Embestida va y embestida viene. Esta es la situación con la que lidian los depósitos bancarios desde el mes de enero, cuando el Banco de España se encargó de dar la estocada a un producto de inversión que en España supone el 58,7% del ahorro financiero de las familias, unos 1.150.000 millones de euros si se incluyen las cuentas a la vista.
Y lo hizo recomendando a la banca limitar sus rentabilidades hasta el 1,75% en los depósitos a un año. Pero si este golpe no fuera suficiente, llegó Chipre y las condiciones del rescate a su maltrecha economía. La posibilidad de incluir un impuesto sobre los depósitos bancarios se ha encargado de dar la puntilla definitiva a este producto de inversión, ya que el cambio en los esquemas de prelación de pago planteado en Chipre implicaría acabar con la promesa lanzada en octubre de 2008 en el conjunto de la eurozona de garantizar todos los depósitos de hasta 100.000 euros. Algo que finalmente no ocurrirá, ya que solo asumirán parte del rescate los ahorradores que tengan imposiciones por encima de dicha cantidad.
Aunque sólo sea psicológico, el miedo está ahí. De hecho, casi la mitad de los alemanes teme por la integridad de sus ahorros, según una encuesta de la televisión pública alemana ZDF realizada en plena crisis de Chipre. Las particularidades del sistema bancario chipriota hacen difícil que una situación así sea produzca en países como España -su banca está sobredimensionada y repleta de capitales no residentes y no comunitarios-, pero es inevitable que la connotación negativa que implica la participación de los depositantes en el rescate de un país europeo deteriore la percepción que los ahorradores tienen sobre este producto. Y más después de que Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, anunciara esta semana que impondrá un impuesto "moderado" a la banca en función de su volumen de depósitos bancarios, que servirá para compensar a las tres regiones que anularon el impuesto autonómico -Andalucía, Canarias y Extremadura-. Por el momento, se desconoce cuál será la tasa impositiva, aunque oscilará entre el 0,1 y el 0,2%.

Visto así, la carga no recae sobre el ahorrador. O al menos, no lo hace de forma directa. Sin embargo, las continuas embestidas que han sufrido los depósitos bancarios han provocado que se sitúen una vez más en el punto de mira del ahorrador conservador. Aunque se haya logrado evitar la participación de los depositantes en el rescate chipriota el lunes, el hecho adquiere especial relevancia porque por primera vez desde que se creó Europa se ha abierto la posibilidad de quebrar la casi sagrada garantía con la que cuentan los depósitos por importes de hasta 100.000 euros.

La preocupación de que esta situación se asiente como un precedente que sea susceptible de extenderse a otros países que también estén atravesando algún tipo de dificultad económica, adquiere todavía más importancia -si cabe- en un país como España; por ser donde más se invierte en depósitos de toda Europa. Si al efecto psicológico que esto provoca se le une los mermados intereses que ofrecen las imposiciones en la actualidad debido a la conminación del Banco de España, el ahorrador conservador que esté en busca de una alternativa que genere rentas con atractivos rendimientos sin riesgo tiene los fondos de distribución de renta fija a su disposición.
Este tipo de fondos constituyen una alternativa real frente a los depósitos gracias a sus rentabilidades y, sobre todo, al pago periódico de un cupón, que proporciona liquidez inmediata al inversor. Existen de dos tipos: renta fija o variable -aunque estos últimos no son los más aconsejables para quienes sean más reacios a asumir riesgo-. Su funcionamiento es sencillo, ya que este tipo de producto utiliza los beneficios dados bien por repunte de rentabilidades -en el caso de renta fija- o por pago de dividendos -en los de categoría de renta variable- para pagar al inversor en cuenta corriente mediante el reparto de un cupón que tiene una periocidad establecida.
La simplicidad de estos vehículos de inversión es tal, que no solo se adaptan a los inversores más conservadores o principiantes, sino que también son aptos para quienes quieran perder el miedo a los fondos de inversión. La recompensa que obtendrá a cambio son rentabilidades que de media se ubican entre el 4 y 5% -lo máximo a lo que podrá optar con un depósito a día de hoy es un 2,75% a dos años-.
Uno de los más atractivos es el fondo Templeton Global Total Return A YDis, que cuenta con cinco estrellas Morningstar, la máxima calificación posible que entrega la gestora y además es el mejor en la categoría de renta fija global. Un puesto que está avalado por la rentabilidad que logra acumular en el año, que se ubica en el 4,54%. Aunque si la intención es mantener la inversión más tiempo, este producto también se convierte en el más aconsejable, ya que logra rentabilidades anualizadas del 11,5% a tres años y del 15,8% a cinco años. Eso sí, el pago de cupón se realiza de forma anual.
Si, por el contrario, prefiere recibir cada trimestre el rendimiento que genera su inversión, el fondo PIMCO Global Investment Grade Credit Fund E Inc USD y el R Euro Crédit D se perfilan como las mejores opciones dentro de sus categorías: el primero invierte en deuda corporativa en dólares y el segundo en euros (ver gráfico).
Otra vía: la compra directa
Pero si no le seduce la idea de invertir en deuda corporativa mediante fondos, la otra alternativa es la compra directa en el secundario. La pega es que sus rendimientos son cada vez más bajos debido a la relajación que vive el mercado de deuda desde enero. Una situación que han aprovechado las grandes cotizadas españolas, que ya han captado más de 19.000 millones de euros en lo que va de año gracias a la elevada demanda y a la positiva respuesta de los inversores internacionales. La última en salir al mercado ha sido Meliá. Lo hizo el jueves, cuando emitió 200 millones de euros en bonos convertibles en acciones, que tendrán un precio de conversión establecido en los 7,3180 euros -casi un 40% por encima de su cotización-. Tendrán vencimiento dentro de cinco años y mientras tanto, Meliá pagará un interés fijo anual del 4,5%, que abonará trimestralmente.
Aunque se trata de uno de los intereses más elevados que se han pagado en las últimas emisiones, aún están lejos de los de antaño. Para muestra, Prosegur. Su salto al mercado fue protagonista solo hace una semana, por pagar un 2,75 por ciento por emitir bonos a cinco años -lo mismo que ofrece un depósito a dos años-. Rentabilidad que fue suficiente para que lograra su objetivo de captar 500 millones de euros. Y su caso no es aislado.
Días antes, CaixaBank, BBVA y Telefónica habían repetido la jugada. Para que se haga una idea, la teleco pagó un 3,961 por ciento por bonos a 8 años; mientras que a las entidades bancarias les bastó un 3,25 por ciento para colocar con éxito su deuda senior a 3 años. Situación que pone en evidencia que lo que es bueno para las grandes empresas españolas -los menores costes de financiación actuales-, no lo es tanto para el ahorrador. El panorama con el que se topa es que cada vez es más difícil encontrar rentabilidades que superen el 5% con independencia del vencimiento por el que se decante -ni siquiera el Tesoro pagó más de ese porcentaje la última vez que subastó bonos a una década, ya que el tipo de interés medio que desembolsó fue del 4,91%-. Una realidad que acaba con la máxima de que cuanto más tiempo se retiene una inversión, mayores son las retribuciones.
Nada que ver con las remuneraciones de antaño, cuando la presión sobre la deuda de nuestro país obligó a España y sus empresas a pagar altos intereses para recompensar la desconfianza de los inversores. De hecho, sólo un repunte de la presión, nada descartable dada la crisis de deuda que atraviesa Europa, puede obligar a que ambos se vean obligados a pagar mayores intereses por colocar su deuda en el secundario, que compense a los ahorradores invertir en renta fija.