
Las rentabilidades parciales de las imposiciones son mayores que otros productos y si la bolsa se recupera se puede multiplicar el interés.
En muchas ocasiones habrá escuchado las advertencias que recaen sobre aquellos depósitos cuya rentabilidad final depende del comportamiento de un factor variable, como la evolución de una acción o un índice. Sí, la mayoría son ciertas. Sin embargo, en un contexto en el que la incertidumbre que recae sobre el devenir económico, con el fantasma de la recesión presente, ha llevado a algunas bolsas a cotizar en sus niveles mínimos de hace dos años, este tipo de productos se pueden convertir en una atractiva opción a tener en cuenta siempre que conozca bien cuál es su funcionamiento.
El principal temor que se cierne en torno a los denominados depósitos estructurados es la incapacidad del cliente, por razones obvias, para conocer cuál será la rentabilidad final que obtendrá con el producto. Nadie puede augurar con total certeza qué ocurrirá dentro de tres años con los títulos de una u otra compañía, ni tampoco cuál será el devenir de un indicador bursátil. Cierto. Sin embargo, no es el único aspecto a valorar antes de decantarse por su contratación. La situación en la que está inmerso el mercado, en el momento en el que alguien se planea acceder a uno de estos productos, también puede revelar pistas significtivas que ayuden a evaluar la posibilidad de elegir un producto estructurado. La pregunta, por tanto, que cualquiera puede hacerse es si la coyuntura actual supone un buen momento para seleccionar un depósito ligado a la evolución de la renta variable.
El mes de agosto se ha caracterizado por ser uno de los más difíciles para las bolsas mundiales en los últimos años, y septiembre va camino de imitarlo. Muchos han sido los factores que han contribuido a ello, tanto en Europa como en Estados Unidos. La crisis de deuda periférica que asola a la zona euro con España e Italia en el punto de mira, los recortes a las notas crediticias de la deuda de algunos países por parte de las agencias de calificación, el segundo rescate financiero de Grecia o todos los síntomas, en forma de datos, que la economía muestra para revelarnos su intención de echar el freno a su crecimiento.
Son sólo algunas de las circunstancias que han llevado a los inversores a reflejar la desconfianza que portan en los parqués, donde cualquier información, positiva o negativa, ha sido el ingrediente suficiente para proceder a comprar o vender rápidamente, sobre todo, lo segundo. En este contexto no es extraño, por tanto, que la volatilidad haya sido la reina durante este verano. Las abruptas caídas de las bolsas mundiales, seguidas de algunos rebotes, han dejado a su paso a algunos índices en niveles mínimos de 2009. Tan negro ha sido el panorama que estamos a menos de un 11 por ciento del escenario que dejo Lehman Brothers en la bolsa española.
Razones no han faltado. Sólo hay que analizar los números que deja a su paso el último mes del verano. En el caso del Ibex 35, el índice español llegó a marcar mínimos el pasado 10 de agosto cuando perdió el nivel de los 8.000 puntos, hasta los 7.966, niveles no vistos desde hace dos años. Unas pérdidas que, en el conjunto del mes, ascendieron hasta el 17 por ciento. Sin duda, el peor agosto que el indicador ha vivido desde 1998 con motivo de la crisis rusa, cuando llegó a ceder más del 20 por ciento. Aunque, sin duda, el mercado más dañado el mes pasado fue el bastión alemán. El Dax 30 llegó a ceder a lo largo del mes más de un 19 por ciento. Aunque, en realidad, ningún indicador escapó a los temores desatados a un estancamiento en la economía mundial. Prueba de ello es que el EuroStoxx tampoco se salvó de las pérdidas, ni tampoco los índices americanos, que vivieron, y viven, pendientes de pistas acerca de la llegada, o no, de un nuevo estímulo económico (o QE3) para aliviar la situación.
A pesar de que aún no existan signos suficientes que indiquen un cambio en la tendencia bajista en la que se encuentra el mercado, cualquier subida continuada en el tiempo será suficiente para alejar a las bolsas de sus mínimos a largo plazo y, de ahí, la importancia que adquieren precisamente ahora aquellos productos referenciados a la evolución de un índice o acción. Sin embargo, quizás piense que es lo mismo invertir directamente en acciones que a través de un depósito que dedique una parte de la retribución a la evolución de títulos. ¿Hay divergencias? Sí. La principal diferencia entre invertir directamente en bolsa o hacerlo a través de un producto de este tipo es que, en la mayoría de ellos, el capital inicial está garantizado cien por cien.
Los 'pros y contras' de los estructurados
En primer lugar, hay que tener en cuenta el funcionamiento de este tipo de productos para valorar si se ajusta o no a nuestras necesidades. Lo primero que debe conocer es precisamente su estructura que, por norma general, constará de dos partes. Una de ellas será un depósito a tipo de interés fijo que sabrá de antemano durante un periodo corto de tiempo. La otra consistirá en un tipo de interés variable referenciado, en el caso que nos ocupa, a un índice bursátil o a un conjunto de acciones a largo plazo. En función de la oferta comercial concreta, el cliente encontrará algunos que sólo dependerán del comportamiento de un solo título.
