
Tic, tac. Tic, tac. Cada segundo que pasa, las necesidades de financiación de los Estados crecen, una realidad que les obliga a emitir más bonos. Esta losa cada vez resulta más pesada para los mercados y para los inversores que tengan deuda en sus carteras.
Buenos días, ¿me puede decir la hora, por favor?". "Sí, claro. Son los 12,9 billones de dólares"... Esta conversación es figurada. Pero, al mismo tiempo, resulta real. Muy real. Porque esa cantidad es la que luce en estos momentos en el reloj de la deuda pública en Estados Unidos. Existe, se puede visitar. Se encuentra en Nueva York, en Times Square, y desde 1989 recoge la evolución de la carga financiera que soportan las arcas públicas estadounidenses. Un peso que ahora adquiere dimensiones históricas. Si en 2008 los responsables de su mantenimiento se vieron obligados a añadir un dígito, puesto que el montante superó por vez primera los 10 billones de dólares, en la actualidad roza la cota nunca vista de los 13 billones de dólares -unos 10,4 billones de euros-.
El problema reside en que el reloj norteamericano no es el único que no da abasto. Ocurre lo mismo con los de las restantes potencias del mundo. El de Alemania, instalado en Berlín, refleja una deuda pública de 1,6 billones de euros. Y si existiera en España, también estaría cerca de reflejar un momento sin precedentes, porque la losa de la deuda está a punto de superar los 500.000 millones de euros.
La avalancha continúa
Estas cifras son herederas de la crisis. Del trasvase del endeudamiento desde el sector privado al público, una traslación cuyos peligrosos riesgos han estallado en Grecia y que amenaza con causar más deflagraciones en otros países de la zona euro, entre los que figuran Portugal, España o Italia.
Estos temores proceden, principalmente, de las necesidades de financiación de los Estados, que deben obtener en los mercados los recursos para cubrir sus déficits. El reguero dejado por la crisis en este campo resulta evidente. Es más, el Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé que la deuda de los países desarrollados equivaldrá al 100 por cien de su Producto Interior Bruto (PIB) en 2014, una proporción que supera en 35 puntos porcentuales la existente antes de la crisis.
Los relojes de la deuda, por tanto, seguirán teniendo trabajo. Para empezar, este año deberán sumar los tres billones de dólares a los que podría ascender la emisión global de deuda en 2010. Esta avalancha de papel público contiene dos riesgos. El primero, que el mercado no la absorba. No por falta de liquidez, sino por temor a posibles impagos futuros. Y el segundo, que, precisamente para convencer a los inversores, los Estados deban pagar unos altos intereses que hipotequen su crecimiento futuro.
Terreno peligroso para invertir
Los ingredientes anteriores, a los que se añaden las subidas de los tipos de interés que aguardan en el futuro -aunque sea en 2011-, llenan de obstáculos un mundo tan aparentemente seguro como el de la deuda pública. Como sostienen los expertos de Banif, "la deuda soberana ofrece poco valor" en estos momentos. ¿Por qué es así? En primer lugar, porque las emisiones que están por llegar -que se sumarán a la deuda ya en circulación- presionarán a la baja sobre los títulos. Es decir, su precio caerá, con el consiguiente riesgo de pérdida si usted invierte directamente, comprando deuda en las subastas o en el mercado secundario, o indirectamente, a través de fondos de inversión que se centran en deuda pública. Porque con los títulos soberanos también se puede perder. Imagine que usted compra hoy obligaciones a 10 años por valor de 10.000 euros, por las cuales consigue un interés anual del 4 por ciento. Si usted mantiene los títulos hasta su vencimiento, recibirá esos intereses cada año y al final, el montante desembolsado. Pero, ¿qué ocurre si se ve obligado a venderlo antes y, por ejemplo, en ese momento el valor de mercado de esa deuda se limita a 8.000 euros? En ese caso, perdería dinero. El efecto es similar en el caso de los fondos de inversión, ya que tienen que ir actualizando el valor de los títulos que tienen en la cartera, por lo que una caída de sus precios causará números rojos para el partícipe.
Hay otro elemento que debe tener en cuenta. Incluso si usted puede esperar hasta el vencimiento y no vender con minusvalías, debe considerar otro elemento: el coste de oportunidad. Permanecerá ligado a esos títulos, con lo que no podrá destinar ese dinero cautivo a otros activos. Así, por ejemplo, se ataría a una rentabilidad del 4 por ciento cuando, en el futuro, esos mismos bonos pagarán un interés mayor cuando aumenten los tipos o la bolsa y otros activos con más riesgo disfrutarán de un escenario potencialmente más rentable.