
Lloret de Mar (Girona), 9 jun (EFE).- Lloret de Mar ha emprendido una reivindicación de su patrimonio indiano, que reposa en joyas arquitectónicas como Can Font o el Cementerio Modernista, pero también en elementos más espirituales, como la fórmula del daiquiri, cóctel que popularizó Hemingway tras ser ideado por un lloretense.
Constantí Ribalaigua fue aquel vecino de esta localidad gerundense, entonces marinera y hoy volcada en el turismo, que se instaló como empleado en el mítico 'La Floridita' de La Habana, regido por otro oriundo de Lloret como era Narcís Sala, y que ideó un cóctel con zumo de limón, ron y azúcar que se expandió por todo el mundo.
Éste es prácticamente el último capítulo de una tradición indiana que se puede repasar en el Museo del Mar de Lloret, ubicado en Can Garriga, una propiedad de titularidad municipal desde 1981, al igual que Can Font.
Aquella casa, hoy con puerta de acceso orientada al mar, se construyó en 1887 y le daba entonces, como todas las que se ubicaban en aquella primera línea de costa, la espalda a la playa, un espacio que en aquella época era de trabajo.
El primer Lloret de Mar hay que buscarlo en el interior por el miedo a las incursiones de piratas y las primeras viviendas ante el Mediterráneo se levantaron en el siglo XIII.
La población, sin murallas ni protección ante lo que trajera el mar, desde enemigos a temporales, era muy pobre, dedicada a la viña y seriamente perjudicada por la filoxera.
A partir del siglo XIV, el cabotaje era uno de los principales medios de vida de aquellos agricultores obligados a cambiar de negocio, pero la Real Cédula de Libre Comercio de 1778 dio un vuelco a la situación y comenzaron a construirse veleros de grandes dimensiones con Cuba como destino estrella.
Entre 1830 y 1860, un total de 150 embarcaciones se levantaron en la arena de Lloret de Mar, que albergó unos astilleros en el paseo que hoy se sitúa frente a la fachada principal del ayuntamiento.
El Museo del Mar documenta toda esta historia, incluidas fotografías de exvotos de quienes se salvaron de tormentas, pero también constatando que una fuente de ingresos fue en ocasiones el tráfico de esclavos.
Entre 30.000 y 40.000 africanos fueron obligados a viajar a Cuba en barcos catalanes entre 1830 y 1860 y aquella carga era conocida como 'sacos de carbón' o 'madera de ébano'.
América era vista como la tierra de las oportunidades para los vecinos de Lloret y, entre un tercio y un cuarto de su población, emigró para probar fortuna, aunque sólo entre un uno y un dos por ciento de quienes cruzaron el Atlántico cataron sus mieles.
Después vino el regreso de muchos de ellos, los indianos ricos, pero también quienes volvían como se fueron y de los que se decía que habían perdido la maleta en el Estrecho.
De los primeros, un legado en forma de mansiones, entre las que destaca Can Font, pero también Can Garriga y, con papel destacado, un cementerio que es un museo del modernismo al aire libre.
Puig i Cadafalch o Bonaventura Conill i Montobbio son dos de aquellos arquitectos contratados por los indianos de Lloret de Mar, empeñados en mostrar sus éxitos americanos con una esposa que tomaban a su regreso, una casa de relumbrón y un panteón en la línea.
El espacio frente al ayuntamiento se convirtió en una especie de paseo caribeño, ahora sembrado de hoteles, pero hogar entonces de indianos, potentados que nunca dejaron Lloret y de los primeros veraneantes.
Quedaba otra reforma por hacer, como era la de la iglesia, una edificación del siglo XVI que los llegados de América adaptaron al modernismo imperante en su época.
El más acaudalado de todos era Narcís Gelats, que sin dejar nunca las nuevas tierras en las que se había afincado, pagó una de esas maravillas modernistas como era la capilla del Santísimo.
El edificio de la Banca Gelats y la casa de su propietario se conservan todavía en La Habana, mientras que la iglesia de Lloret, aunque perdió la mayoría de esta reforma en la Guerra Civil, albergó un altar dedicado a la patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre.
La joya de la corona es de todos modos Can Font, la casa que el conocido como Conde de Jaruco, Nicolau Font, se hizo construir en 1877 en el mismo sitio en el que había vivido antes del gran viaje y, por lo tanto, lejos del mar en el que se habían instalado indianos y acaudalados varios.
Generaciones después, la propiedad se vendió como segunda residencia y, en 1981, fue adquirida por el ayuntamiento de Lloret por ocho millones de pesetas.
Quienes concierten hoy una visita guiada podrán disfrutar de la cerámica valenciana del suelo original, de unas estancias que conservan despacho, sala de música, sala de los caballeros -la reservada para fumar, beber y charlar- o incluso de un lavabo de cortesía para uso de los invitados.
El poeta Jacinto Verdaguer se alojó un par de noches en Can Font en 1898 y todavía se pueden recrear aquellos momentos de señores, amigos y servicio repartidos por las cuatro plantas de la propiedad.
La visita, en la zona más alta de la casa, la cierra un homenaje a uno de aquellos lloretenses que se quedaron sin hacer fortuna, como Pepito Ball·llantines, y a una colonia de vecinos que se juntaron de nuevo al otro lado del Atlántico, en buena parte en Matanzas.
Los turistas que quieran imbuirse de todo ese espíritu indiano tendrán una oportunidad del 16 al 18 de junio en la sexta edición de la Feria de los Americanos, que incluye visitas a todos esos espacios, pero también una recreación de La Floridita, el templo de los daiquiris de Hemingway.