¿Veranear en un rascacielos? elEconomista ha tenido suficiente con 24 horas. Un partido de fútbol en el vestíbulo y un 'striptease' a medianoche fueron algunas de las atracciones.
"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais". Esta frase de la película Blade Runner se ajusta como un guante a la conclusión que uno llega después de pasar casi 24 horas en el Gran Hotel Bali de Benidorm (Alicante), el más alto de Europa. Por ejemplo. Hay establecimientos donde no dejan entrar a los hombres si llevan bermudas. Pero en éste la norma es ir semi, o totalmente desnudo (en el caso de ellos), de cintura para arriba.
En la entrada parece que te han teletransportado a una terminal de un aeropuerto, supongamos, un 31 de julio. Cientos de personas gritan y pululan con mochilas y maletas. Un grupo de adolescentes aprovecha el espacioso hall para jugar un partido de fútbol. Y gente procedente de la calle entra decidida, con flotador y colchoneta en mano, en dirección a la piscina. Dudo de que sean clientes. "No creo que por sentarse aquí nos echen", comenta una jubilada para arengar a sus amigas. Esto promete.
Son las doce de la mañana y el señor que nos atiende dice que la habitación, situada en el piso 16, no estará lista hasta las dos. Para llegar hasta allí arriba hay que armarse de paciencia. Los ascensores, seis en total, suben y bajan sin cesar por las 43 plantas del edificio, y hay que andar muy avispado para coger la vez. Primer asalto: en cuanto se abre una de las puertas, un grupo de señores y niños -todos de la misma altura, por cierto- se nos cuela. Nos miramos y con eso nos lo decimos todo. Son los mismos que te arrollan en el autobús para coger asiento, pienso. Ya dentro, resalta la denominación del primer piso: Busines Center. ¿Business?A ver, que levante la mano el valiente que monta ahí una conferencia o una rueda de prensa.
No hay que llevarse a engaño. Pese a su apariencia licenciosa, el hotel es un auténtico negocio, puesto que se ha convertido en una de las principales atracciones de Benidorm. El precio de sus habitaciones no parece un impedimento: la doble estándar supera los 160 euros, a lo que se suman diez euros por el aparcamiento. Desde su inauguración en 2002, tras 14 años de obras (lo dice una placa), no ha dejado de atraer a veraneantes e integrantes de despedidas de soltero.
En cualquier caso, las anécdotas se suceden sin tregua; la libreta siempre la tengo a mano para tomar notas. Pero ahora toca comer, y dado que sólo hemos pagado alojamiento y desayuno, nos vamos a la playa en busca de algún restaurante. Una tienda de souvenirs en las proximidades del hotel me da otra pista sobre la realidad del lugar. "Spanish sex instructor. First lesson free", se lee en una camiseta.
De vuelta, subimos a la habitación, ya limpia. "¿Bajamos a la piscina?", me dice mi acompañante. Entonces me asomo a la ventana y miro: decenas de cuerpos se tuestan al sol en una piscina cuyo tamaño no está a la altura del hotel. "Es más grande la municipal de mi pueblo", comento, mientras busco alguna tumbona vacía. La cosa está complicada.
Cirugía estética
Al fin veo dos, entre una guiri con trenzas recién hechas en Punta Cana y unos pechos que muestra orgullosa tras la operación de estética, y dos chicos con mechas rubias (David Beckham ha hecho mucho daño a este país) que se recuperan de la resaca. "A lo mejor podemos bañarnos", digo con la esperanza de encontrar un remanso de relax. Ilusa de mí...
Bañarse en la piscina de adultos es como hacer un sacrificio: sabes que vas a pasarlo mal, pero que al menos recibes una recompensa. Lo malo es que justo en el momento en el que voy a meter el pie me avisan: "Oye, que hay gente vestida dentro". Y actúo como si me hubieran dicho que merodea un tiburón hambriento.
Desistimos y visitamos el mirador. Pero ya se sabe que todo en la vida tiene un precio, y el de esta atalaya es un euro. "Oiga que es que yo soy cliente del hotel". Da igual, y quizá por eso está vacío. Después nos asomamos al gimnasio y el spa (donde también cobran a los clientes), para luego ponernos guapos. Toca hotel Bali la nuit. Como previo oigo desafinar desde el cuarto de baño una canción de Amistades Peligrosas. ¿No quitan puntos por semejante atropello? La música proviene de la piscina, donde actúa la orquesta Sabor Latino, liderada por un tal Pepe Mature al que acompaña una cantante que es una doble de María Jiménez.
El Cotton Bali Club
La gente parece animada, pero a mí me empieza a invadir una sensación extraña, casi de pena. Así que huimos a Altea a cenar. Pero la responsabilidad me llama. En vez de ir derechos a la cama tras la escapada, propongo tomar una copa en la discoteca del hotel. Convencidos, pagamos siete eurazos en el Cotton Bali Club por "entrada, copa y espectáculo". Y no ha pasado ni media hora desde que estamos dentro cuando, al terminar el último hit de Shakira, se apagan las luces y empieza a sonar Up where we belong, la canción estrella de Oficial y Caballero. A escena sale un cuarentón (yo juraría que con implante capilar) vestido de Richard Gere y dispuesto a desnudarse. Voy hundiéndome en la barra para que no me vea, aunque sé que me merezco lo peor. "¿Quieres quedarte a ver a la chica?", le pregunto a mi compañero de fatigas. Por suerte, también él ha tenido suficiente. Por la mañana ni siquiera tomamos el desayuno. Demasiadas emociones fuertes por 170 euros.