
Tras una jornada electoral desarrollada con bastante normalidad, salvo un par de incidentes aislados, las urnas se cerraron puntualmente en el horario previsto.
Y fue a partir de entonces cuando empezaron a saltar casi todas las alarmas. La preocupación no estaba en el recuento, descartada totalmente cualquier sospecha de fraude, sino en las ajustadas diferencias que iban jalonando el recuento de los votos.
A contracorriente de las encuestas, que daban prácticamente por ganador y con un amplio margen, a Luis Lacalle Pou, el resultado era sumamente estrecho, a tal punto que de una forma totalmente errónea tanto las empresas encuestadoras como muchos medios de comunicación comenzaron a hablar de un "empate técnico".
¿Por qué de forma errónea? Porque en una elección no hay empate técnico posible. Siempre debe haber un ganador, aunque sea por un solo voto. Estadísticamente, podría darse el caso, muy remoto por cierto, de que los dos candidatos en liza más votados tuvieran el mismo número de apoyos, pero eso no sería un empate técnico, sino un empate a secas. En Uruguay, Daniel Martínez, el candidato del Frente Amplio, obtuvo casi 30.000 votos menos (el 1,2 por ciento) que Lacalle, candidato del Partido Nacional y apoyado por el Partido Colorado y otros tres partidos minoritarios.
La Corte Electoral ya finalizó el escrutinio, pero al haber unos 90.000 votos entre observados y nulos, postergó su decisión hasta contabilizar todos los sufragios pendientes. Para cambiar el signo del resultado, el Frente debería volcar a su favor la mayor parte de todos ellos, algo bastante difícil de imaginar. En base a esta creencia ,Lacalle proclamó su victoria, mientras Martínez se niega a reconocer su derrota. Habrá que esperar hasta el viernes para que la máxima instancia electoral del país proclame al ganador.
De confirmarse el resultado se pondrían fin a 15 años seguidos de gobiernos frenteamplistas, dos mandatos de Tabaré Vázquez y otro de José Múgica. A diferencia de la mayor parte de sus pares latinoamericanos, la iz-quierda uruguaya supo eludir eficazmente la trampa populista y mantuvo una coherencia difícil de encontrar en otras latitudes. Pese a ello, la cercanía de una parte importante de sus bases con el proyecto bolivariano comprometió la política exterior del país.
Internamente, las políticas públicas desarrolladas por los gobiernos frenteamplistas fueron capaces de conducir al país por derroteros equilibrados, escapando incluso de las crisis de los dos grandes colosos que lo flanquean, Argentina y Brasil. En ese contexto, Uruguay supo encontrar un camino autónomo, lo que fue reconocido por el electorado en los comicios anteriores.
A diferencia de otros países de la zona, la izquierda uruguaya eludió la trampa populista
Sin embargo, 15 años sin alternancia son mucho tiempo, por más que no exista la reelección consecutiva. Los fuertes liderazgos de Vázquez y de Múgica, que representan a dos sectores diferentes dentro del Frente, taponaron cualquier opción de renovación. Así fue como la candidatura de Martínez fue incapaz de ilusionar a una ciudadanía crecientemente preocupada por el orden público (en los últimos años aumentó de forma preocupante la criminalidad y la presencia del narcotráfico) y la corrupción y que desconfía cada vez más de los políticos y los partidos.
La primera vuelta electoral se celebró el 27 de octubre y en ella coincidieron las presidenciales y las legislativas. De estas últimas salió un parlamento muy fragmentado que complicará la gobernabilidad del nuevo presidente. Sin embargo, mientras la coalición que respalda a Lacalle ha trasladado al Congreso y al Senado su alianza, que tiene mayoría, la situación del Frente es mucho más frágil y en el caso de poder gobernar tendrá que hacerlo en inferioridad de condiciones, lo que no ocurrió en los tres mandatos anteriores.
El próximo presidente deberá hacer un ejercicio de diplomacia y pragmatismo
A la vista de la alta conflictividad existente en la región, y de los mecanismos de contagio a través de las redes sociales, los desafíos del nuevo gobierno serán enormes, comenzando por el urgente relanzamiento de la economía y la lucha contra el crimen organizado. El entorno internacional no ayudará, especialmente el más próximo. Con Jair Bolsonaro, por un lado, y Alberto Fernández, por el otro, el próximo presidente uruguayo deberá hacer un permanente ejercicio de equilibrio diplomático y de pragmatismo político.