Esta semana celebramos el 30 aniversario de la caída del muro de Berlín. Durante 28 años el muro separó el mundo libre que representaba Berlín occidental de la Alemania comunista sometida a los dictados de la Unión Soviética.
El muro de Berlín y el telón de acero ha sido la única barrera en toda la historia que no se construyó para evitar que otros entraran, sino para impedir que tu población saliera.
La caída del muro de Berlín supuso el acontecimiento histórico más importante del último cuarto del siglo pasado y trajo consigo la promesa de un mundo en paz, próspero y libre para todos. Esto en parte se ha logrado y, hoy en día, hay muchos más países libres y democráticos que los que había en 1989. A su vez, la caída del muro también supuso el fin de los sistemas económicos basados en la planificación central, que demostraron ser enormemente ineficaces para conseguir elevar los niveles de bienestar de la población e introducir cambios tecnológicos y, sin embargo, propiciaron un aparato productivo tremendamente dañino para el medio ambiente. Por el contrario, la extensión de la economía de mercado en un mundo globalizado ha favorecido el incremento del bienestar y de la mejora de renta en la mayor parte del mundo. Así, la caída del muro de Berlín permitió que Asia, en especial China, partes de Latinoamérica y del continente africano hayan visto mejorar sus niveles de renta gracias al comercio internacional y a su incorporación a la economía de mercado.
A esto se suma que, en los primeros años del siglo XXI, se ha producido un incremento de la prosperidad y de la libertad gracias a una explosión de la capacidad de intercambio de información a través de medios digitales y telemáticos. La libertad individual se ha visto enormemente favorecida por el acceso de todos los ciudadanos a una información que, hasta hace no tanto tiempo, estaba solo disponible para las élites económicas o intelectuales. Hoy, conocemos lo que pasa en el resto del mundo en tiempo real, el precio de cualquier mercancía en cualquier país está disponible de forma instantánea y podemos transaccionar, sin esperas, con empresas y personas situadas a miles de kilómetros de distancia. Acceder a opiniones y conocimiento sobre las más variadas cuestiones de forma instantánea o trabajar u ofrecer tus servicios en cualquier parte del mundo sin salir de tu casa son cosas que, hoy en día, nos parecen normales y que, sin embargo, habrían parecido ciencia-ficción cuando se produjo el colapso del sistema soviético.
El acceso a la red permite obtener datos con un mínimo esfuerzo y reduce los fallos de información del sistema económico, abaratando los procesos productivos y mejorando el conocimiento de los consumidores. A su vez, es más fácil controlar a los poderes públicos al existir más fuentes de información, y la diversidad de opiniones puede ser mucho más amplia. Gracias a internet se diluyen las fronteras, se intercambian culturas, y conocimiento. El acceso a internet ha incrementado la libertad, es decir las opciones de elección reales del ciudadano común.
Evidentemente esto no gusta a todos los gobiernos y, ante la aparición de este nuevo espacio de libertad, hay quienes han optado por instaurar sistemas de control de la red. Así, de igual forma que antes de 1989 podríamos medir el grado de democracia y de libertad que existía en su país en función de la libertad que se tuviera para salir del mismo y conocer otras formas de vida, en el siglo XXI se puede medir la calidad democrática de un Estado en función de la libertad de acceso a la información y opiniones que se vierten en la red. No es casualidad que, en los estudios de comparación internacional que existen sobre censura en internet o de libertad de acceso a la información, los países que salen peor parados son los mismos en los que el nivel democrático es muy bajo.
La censura de la red ejerce un control más amplio sobre las personas que en dictaduras pasadas
Así, la lista negra de países que niegan a sus ciudadanos un acceso libre a la red, la encabezan los restos de las dictaduras comunistas aún existentes, Corea del Norte y Cuba, seguidas de países comunistas que no cuentan con regímenes democráticos como China, Vietnam, Bielorrusia o las repúblicas del centro de Asia. Continúa la lista con países árabes con fuertes sistemas de dictatoriales como son todas las monarquías de la península arábiga, Irán, Egipto, Pakistán y Siria. En un segundo escalón de restricción de acceso a la libertad Internet, nos encontramos, de forma no sorprendente, a Rusia, Venezuela, Sudán, Turquía, Birmania, Tailandia e Indonesia. Cuando se viaja cualquiera de estos países las restricciones se sienten desde el momento en que bajas del avión. De pronto no puedes buscar libremente en tus buscadores habituales, que muchas veces no funcionan; no puedes activar tus navegadores para saber cómo llegar a un sitio u orientarte; en otras ocasiones, puedes utilizar el teléfono, pero está restringido el envío de mensajes; y, otras veces, están limitadas las páginas a las que se puede acceder, especialmente las de prensa internacional. La sensación de estar controlado por el gobierno local no te abandona desde el momento que sacas el teléfono móvil del bolsillo.
Por el contrario, en las democracias más consolidadas, el acceso a la información de la red es totalmente libre y solo existen restricciones lógicas destinadas a evitar delitos relacionados con el odio, la violencia o con la pornografía. Es más, en las naciones libres está surgiendo todo un conjunto normativo para proteger los derechos de los usuarios de la red, tanto en lo que se refiere a la libertad de accesos como a la protección de la intimidad.
La censura de la red es el nuevo muro, menos visible, pero mucho más peligroso que el antiguo muro de Berlín. Éste era una barrera física. Pero el control de la red supone un control de las personas mucho más allá de lo que podía haber soñado un poder dictatorial de las décadas pasadas. No es solo la restricción al acceso a la información, sino que se puede conocer qué consultas, qué te interesa, dónde estás, a dónde vas, qué haces… el sueño del Gran Hermano de Orwell. Seguramente en el siglo XXI la división entre naciones libres y las que no lo son, será mucho mayor, por el desarrollo tecnológico, de la que ha existido jamás en la historia.