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Así acabó el 'Titanic' del mundo de la inversión en el fondo del mar

Una llamada de teléfono supuso el principio del fin. La realizaron el afamado inversor y antiguo responsable de operaciones de Salomon Brothers, John Meriwether, y el ex vicepresidente de la Reserva Federal (Fed), David Mullins. Al otro lado estaba Bill McDonough, el presidente de la delegación de la Fed en Nueva York y brazo ejecutor a la hora de preservar el buen funcionamiento del sistema financiero norteamericano. El mensaje era claro. Y contundente: el hedge fund Long Term Capital Management (LTCM) estaba en problemas.

Esta conversación se produjo hace justo diez años, el 18 de septiembre de 1998, y fue la primera piedra de un episodio histórico: la quiebra del LTCM. "Hollywood no habría podido escribir un guión más dramático para un naufragio financiero", relata el ex presidente de la Fed Alan Greenspan en sus memorias para referirse a este caso. Y así fue, porque era, sin duda, el Titanic del mundo financiero.

El vehículo inversor más perfecto

Diseñado por Myron Scholes y Robert Merton, que en 1997 obtuvieron el Premio Nobel de Economía, y promovido por Meriwether, el Long Term Capital Management fue lanzado en 1994 con la aureola de ser el vehículo inversor más perfecto jamás creado. Su sofisticación se observaba en su finalidad, consistente en medir el riesgo mejor que nadie para aprovecharse de las incorrecciones del mercado a la hora de valorar la volatilidad. Dicho de otra forma, quería llegar donde los demás no podían.

Si sus creadores le dieron prestigio, los partícipes pusieron el glamour. La inversión mínima requerida, que ascendía a 10 millones de dólares, se encargó de que sus clientes fueran la crème de la crème de la alta sociedad. Todo ello propició que, más que un producto, se tratara de todo un fenómeno financiero-social. "Durante cuatro años, Long Term había sido la envidia de Wall Street", escribió Roger Lowenstein en la obra When genius failed: The Rise and Fall of Long Term Capital Management.

Sus primeros pasos respondieron a las expectativas. El capital inicial, de apenas 1.000 millones de dólares, se había multiplicado por siete a finales de 1997, tras arrojar unas rentabilidades anuales próximas al 40%. El Titanic navegaba a toda máquina.

El 'iceberg ruso'

Pero no era indestructible. Si la crisis financiera asiática de verano de 1997 ya mermó sus espectaculares rendimientos, el colapso financiero ruso de agosto de 1998 fue el particular iceberg que lo hundió. "Los meses de agosto y septiembre de 1998 fueron decisivos para la suerte del LTCM. El descalabro se inició en Rusia", concreta Antonio Torrero en el libro Crisis financieras.

Las pérdidas procedentes de Rusia se propagaron como la pólvora por todos los rincones del mundo financiera. Y golpearon de lleno la línea de flotación del LTCM. Sólo en agosto, sus números rojos alcanzaron los 1.850 millones de dólares.

La alambicada metodología inversora de Merton y Scholes condujo a que, según Torrero, por cada dólar de capital hubiera 50 en endeudamiento en septiembre de 1998, una proporción que saltó por los aires porque ocurrió lo impensable. "Lo que aconteció sólo pasa una vez en la vida", comentó Meriwether. Pero así fue: la crisis de Rusia, algo que ningún modelo podía predecir, tuvo como principal impacto el hundimiento del LTCM.

Plan de rescate

En cuanto fue puesto al corriente, Bill McDonough avisó a su jefe Alan Greenspan, quien, con el visto bueno del entonces secretario del Tesoro, Robert Rubin, orquestó un plan de rescate. Éste cristalizó el 28 de septiembre con una inyección de liquidez de 3.500 millones de dólares aportada por 14 entidades financieras.

Diez años después, esa cantidad se queda pequeña en comparación con rescates como el de AIG, cifrado en decenas de millones de dólares. Pero el episodio del LTCM comparte un claro denominador común con la crisis vigente. En 1998, la sofisticación del producto y el ingenio de sus creadores no evitaron el naufragio. Ahora, esos ingredientes tampoco han llevado al sistema financiero a buen puerto.

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