De ambas partes, depósito a plazo fijo y variable, la primera no presenta mayores complicaciones. De la segunda conviene tener más detalles en cuenta. Uno importante consiste en el modo en el que se calculará su rendimiento final. El procedimiento se puede resumir en que este tipo de productos establece todos los supuestos susceptibles de ocurrir. Por ejemplo, la subida o bajada de los títulos de una compañía en función de una referencia estipulada previamente, o, en otros casos, la subida o bajada de la totalidad de un grupo de acciones. Alguno de estos depósitos harán los cálculos de las ganancias al final del periodo de contratación, mientras que otros harán las revisiones mensualmente, siendo estos últimos los que más probabilidades tienen de propiciar mayores rendimientos. En este sentido, no debe dejarse seducir por los intereses de doble dígito que inicialmente aparecen junto a la información del producto, puesto que la retribución final dependerá de las condiciones concretas del depósito.
En la peor de las circunstancias, muchos de los estructurados actuales están exentos de supuestos en los que se resta rentabilidad al cliente, en el caso de que la evolución de un índice o acción sea peor de las bases establecidas. Lo que significa que no perderá su dinero, pues recuperará el capital invertido, aunque el rendimiento final se reduzca a lo obtenido por el plazo fijo. El único inconveniente será que durante el tiempo que dure la contratación del producto, suelen ser años, no podrá retirar su dinero, al menos, sin penalización. No obstante, algunos de ellos tienen en cuenta esta pega y establecen ventanas de liquidez para poder recuperar la inversión sin penalización alguna. Aun así, en esta última hipótesis, de no obtener una retribución adicional, el rendimiento final al que un cliente puede optar continúa siendo atractivo en comparación con la oferta actual de los depósitos tradicionales (ver gráfico).
¿Cuáles existen en la actualidad?
Siempre han estado presentes en la oferta comercial de los principales bancos y cajas que operan en el negocio bancario nacional. Sin embargo, sus propias características han provocado que -quizás no sean los más adecuados según en qué momentos, o no aptos para aquellos que no quieren que el rendimiento de su ahorro dependa de la renta variable- suelan permanecer menos visibles que el resto de depósitos tradicionales.
En la actualidad, estos productos afloran. Quizás sea la reacción de las entidades financieras ante el freno impuesto por el Decreto Salgado a las altas rentabilidades para frenar la guerra del pasivo que, desde su entrada en vigor el pasado 4 de agosto, ha situado el listón de los depósitos tradicionales en el 3 por ciento, desde el 4 por ciento anterior. A pesar del alto en la tregua que algunas entidades -como Popular o Pastor a través de su entidad online- han situado por el camino al ofrecer intereses del 4 por ciento sólo en el mes de septiembre. O quizás, la tendencia bajista en la que se encuentra el mercado se ha convertido en un motivo suficiente para llevar a las entidades financieras a otorgarles una mayor visibilidad.
Con independencia de cuál sea el motivo, lo cierto es que en la actualidad algunos bancos cuentan entre su oferta comercial con algunos de ellos (como puede ver en el gráfico) vinculados a la evolución de las bolsas o títulos concretos.
Una opción es la que presenta Unnim -formada por la integración de caja de Terrassa, Sabadell y Manlleu- a través de su depósito combinado donde, en este caso concreto, el interés final dependerá de dos factores. El primero de ellos, el interés que nos aportará el plazo fijo a seis meses situado en el 4,5 por ciento. El segundo estará definido por la cotización de cinco empresas multinacionales alemanas durante 30 meses, a partir de un importe mínimo de contratación de 1.000 euros.
De este mismo tipo, vinculado al comportamiento de unos títulos durante un largo periodo de tiempo, se encuentra también el de Banesto donde el 60 por ciento de la inversión estará ligada durante cuatro años, en este caso, al comportamiento de cuatro acciones españolas: Iberdrola, Repsol, Telefónica y BBVA.
No es el único. Caja 3 -integrada por Caja Inmaculada, Caja Círculo y Caja Extremadura- referencia una menor parte del ahorro, el 30 por ciento, a la evolución de otros títulos nacionales. La entidad elige las acciones de Telefónica, Repsol, Gas Natural y Santander. La parte restante de la inversión, el 70 por ciento, se remunerará al 4 por ciento a través de una imposición a doce meses. Otra entidad que ofrece un producto combinado es Popular. La entidad presidida por Ángel Ron vincula el rendimiento del 30 por ciento del ahorro a las acciones de Telefónica y Santander. El resto del dinero depositado rendirá a un interés fijo establecido en el 4,75 por ciento a un año.
Algo divergente es el producto que propone Sabadell. En esta ocasión, en vez de ligar el producto a la evolución de acciones, lo hace al comportamiento de un índice, al EuroStoxx 50. La estructura es sencilla. La mitad del ahorro se destina a un producto a tipo fijo del 5,5 por ciento, con un vencimiento a 6 meses. La otra mitad se calculará al vencimiento y, una vez más, dependerá de la suma de las variaciones mensuales del indicador europeo durante un periodo de 30 meses.