
Si tomásemos como referencia las últimas polémicas medioambientales acerca de Brasil, podría inducirse que en términos de sostenibilidad y energía nos estaríamos enfrentando a un mercado caracterizado por el uso de las fuentes de energía más sucias y por una regulación laxa y poco desarrollada.
Pero como suele ocurrir en cualquier ejercicio de simplificación, estaríamos cometiendo un error grave que tendría consecuencias para los inversores interesados en un mercado con tantas oportunidades. El 84 por ciento de la energía producida en Brasil parte de "fuentes limpias". Sólo el 16 por ciento proviene de energías no renovables. Es un ejemplo del compromiso de Brasil con el medio ambiente que ha llevado a este país a alcanzar o superar muchos de los objetivos establecidos para el 2030 en el Acuerdo de París.
Además, desde la perspectiva meramente legislativa, Brasil cuenta con un marco regulatorio de los más estrictos y rigurosos del mundo en relación con las obligaciones de preservación y compliance medioambientales.
De hecho, el mayor desafío para el desarrollo de los proyectos de infraestructuras, energía o turismo no radica en las trabas a la importación de maquinaria, ni a la disponibilidad de mano de obra cualificada, o a la falta de financiación (que no son poca cosa), sino que ha sido, y continúa siendo la obtención de las licencias y autorizaciones medioambientales.
La multiplicidad de organismos públicos (IBAMA, ICMBio, IPHAN, INCRA, FUNAE, ANA) encargados de preservar los ecosistemas naturales, históricos y culturales conforman un auténtico laberinto. Su celo con la misión encomendada, la independencia absoluta, y la complejidad exponencial de su multiplicación en las esferas administrativas Federal, Estadual y Municipal, con sus consecuentes conflictos de competencias, han sido causa de más de un dolor de cabeza y de grandes frustraciones para los ejecutivos encargados de viabilizar los proyectos... y para los ingenieros responsables de su ejecución. Si hay algo en lo que estoy seguro que encontraré la unánime ratificación de quien conoce Brasil es en la importancia que aquí tienen los temas medioambientales y las dificultades que entraña el cumplimiento de la severa normativa vigente.
Con ello no pretendo asustar o desalentar a los interesados, sino exclusivamente hacer justicia al talante, histórico y actual, con el que Brasil se toma su compromiso con el desarrollo sostenible. Ese compromiso se pone de manifiesto en la matriz energética del país, con un peso de las energías renovables que hoy aún persiguen muchos países más ricos. Aunque sin perder de vista una pequeña contribución con la nuclear, cuya industria aún merece atención y desarrollo en Brasil, la generación hidroeléctrica sigue siendo preponderante. Desde luego que puede cuestionarse su impacto medioambiental, sobre todo en los grandes proyectos, pero para los nuevos desarrollos se impone la tendencia de inversión creciente en proyectos basados en otras fuentes de energía limpia, fundamentalmente solar -la que más crece- y eólica -con un fuerte impulso-.
Y es que el sector se encuentra en pleno proceso de transformación y crecimiento. Destaco algunos datos para ilustrarlo: en los últimos años se han licitado más de 20.000 kms de líneas de transmisión, y el gobierno planea aún ampliar la red hasta 2023 en otros 45.000 kms adicionales (una ampliación aproximadamente equivalente al total de líneas existentes en toda España); ya está prevista para los próximos años (hasta el 2027) una significativa ampliación de capacidad de generación de fuentes renovables. Brasil será, sin duda, también un campo abonado para la innovación vía proyectos off-shore y en las nuevas generaciones de combustibles de origen vegetal, en las que por cierto ya lidera el camino. Los motores de combustión con etanol y alcohol vegetal son, desde hace años, de uso común en Brasil.
El compromiso del país en la lucha contra el cambio climático está fuera de toda duda
La previsión de demanda de energía para el medio plazo y la mayor competitividad del mercado libre (no regulado) ha disparado los proyectos de generación distribuida y autoproducción. O sea, el horizonte más inmediato ya presenta un amplísimo catálogo de oportunidades para todo tipo de operadores: desde inversores financieros hasta estratégicos, pasando por constructores, proveedores de material, prestadores de servicios especializados, etc. Y las condiciones del mercado, por tamaño, oferta (óptimos emplazamientos aptos y disponibles), capacidad de ejecución de los proyectos, calidad del viento (probablemente el mejor del mundo, a efectos de generación), existencia de mano de obra cualificada y cadenas de suministro de materiales, lo hacen especialmente singular y atractivo.
