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"Debe haber pocos ámbitos de la actividad humana en los que la historia cuente tan poco como en el campo de las finanzas". Estas palabras las escribió el economista de origen canadiense John Kenneth Galbraith en su libro Breve historia de la euforia financiera. La memoria es uno de los elementos más frágiles de las bolsas. Suele olvidarse que las cotizaciones, lo mismo que suben, también bajan. Y los osos siempre acaban volviendo.
Con esas palabras, John Kenneth Galbraith quería llamar la atención sobre la fragilidad de la memoria en todo lo que concierne a los mercados bursátiles, en los que la euforia suele encontrarse el terreno abonado periódicamente para campar a sus anchas por los parqués. Poco parece importar que la literatura financiera esté repleta de relatos sobre las crisis bursátiles, sus causas... y sus duras consecuencias. Desde la tulipamanía sufrida en el siglo XVII, cada episodio está documentado y recogido por escrito. Pero da igual. Todo cae en el olvido.
El paso del tiempo no hace sino confirmar el diagnóstico de Galbraith. Si se toma el índice Standard & Poor's (S&P) 500, el indicador bursátil más representativo de Estados Unidos porque es el que aglutina un mayor número de compañías -medio millar, de ahí su apellido-, en los últimos 80 años se han vivido 27 fases en las que ha caído un 20 por ciento o más, unas cifras que conducen a la incontestable realidad de que las plazas financieras afrontan correcciones pronunciadas aproximadamente cada tres años. Es decir, una media que pone de manifiesto que los mercados bajistas son de lo más común en el paisaje bursátil.
Peor cuanto más complejo
Obviamente, no todos los episodios han sido igual de acelerados ni han compartido exactamente las mismas características, aunque siempre hay más coincidencias de lo que en un primer momento parece. En ocasiones, para caer al menos un 20 por ciento el S&P 500 se ha tomado más de un año, como ocurrió en el periodo de la Gran Depresión de los años 30 o, más recientemente, en la década de los 70 y comienzos de los 80, cuando las crisis del petróleo y la fatal combinación de estancamiento económico e inflación -la estanflación- desencadenaron ciclos bajistas superiores a los 600 días. En otros momentos, al índice estadounidense le ha costado menos de 50 días perder una quinta parte de su valor. Así pasó en el fatídico verano de 1998, cuando se produjo el colapso financiero de Rusia, y la parte final de 2002, cuando el pinchazo de la burbuja puntocom estaba dando sus últimos coletazos.
En este sentido, sobresale la aceleración de los tiempos en las plazas financieras conforme ha ido pasando el tiempo. En los últimos 20 años, sólo ha habido una etapa bajista que haya superado los 200 días, frente a las 14 fases superiores a ese periodo de tiempo atravesadas entre 1928 y 1988. La sofisticación de la negociación bursátil ha contribuido a que los ritmos se hayan precipitado, pero no sólo en las bajadas, sino también en las subidas, tal como se observa en la pronunciada ascensión protagonizada por el S&P 500 en la segunda mitad de los 90 y entre 2003 y 2007.
Al mismo tiempo, la serie histórica del índice más representativo de EEUU pone de relieve que las fasesbajistas son tanto más largas cuanto mayor es el deterioro de la situación económica. En determinados momentos, como en 1987, el periodo descendente no fue demasiado prolongado porque el grueso de las caídas se concentró en apenas un mes, el de octubre, y respondió más a la fuerte subida previa de las cotizaciones que a un problema de la economía, cuyos pilares seguían siendo relativamente sólidos.
Por el contrario, en los años de la Gran Depresión y en los de la estanflación, dos momentos claramente complejos y en los que los problemas de la actividad económica se resolvieron con lentitud, las fasesbajistas fueron más largas. En ambos casos, la prolongación de la incertidumbre no sólo erosionó el valor de las acciones, sino también la moral de los inversores.
Causas comunes
En la actualidad, el S&P 500 va camino de añadir una fase bajista más, que sería la número 28 en las ocho últimas décadas. Se expone a ello por culpa de las caídas que vienen padeciendo los parqués desde finales del pasado año. En concreto, desde mediados de noviembre de 2007. Hasta ese momento, las cotizaciones, aunque con sobresaltos puntuales, habían resistido con nota la primera etapa de la crisis financiera desatada en verano. No en vano, el S&P 500 fue capaz de marcar su máximo histórico el 9 de octubre, fecha en la que llegó hasta los 1.565,15 puntos. Lo mismo ocurrió con el español Ibex 35 apenas un mes después, cuando alcanzó su techo en los 15.945,7 puntos. Pero en los últimos siete meses el panorama se ha nublado por completo en los parqués. Desde su récord, el indicador norteamericano acumula un retroceso del 18 por ciento, descenso que asciende hasta el 25 por ciento en el caso del Ibex.
