
Sálvese quien pueda. La gravedad y la perpetuación de la crisis del euro han obligado a los bancos a replegarse para reducir sus riesgos en la Eurozona. Sobre todo, en lo que respecta a la deuda de los países periféricos. Y España, con un papel protagonista dentro de este grupo, está sufriendo ese éxodo.
Según los últimos datos recopilados por el Banco Internacional de Pagos (BIP), correspondientes al primer trimestre de 2012, la exposición de las entidades extranjeras a la deuda española (directa, a través de renta fija pública y privada; e indirecta, a través de derivados, contrapartidas y otros productos) se redujo hasta los 0,68 billones de dólares, un 40,5% menos que a finales de 2009, es decir, cuando se estaban viendo los primeros coletazos de la problemática actual y cuando esa cartera superaba el billón de dólares. Solo Grecia, entre los periféricos, sufre una estampida superior, del 58%, en el mismo periodo de tiempo.
Esta operación retirada está comandada por las entidades financieras de los países más expuestos a la deuda española, la mayoría de ellos pertenecientes a la Eurozona. Los bancos alemanes todavía concentran los mayores riesgos en su cartera, con 139.919 millones de dólares, aunque ya les ha dado tiempo a aminorarlos en un 41,2% desde finales de 2009.
Aún mayor ha sido el repliegue de las entidades francesas, que alcanza el 47,4%, hasta los 115.577 millones de dólares. Los bancos holandeses (-43,5%), británicos (-23,3%) y estadounidenses (-19,5%) también han aligerado sus carteras de riesgo español en los tres últimos años.
Efectos negativos
Porcentualmente, eso sí, los repliegues más acusados han procedido de las entidades australianas e irlandesas. En ambos casos, han deshecho posiciones en más de un 80 por ciento desde finales de 2009, aunque su volumen es muy distinto. En el caso irlandés, su riesgo ha pasado de 30.225 a 4.708 millones de dólares, mientras que en el australiano ha pasado de 1.691 a 164 millones de dólares.
Este proceso de reducción de riesgos, que en el resto de los países periféricos ha conducido a descensos comprendidos entre el 35 y el 58% desde 2009, es heredero de la crisis de la deuda soberana. La amenaza de sufrir quitas o impagos de los Estados ha llevado a las entidades a reducir su presencia en las carteras. A su vez, ha provocado su correspondiente réplica en la deuda privada, fundamentalmente en la emitida por los bancos, por su conexión con los bonos soberanos.
En conjunto, por tanto, la deuda periférica pública y privada, así como los productos financieros que se derivan de ella, han visto crecer sus riesgos -actuales y potenciales; de caída de precios y de impago-, razón por la que los bancos la han reducido en sus carteras.
Financiación más cara
Fuentes del mercado reconocen que estas consecuencias resultan ahora especialmente negativas. Certifica que la deuda española, en cualquiera de sus variantes, cuenta cada vez con menos compradores en el exterior. Y eso se traduce en una mayor dificultad para encontrar financiación en los mercados y en unos mayores costes para conseguirla, con su correspondiente reflejo en las primas de riesgo, es decir, los intereses adicionales que exigen los inversores para comprar deuda con pasaporte español.
Así lo muestra la evolución del diferencial entre el rendimiento de los bonos españoles a 10 años y el de los alemanes. Desde finales de 2009, esta brecha ha pasado de los 59 a los 415 puntos básicos; es decir, se ha multiplicado por siete veces. Esta trayectoria, que es fruto de la desconfianza, se traslada a los costes a los que tiene que hacer frente el Tesoro para financiarse. En la última subasta de 2009, el organismo encargado de emitir la deuda pública española pagó un interés medio del 3,88% por los títulos a 10 años; en la subasta de obligaciones a 10 años de la semana pasada, abonó un 5,65%, aunque ha llegado a desembolsar más de un 6,5%.
El sector privado también está sufriendo este proceso indiferentemente de la fortaleza y la situación concreta de cada emisor. En sus últimas emisiones, entidades como Banco Santander y BBVA han pagado diferenciales próximos a los 400 puntos básicos sobre la referencia del mercado, cuando a comienzos de este año ese sobrecoste rondó los 200 puntos.