
En los estertores finales de Dia me viene a la cabeza la mañana del 15 de junio de 2016. En la que iba a ser su última entrevista como presidente de Popular, la primera pregunta que le hacía a Ángel Ron era si no se sentía como Sísifo teniendo que llevar la piedra hacia arriba de la montaña en una segunda ampliación de capital de 2.500 millones de euros. La historia de Dia es como la de Popular, pero con la diferencia de que en la pelea entre el orgullo y la dignidad la CNMV le ha abierto al inversor dos puertas, al eliminar la condición del nivel mínimo de aceptación de la opa.
Quienes quieran defender el orgullo de no claudicar a la oferta de Fridman -que el propio regulador aceptó que tenía un precio no equitativo- porque consideren que es un valor irrisorio por la compañía que compraron, pueden elevar su ego hasta los altares y defender la plaza como los últimos de Filipinas. Eso sí, tendrán que rascarse el bolsillo y acudir a la/s ampliación/es que se necesite/n. Las diluciones que sufran de no acudir a estas suscripciones harán irrelevante su participación en los futuros beneficios, si los hay, después de una larga travesía por el desierto.
Quienes defiendan la dignidad, entendida como la defensa del último euro que se pueda salvar, pueden coger los 0,67 euros por acción, y aprovechar las minusvalías para compensarlas con plusvalías. En su honrilla personal les quedará que han evitado perderlo todo, como en Popular, o quedarse con quien puede ser un mal compañero de viaje a la vista de lo acontecido hasta ahora.
La puerta que ha abierto la CNMV en Dia -que nunca hubo en Popular, porque nunca existió una oferta sobre la mesa con precio, aunque fuese irrisorio, de BBVA o Caixa-bank- permite vender un negocio que hoy es un barco a la deriva a unos minoritarios que durante buena parte de 2017 estuvieron jugando con Dia hasta niveles tan insospechados que en algún bróker llegó a ser el título más intermediado del Ibex durante meses.
Eran inversores que querían ver luz en la oscuridad, mientras nadie podía demostrar que Fridman hundía Dia tomando participaciones a la baja, que pasaban por las manos de Goldman, para quedarse una compañía regalada a precio de saldo. A Fridman se le señala como la artillería que ha pegado fuego contra Dia, pero no hay que olvidar que los mercadonos y carrefoures del sector han torpedeado, con su facilidad de influencia sobre proveedores, una compañía que lleva dos años acéfala, desnortada y con un boquete en la quilla inachicable. No es tan seguro que la plaza tomada por Fridman vuelva a ser un fortín de la distribución, un sector ya en crisis.
En Dia me quedo con la tranquilidad de que creo que he contado en reiteradas ocasiones que era un valor que ofrecía las magníficas vistas de los sótanos de Lubianka, donde estaba la KBG... hasta Siberia.