ocurrió. Para eso tenemos 3,3 millones de empresas, de las que 2,0 millones son del sector servicios, y que residen ,en gran parte , en áreas urbanas.