
Hay muchas dudas sobre el QE3 pero podría funcionar para suavizar un aterrizaje de la economía.
A principios de mes, la America's Duke University preguntó a los directores financieros de 887 grandes empresas cómo podrían responder a la caída de los tipos de interés. Los resultados fueron notables para los economistas, políticos e inversores según lo comenta Gillian Tett del Financial Times: el 91% de las empresas dijo que una caída del 1% en los tipos no tendría impacto en sus planes de negocio, mientras que el 84% manifestó su indiferencia incluso a una caída del 2%. Son unos resultados aleccionadores.
Muchos observadores dirán que el QE es el rumbo correcto. Después de todo, una lección de la crisis financiera de los últimos años es que nadie quiere repetir los errores de los liquidacionistas de los años 30, o de Japón en los 90. Y en parte por eso, la Fed anunció la semana pasada que 11 de los 12 miembros del FOMC respaldaban el movimiento de Bernanke.
Pero lo que la Fed no reveló es que, aunque casi todos los miembros con derecho a voto del comité apoyaron el QE3, varios miembros sin voto no lo hicieron (según el sistema federal, los presidentes regionales votan de forma rotatoria). De hecho, si incluimos esos miembros sin voto en el comité, en torno a un tercio del mismo estaba preocupado, si no descontento, con el QE3. Y no sólo por los miedos a que el timing del QE3 parezca político. El mayor temor es que los beneficios del QE3 son muy poco claros, porque el mecanismo de transmisión de la política monetaria está roto, mientras que los costes potenciales son muy altos.
"Cualquier cosa que haga la Fed sólo tendrá efectos temporales", según James Bullard, jefe de la Fed de St. Louis. O como observó Richard Fisher, de la Fed de Dallas, en un contundente discurso este miércoles: "Nadie en el comité sabe realmente qué está frenando la economía. Nadie sabe realmente qué funcionará para llevarla de nuevo a la senda del crecimiento. La misma gente que deseamos que alimente el consumo y la demanda final creando empleo y expandiendo la inversión empresarial no está respondiendo a nuestras iniciativas de política como debería según sugiere la teoría".
En cualquier caso, los optimistas añaden que el QE3 también proporciona un impulso a la psicología general. En ese sentido, podría ayudar a anular los lastres de la economía, como la incertidumbre sobre el abismo fiscal en EEUU o la ansiedad sobre China y la zona euro. Incluso aunque el QE3 no funcione a través los canales convencionales de transmisión monetaria, todavía funcionará como un bálsamo para suavizar un aterrizaje de la economía.
El problema crucial, como subraya Fisher con esa inusual claridad, es que la psicología de todo esto todavía es muy incierta. Los consumidores americanos se dan cuenta de que la política monetaria cada vez es menos efectiva. Y aun así, cuantos más movimientos no convencionales anuncia la Fed, las expectativas y los miedos se disparan en igual medida. Esto no es tranquilizador de ningún modo.