Francina Díaz sabe mucho de belleza. Ejerció como modelo a principios de los 60, cuando eran personajes anónimos, y desde los 80 dirige una agencia de modelos, que este año cumple sus bodas de plata. Ha visto cómo hemos pasado de la alta costura al pret-a-porter, y también cómo España ha pasado de ser un país cerrado por la dictadura a una democracia que compite con el resto del mundo. De moda y de empresa hemos hablado con ella.
¿Es tan habitual pasar de modelo a empresaria?
Bueno, yo creo que desde siempre lo llevaba dentro. Cuando trabajaba como modelo ya daba trabajo, ya que recomendaba modelos a mis clientes, casi sin quererlo y desde luego sin cobrar nada (risas).
¿Cómo fueron esos inicios?
Bueno, comencé con Pedro Rodríguez a los 16 años. Mi madre era modista, así que crecí entre tejidos. En aquella época ser modelo de alta costura era algo muy elitista, así que enseguida me cansé de estar encerrada. Empecé a trabajar en Santa Eulalia -tienda de marcas de lujo de Barcelona- y me hice freelance. Fui la primera modelo española que se hizo autónoma, así que alternaba mi trabajo allí con otros clientes.
Y después el salto internacional...
Fui la primera en salir. Me fui a París, a Ginebra... La gente me preguntaba por qué me iba, ya que aquí era bastante conocida. Pero yo lo tenía claro: quería conocer lo que estaba pasando fuera de este país tan cerrado (dése cuenta que hablamos de los 60). Me fui en 1976 a Florencia por motivos personales y volví en el 82. Poco después monté la agencia. Fui la primera.
¿Y con qué filosofía?
La mía propia. Quería formar a las chicas como gente guapa pero sobre todo profesional. Y enseguida empecé a viajar para colocar a mis modelos.
¿Qué tal fue la experiencia?
Muy bien. Recuerdo que en 1987, la primera vez que viajé a Nueva York, tenía a Judit Mascó como modelo. Conseguí colocarla en la agencia Ford y además la portada de Sports Illustrated. Fue la primera top model española.
Hasta los años 90 no se conocía el nombre de casi ninguna modelo. Pero la llegada de Cindy Crawford, Linda Evangelista, Naomi y compañía lo cambió todo. ¿Fue todo para bien?
Ha distorsionado mucho la idea de ser modelo. Vivimos en una sociedad que lo quema todo muy rápido, y hay modelos, muchas, que no tienen tanto nombre pero que son buenísimas. Créame, yo las tengo.
¿Ayuda lo de convertirse en icono, como es el caso de Kate Moss?
Fíjese que yo me la encontré en Londres cuando tenía 15 ó 16 años y la traje por primera vez a España para hacer Cibeles. ¿Y sabe qué? ¡Que nadie le hizo caso! ¡No gustó nada!
Conocemos algunos de sus éxitos pero ¿qué hay de los fracasos?
¡Claro que los he tenido! Creo que han sido porque me he adelantado a lo que se quería en el momento. También es cierto que he apostado por algunos nombres y se han acabado perdiendo por el camino. Se piensan que con una cara bonita basta. Y no es lo más importante.
¿Y qué es lo más importante?
La personalidad es importantísima, tiene un porcentaje muy elevado. Y la formación. Siempre hay que incitarles a que estudien, porque esta profesión es algo efímero. A los 30 años... se acabó. Es lo malo de ser modelo, que mientras que ejerces no tocas la realidad.
Esta profesión es de las pocas en las que las mujeres cobran mucho más que los hombres. ¿Por qué vende mejor una portada con una señora estupenda?
Pues creo que porque el mundo empresarial siempre ha estado dominado por los hombres y eso es lo que ellos quieren ver (risas).
En las campañas publicitarias que llenan las revistas femeninas cada vez he visto más caras conocidas: Claudia Schiffer, Naomi Campbell, Linda Evangelista... hasta Stephanie Seymour para Loewe. ¿Qué pasa, que no hay caras nuevas?
No, pero es un ejemplo para las jóvenes. En el fondo es la prueba de que éstas lo han hecho muy bien, y que deberían seguir su camino. Hay demasiadas que pierden la cabeza.