
"Es aquí. Sí, éste es el Callejón de las Auditoras. Detén el camión que lo descargo". La Operación Limpieza de la crisis de las hipotecas de alto riesgo o basura -subprime- está a punto de entrar en un nueva fase. Y ésta promete emociones más que fuertes. Consiste en la entrega de las cuentas y los balances anuales de los bancos a las empresas auditoras, una realidad que tiene lugar cada ejercicio pero que esta vez será bien diferente.
La crisis desatada desde julio, con su oscurantismo, con su incertidumbre y con la imposibilidad de que hasta la fecha se haya conocido el verdadero alcance de las pérdidas sufridas, se ha encargado de otorgar una nueva trascendencia al examen de las auditoras.
Por tanto, éstas pasan a ocupar un lugar destacado en el enrevesado escenario actual. Sobre sus espaldas recae la misión de dar su bendición o rechazar la información contable remitida por las entidades financieras en un momento tan sensible como el actual, en el que todo huele a basura.
Desconfianza generada por Enron
Pero la desconfianza vigente no sólo proviene de las turbulencias financieras. También tiene su origen en otra página negra de la historia empresarial, la escrita por Enron. Surgida en 1985 tras la fusión de Houston Natural Gas y InterNorth, la eléctrica norteamericana forjó en los años 90 un auténtico imperio de la mentira.
Tejió una red de ingeniería financiera que maquilló sus resultados y su contabilidad hasta el extremo. De reflejar la imagen fiel de la empresa, que en principio es el fin que debe reflejar todo balance, nada de nada. Todo -o casi- era ficticio. Sus principales directivos, Kenneth Lay, Jeffrey Skilling y Andrew Fastow, fueron tan lejos, que el edificio se acabó derrumbando.
Ocurrió a finales de 2002, y el descubrimiento de los abusos cometidos escandalizó a la comunidad financiera. El sistema había fallado, de ahí que la búsqueda de responsabilidades se iniciara de forma inmediata.
Éstas apuntaron hacia Lay, Skilling y Fastow, pero no se detuvieron en ellos. De manera especial también alcanzaron a Arthur Andersen, una de las cinco grandes auditoras del mundo, que era la que había avalado las cuentas y los balances de la eléctrica.
De hecho, fue declarada culpable por su vinculación con las irregularidades de Enron. Acabó desapareciendo.
Lavar... su honor
Al mismo tiempo, las autoridades estadounidenses reaccionaron con un nueva ley, la Sarbanes-Oxley, que fijó unos nuevos requerimientos para las compañías y sus directivos, e incluso introdujo responsabilidades penales para el consejo de administración, y se ocupó de otros asuntos como la transparencia o el buen gobierno. Además, se constituyó una agencia para supervisar y vigilar la actuación de las auditoras. Tales eran los recelos que despertaban.
Ahora, cinco años después, el sector se encontrará de nuevo en el ojo del huracán. Y todo el revuelo que generó el escándalo de Enron está todavía tan fresco que su recuerdo puede influir en el ánimo de las auditoras a la hora de estudiar y analizar los balances de los bancos.
"Ahora les toca el turno a las auditoras, y tras el caso Enron todo apunta a que van a querer limpiar su honor", comenta Juan Ramón Caridad, socio de Atlas Capital. "En 2002 su labor fue puesta en entredicho, por lo que no extrañaría que ahora quisieran aprovechar la ocasión para actuar con un celo absoluto. Podría ser una especie de venganza", apunta otro analista de una firma de inversión española.
Sin embargo, más que revanchista, la diligencia que pueden exhibir las auditoras será pragmática: la situación es tan incierta que difícilmente querrán por la mano en el fuego por aquellas entidades que tienen basura en su balance y que no se han caracterizado, precisamente, por la transparencia. No en vano, la agencia de calificación Standard & Poor's (S&P) calcula que los bancos apenas han reconocido el 25 por ciento de las pérdidas reales vinculadas a la crisis.
Nervios a flor de piel
Sobre las auditoras, por tanto, puede recaer la responsabilidad de señalar con el dedo quién está contagiado por la crisis y quién no.
Y este hecho ya constituye una novedad reseñable. Hasta la fecha, han sido los propios bancos afectados los que, de forma más o menos precisa -y sincera-, han confesado sus pecados.
En adelante, las culpas las pueden destapar las auditoras, con todo lo que eso supone, ya que las entidades marcadas se verán envueltas de un halo de insinceridad, sin olvidar las responsabilidades que se les puede exigir por el posible incumplimiento de determinados aspectos de la Ley Sarbanes-Oxley.
"Una cosa es que tú confieses tus errores, y otra muy distinta que te los saquen otros", reconoce Juan Ramón Caridad.
Si, en efecto, los problemas acaban viniendo, lo harán a través de las valoraciones de las carteras de los bancos, el aspecto más polémico de todos. Hasta la fecha, los bancos que han entonado el mea culpa, como los estadounidenses Citi, Merrill Lynch o Morgan Stanley, han ido revisando a la baja el valor de sus activos conforme la crisis ha ido evolucionando.
De ese modo, han tratado de acomodarse a una realidad en la que los activos vinculados a las hipotecas basura han ido perdiendo valor. "La clave reside en cómo valorar ahora esos títulos. ¿Cómo lo haces? ¿A precio de mercado? ¿Pero cuál ese precio si el mercado está parado?", se pregunta otro analista.
Incertidumbre total
Ante esta incertidumbre, es posible que las auditoras se piensen si avalar unas valoraciones que ni el mercado ni los expertos pueden calcular con precisión.
"Será difícil que haya auditorías limpias. Las salvedades sobre el valor de los activos que presenten los bancos pueden ser habituales", avisa José Carlos Díez, economista jefe de Intermoney.
"Ya hemos dejado el cubo donde debíamos. Nos podemos ir. ¡Arranca!". Las auditoras ya lo tienen en su poder. Ahora falta conocer su veredicto. La emoción está servida.