
El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet, ha demandado a los líderes europeos que acometan sin demora la recapitalización de la banca. No es para menos, porque si ésta no funciona, tampoco lo hace ni lo hará la política monetaria.
Los bancos centrales están atrapados en un laberinto que, por ahora, no tiene salida. En los tiempos aparentemente normales, el manejo de la política monetaria es relativamente sencillo. Si un banco central quiere inyectar dinero en la economía, reducirá los tipos de interés; si quiere drenar liquidez, los subirá. Así de simple.
El secreto de su trabajo radica en que ese estímulo -subir o bajar los tipos- se traslade a la economía real, la conformada por las empresas y los hogares. Este proceso es el que suele conocerse como mecanismo de transmisión de la política monetaria. Si, en efecto, el recorte de los intereses se traduce en unas mejores condiciones financieras y en más crédito, su política será eficiente; y lo mismo si los incrementos de los tipos conducen a unas condiciones financieras más duras y menos crédito.
Para que sus medidas desemboquen en la economía real, los bancos centrales necesitan una correa de transmisión, un cordón umbilical mediante el que se canalicen los estímulos monetarios a las compañías y las familias. Esa correa de transmisión está representada por los bancos. En definitiva, lo que hacen los bancos centrales es rebajar o aumentar el interés al que prestan dinero a las entidades en sus operaciones periódicas de financiación y luego son esas entidades las que trasladan esos menores o mayores costes a los préstamos que conceden posteriormente a otros bancos, a las empresas y a los hogares.
No hay 'plan B'
Este mecanismo funcionaba con fluidez antes de la crisis. Era un engranaje perfecto. Pero desde 2007 y, sobre todo, desde 2008 ya no carbura. ¿El motivo? La correa de transmisión está rota. Los bancos ya no trasladan los estímulos monetarios a la economía real con la misma facilidad y eficiencia con la que lo hacían en el pasado. O dicho de otro modo, una rebaja de los tipos de interés era más efectiva antes de la crisis que ahora.
El BCE lo sabe desde hace tiempo. Por eso, por ejemplo, el pasado jueves reforzó la liquidez bancaria en vez de reducir los intereses, porque en las extremas circunstacias actuales es consciente de que esa rebaja no se trasladaría a la economía real en forma de más crédito y más barato. Por el contrario, entendió que era más urgente arrimar el hombro para respaldar primero a la banca con la aspiración de que, en el futuro, las rebajas de los tipos sean más efectivas. Por eso, además, reclama en parte que las autoridades se den prisa en diseñar un plan que suministre más capital a los bancos. No sólo se trata de reforzarlas para que sean capaces de asumir las pérdidas potenciales de un impago en Grecia, sino también para que sean capaces de transmitir a la economía real las posibles rebajas de los tipos que pueden venir y para que se pueda reabrir el grifo crediticio. Y por eso, en tercer lugar, el BCE demanda una y otra vez a los bancos en sus reuniones de política monetaria que los bancos refuercen sus balances.
En última instancia, el llamamiento de Trichet, en sus últimos días como presidente del BCE (abandonará el cargo el 31 de octubre), constata la impotencia de la entidad, cuyos estímulos monetarios están atados ahora de pies y manos. Sus medidas sólo tienen impacto si los bancos actúan de correa de transmisión monetaria. Si no lo hacen, como es el caso actual, la política monetaria pierde casi toda su efectividad. En este caso, no hay plan B, hasta la fecha no hay modo de hacer llegar a la economía las rebajas (o las subidas) de los tipos regateando a los bancos. Por eso urge reparar la correa de transmisión. Lo necesita el BCE y lo necesita, aunque cueste aceptarlo, la economía real. Los mecánicos están trabajando -supuestamente- en ello. Suerte.