Aunque suene frío, lo más curioso es que, por estadística, ya tocaba una corrección de esta magnitud. Desde los continuos baches provocados entre 2000 y 2002 por el pinchazo de la burbuja tecnológica -ver gráfico-, los mercados no habían sufrido recortes próximos o superiores al 20 por ciento. Sí hubo etapas en las que los números rojos llegaron a superar el 10 por ciento, como cuando el presidente de la Reserva Federal (Fed), Ben Bernanke, confundió a los inversores entre abril y junio de 2006 y provocó unas pérdidas que rondaron el 10 por ciento. Pero, tras esos sustos, las aguas compradoras volvieron al cauce de los parqués y prolongaron la racha alcista que comenzó en la primavera de 2003.
Ahora, en cambio, la cosa es más seria. "Llevamos más de un año gestando la situación actual. Sigo pensando en un ajuste económico, financiero y todo ello en un entorno de riesgos inflacionistas. Nada más. O nada menos. Es complicado ser optimista en este escenario", expone José Luis Martínez Campuzano, estratega de Citi en España, para subrayar la complejidad del momento actual. Para los expertos de Banif, "la incertidumbre continúa en cotas altas", pese a que, de momento, la economía estadounidense está esquivando la recesión y las tensiones financieras se aliviaron en parte tras el rescate del banco Bear Stearns a mediados de marzo. Desde su punto de vista, estas mejorías no equivalen a decir que la situación está resuelta, sobre todo porque "sobre la mesa hay un tercer factor de riesgo que ha irrumpido con más fuerza de lo que se esperaba a principios de año: la inflación". Y añaden: "En este punto, los resultados empresariales del segundo trimestre van a tener mucho que decir para trazar un suelo o incrementar las cesiones en las cotizaciones".
En efecto, las tensiones crediticias, su impacto en la actividad económica y la escalada de los precios constituyen los puntos cardinales de las actuales turbulencias. Pero aunque estas características son las que definen la problemática vigente, no impiden que ésta comparta aspectos comunes con otros episodios. De hecho, las coincidencias son tan notables y aparentemente simples que llama la atención el hecho de que la lección nunca termine de aprenderse. Aquello de tropezar dos veces con la misma piedra es perfectamente aplicable al mundo bursátil. "Todas las crisis han implicado una deuda que, de una u otra manera, se ha vuelto peligrosamente desproporcionada con respecto a los medios de pago subyacentes", relata Galbraith. Y aunque escribió esta idea en 1990, parece pensada a la medida de lo ocurrido en los últimos años con los títulos emitidos con el respaldo de las hipotecas de alto riesgo o basura -subprime-.
Profundizar un poco más en la exposición argumental de John Kenneth Galbraith no sólo sorprende, sino que casi asusta por la fidelidad con la que recoge los acontencimientos que se están sucediendo ahora. "Tampoco faltará un detenido examen de los instrumentos y prácticas financieros que con anterioridad tanto se estimaban, y que facilitaron y sostuvieron la especulación. Se hablará de reglamentos y reformas, pero lo que no se discutirá es la especulación en sí ni el aberrante optimismo que subyace en ella", describe.
¿A cuál se parece más?
Teniendo en cuenta los lazos que los problemas actuales guardan con otros episodios anteriores, los grandes gurús se han aventurado a establecer comparaciones. Así, el famoso inversor de origen húngaro George Soros no ha dudado en señalar que ésta es la peor crisis desde la Gran Depresión de los años 30. El ex presidente de la Fed, Alan Greenspan, ha mencionado que los problemas asociados a las hipotecas basura y sus consiguientes consecuencias le recuerdan al crash de 1987, que pasó a la historia porque Wall Street sufrió caídas superiores al 20 por ciento en la sesión del 19 de octubre, y a las tensiones de 1998, cuando la propagación de la crisis financiera asiática a Latinoamérica y Rusia y al fondo Long Term Capital Management (LTCM) provocó un descenso del 20 por ciento en el S&P 500 en apenas 45 sesiones -ver gráfico-.
Lo cierto es que los problemas actuales comparten distintos aspectos tanto con el crac del 29 como con el crash de 1987, ya que ambos también vivieron una fuerte expansión del crédito y estuvieron rodeados por una alegría inmobiliaria que precedió a la caída de las cotizaciones. Para dirimir a cuál de los dos momentos se parece más aún hay que resolver una incógnita: la velocidad de la recuperación. En 1987, la economía seguía lo suficientemente firme como para propiciar un rápido retorno de las compras a los parqués. Por el contrario, la gravedad de los acontecimientos sufridos en 1929 condujo a una crisis económica tan dañina que pasó una factura prácticamente continua a los mercados bursátiles durante la década posterior.
En este sentido, y aunque es posible que Estados Unidos se escape de las garras de la recesión, los recelos son crecientes. "La recuperación será lentísima", advierte José Luis Alzola, economista senior de Citi en Londres. Si esta sospecha se confirma, las estadísticas no engañan: la prolongación de la incertidumbre es lo que más desgasta a los inversores. Las estadísticas están para romperse. Pero, por si acaso, lo mejor es prepararse para saber desenvolverse en un mercado bajista. Al fin y al cabo, son de lo más común en las bolsas.