El 22 de septiembre de 1985, los responsables económicos y monetarios de EEUU, Alemania, Japón, Reino Unido y Francia acordaron intervenir al unísono para frenar la apreciación del dólar. Un cuarto de siglo después, el desorden cambiario sigue siendo de una de las semillas de las crisis financieras
Apagados los ecos de las crisis del petróleo de los 70 y la estanflación -combinación de estancamiento e inflación- de comienzos de los 80, la economía mundial trataba de tomar velocidad. El problema es que lo hacía de forma desequilibrada. "Estados Unidos sufría un gran déficit por cuenta corriente que no hacía más que aumentar, mientras Japón y Alemania presentaban superávits importantes y también en aumento.
Un desequilibrio tan fundamental podía crear graves trastornos económicos, que a su vez causarían distorsión en los mercados de divisas y en la economía internacional", describe la experta en divisas Kathy Lien en su libro Trading diario en el mercado de divisas. Esos desajustes se reflejaban en el dólar, que, por ejemplo, en la primera mitad de los 80 se apreció casi un 100% contra el marco alemán.
Acción... reacción
Para atajar los peligros proteccionistas que entrañaba esa situación y dominar la marcha de las monedas, huérfanas de mando tras la caída de los Acuerdos de Bretton Woods a comienzos de los 70, los responsables económicos y monetarios de las cinco mayores potencias del mundo -el G5- se reunieron en el neoyorquino Hotel Plaza.
"Les unía el deseo de impedir que el Congreso de EEUU aprobara leyes proteccionistas debido a los perjuicios sufridos por los productores nacionales de bienes comerciales. (...) Emitieron una declaración conjunta sobre la conveniencia de una 'apreciación ordenada de las monedas, salvo el dólar' y sobre su disposición a cooperar para conseguirlo", explica Barry Eichengreen en la obra La globalización del capital.
La coordinación surtió efecto. Desde entonces, y hasta finales de 1987, el billete verde se depreció entre un 50 y un 55% contra el marco y el yen. Todo un soplo de aire fresco para la economía norteamericana... y un pesado lastre para las demás. De ahí que en febrero de 1987 se buscara un antídoto contra los Acuerdos del Plaza con la Reunión del Louvre, en la que, esta vez con representantes del G-7, se pactó estabilizar la situación.
Ayer y hoy
El paso del tiempo ha deparado un lugar en la historia a los Acuerdos del Plaza porque ha sido el último gran pacto multilateral en materia cambiaria. Desde entonces ha habido intervenciones a dos bandas y comunicados en el seno del G-7 para intentar influir en la marcha de las divisas. Pero nada concreto.
Y en este contexto, los tipos de cambio han evolucionado entre la voluntad del mercado y las intervenciones unilaterales, emprendidas estas últimas con fines proteccionistas en la mayoría de las ocasiones. El último ejemplo proviene de Japón, que intervino la semana pasada en el mercado de divisas para frenar la marcha alcista del yen.
Pese a ello, las divisas siguen siendo un mundo aparte dentro del universo financiero. Desde el estallido de la crisis financiera en 2007, y con el fin de evitar que se repitan sucesos así en el futuro, se está revisando la regulación financiera, bancaria, supervisora y calificadora. Pero en la agenda de los mandatarios no entra el mercado de divisas, el más liquido, pero también el más opaco del mundo, tal vez por aquello de que siempre está bien dejarse la puerta para buscar o promover depreciaciones competitivas cuando haga falta.
Y eso que las monedas figuran, siempre, en el trasfondo de las crisis. Ocurrió en la asiática de 1997 o en la actual, en la que los desequilibrios comerciales globales, resultantes no sólo de la diferente fortaleza económica de los países, sino también de políticas proteccionistas, contribuyeron a alimentar el fuego de las burbujas crediticias e hipotecarias. Pero ese terreno no se pisa. Al menos desde los Acuerdos del Plaza de hace 25 años.