En este escenario, la generación eléctrica con base en combustibles tradicionales y contaminantes (como el diésel o el carbón) es minoritaria en Brasil y apenas existen nuevos proyectos. Y eso a pesar de ser un país con grandes reservas (y mucho potencial) de petróleo, básicamente concentradas en los enormes yacimientos "pre-sal", a gran profundidad, frente a las costas del país. Las subastas de bloques de explotación de Petróleo más recientes, han supuesto la mayor oferta pública de inversión en explotación petrolífera del mundo y, aunque el modelo propuesto aún necesita de algunos ajustes para acabar de captar la inversión extranjera, su relevancia y tamaño han llamado la atención de todos los players internacionales.
La excesiva burocracia es un gran hándicap que impide la llegada de inversores
Otra tendencia que merece la pena resaltar tiene al gas natural como protagonista. Ignorado por muchos años en Brasil -entre otras cosas por la falta de infraestructuras de evacuación y tratamiento y por el monopolio ejercido por la estatal Petrobras, el Ejecutivo parece esforzarse ahora en darle una nueva dimensión como medio de diseminación de estructura y servicios sociales a una población mayoritariamente carente y de ofrecer un elemento adicional de competitividad a la industria. La inminente apertura del sector de distribución, y sus reflejos en la necesidad de infraestructura global, es un ámbito de enormes oportunidades si pensamos en el tamaño (físico y demográfico) del país. Como mero dato anecdótico resulta curioso comprobar que en Brasil existen en la actualidad menos infraestructuras de canalización y conducción de gas que en Argentina o en... Bélgica. El programa Gás para Crescer redenominado como Novo Mercado do Gás continúa con sus iniciativas de homogeneización y modernización legislativa, lo que unido a la fase de desimpresiones selectivas de la estatal Petrobras y a las privatizaciones previstas configuran un interesante menú de opciones para los inversores.
En Brasil, sectores como el eléctrico pueden presumir de una eficaz madurez regulatoria y de una agencia reguladora/supervisora competente que ofrecen un marco seguro para explorar sus oportunidades. El interés -materializado en multimillonarias inversiones- y resultados obtenidos durante estos años por players de todos los lugares del mundo (canadienses, norteamericanos, chinos, indios y, por supuesto europeos, con singular protagonismo de las empresas españolas) es la mejor evidencia. Estos días sabíamos de la declarada intención de Iberdrola -uno de los operadores más activos y comprometidos con Brasil- de invertir más de 6.600 millones de euros en el país en los próximos años (hasta 2023) en proyectos de generación, transmisión y distribución, por las perspectivas de crecimiento que manejan (y de rentabilidad, por obvio). Y no están solos. Embarcado en su particular pulso por ganar escala encontramos también a la estatal italiana Enel (que aprovechó la red latinoamericana heredada de Endesa) y que sigue ampliando sus inversiones en el país. Estos únicamente por mencionar algunos ejemplos más próximos para el lector.
Y el optimismo en las perspectivas puede extenderse a otros ámbitos con las reformas en camino. Algunos factores menos comentados públicamente, como el carácter aperturista de esta nueva administración hacia la apertura y la liberalización (con el programa de privatizaciones que está siendo ejecutado y que incluye el sistema Eletrobras, redes de transporte de gas e, incluso, Petrobras), o las iniciativas legislativas menos llamativas para la prensa -más allá de la Seguridad Social-, están contribuyendo a estimular la economía mediante la mejora del ambiente de negocios, atacando los problemas y dificultades tradicionales del mercado brasileño (burocracia, altísimos costes de producción e adquisición de insumos, pesadas cargas sobre la importación). Los datos macroeconómicos (responsabilidad fiscal, caída de tipos de interés y una inflación controlada) contribuyen también a un escenario propicio para la inversión extranjera, coyunturalmente favorecida por un tipo de cambio del real muy competitivo.
Empezando con la senda iniciada por la administración Temer con la reforma laboral; continuando con la reciente Ley sobre Libertad Económica y la reducción -aunque sea temporalmente- de los aranceles sobre la importación de determinados productos (más de 2.000 en lo que va de año); y vislumbrando la deseada reforma tributaria y el proyecto de reforma de la administración federal (para su adelgazamiento). Estas medidas, por mencionar sólo algunas de las que pasan mayoritariamente inadvertidas, y a pesar de que lógicamente necesitan un tiempo para mostrar sus efectos positivos, pueden resultar en un cambio de paradigma virtuoso que transforme para bien el entorno de negocios en Brasil. Una imagen viva de estos cambios será la llegada de Air Europa para operar por primera vez en Brasil, como empresa extranjera, un vuelo doméstico.
Brasil no será, ni pretende ser, un competidor de los países nórdicos para efectos de atracción de inversión, ni en cuanto a su perfil de riesgo ni en cuanto a su rentabilidad. Pero tampoco de China o la India. Y quien tenga apetito -por el riesgo-, músculo -financiero- y ambición -por retornos mayores- no puede perder de vista este gran mercado, sin perder tampoco atención al detalle y una buena planificación para afrontar los desafíos con la necesaria preparación y evitar sorpresas predecibles.