
Tal como está la economía mundial, nadie quiere una moneda poderosa. Pero, al mismo tiempo, nadie desea tampoco un hundimiento de su divisa. La paradoja cambiaria está servida.
Guido Mantega lo denunció en septiembre de 2010. Los países desarrollados, con sus políticas, estaban buscando debilitar sus monedas intencionadamente, protestó el ministro de Finanzas de Brasil. Para que se le entendiera aún mejor, habló sin miramiento de que el mundo se enfrentaba a una "guerra de las divisas".
Fue el modo mediante el que mostró su hartazgo, ya que, mientras divisas como el dólar estadounidense o la libra esterlina se debilitaban, otras, como el real brasileño y otros emergentes, no dejaban de subir, con el consiguiente perjuicio para sus exportaciones. Como no quería poner la otra mejilla tan fácilmente, en los meses posteriores las autoridades brasileñas adoptaron medidas para frenar esas subidas.
Estos precedentes son los que otorgan su verdadera dimensión a las intervenciones que Brasil ha realizado en las últimas semanas. Esta vez no ha actuado para frenar la subida del real... ¡sino para contener su caída! Desde finales de febrero, la divisa acumulaba una depreciación próxima al 20 por ciento con respecto al dólar y al 14 por ciento contra el euro. Y como lo poco gusta -nadie quiere una divisa fuerte-, pero lo mucho cansa -nadie quiere tampoco que su moneda se desplome sin control-, las autoridades pasaron a la acción.
Lo poco gusta, lo mucho no
Brasil es el caso más sonado, pero no es el único representante de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) que se encuentra así. Sus divisas, como las de otros países emergentes, están sufriendo una fuerte presión vendedora en las últimas semanas. El real, por ejemplo, ha llegado a caer hasta mínimos contra el dólar y el euro desde 2009, pero es que la rupia india cayó a finales de mayo hasta su cambio más bajo de la historia -56,3 rupias- contra la divisa estadounidense. Estos niveles, sobre todo por la rapidez con la que se han alcanzado, han encendido las alarmas. "Los bancos centrales de estos países, en principio no tan disgustados por la caída de sus monedas (en un mundo con escasa demanda, es bueno que la divisa mejore la capacidad de competir por ella) están ahora observando con inquietud como se aceleran las caídas", confirma José Luis Martínez Campuzano, estratega de Citi en España.
¿A qué se debe esta inestabilidad? Principalmente, a los extraordinarios hechos que están concurriendo en la actualidad. El riesgo de que Grecia abandone el euro y, más aún, el temor a las consecuencias que su salida puede provocar están disparando la inestabilidad. Tampoco ayuda la situación de otros europaíses, como España. Como consecuencia, los inversores han huido del riesgo. "La tan deseada estabilidad y aumento de los flujos financieros internacionales de este año se está convirtiendo en repatriaciones de capitales, reales o temidas, con aversión al riesgo desde los inversores financieros internacionales", explica Martínez Campuzano. Es decir, a su modo, estas naciones también están sufriendo el efecto contagio de la crisis europea, en su caso con una salida de capitales por las necesidades de liquidez de los inversores.
Pero también hay otros motivos más convencionales que explican sus caídas. Sobresalen las medidas de política monetaria. Desde octubre de 2011, Banco de Brasil ha reducido los tipos de interés del 12,5 al 8,5 por ciento y no se descartan nuevas rebajas en el futuro. India también ha tocado la palanca de los tipos, ya que los redujo del 8,5 al 8 por ciento en abril. Y China prolongó la secuencia este jueves, cuando anunció el primer recorte del precio del dinero desde 2008 al abaratarlo del 6,56 al 6,31 por ciento.