
"A veces olvidamos que los bancos centrales, tal y como los conocemos hoy, son, de hecho, una invención en gran medida de los últimos cien años, a pesar de que algunos de ellos pueden seguir la pista de sus ancestros hasta principios del siglo XIX o antes". Esta sentencia lleva la firma de Paul Volcker.
Y algo sabe del tema, puesto que presidió la Reserva Federal (Fed), el banco central de Estados Unidos, entre 1979 y 1987. Introdujo esa afirmación, en 1994, en el prólogo del libro Bancos centrales, escrito por Marjorie Deane y Robert Pringle. Con ella, daba a entender que en el universo de la banca central aún había mucho terreno por explorar...
Llegó la polémica
Quince años después, sus palabras cobran un significado especial. La crisis, cómo no, se ha encargado de ello. ¿Por qué? Porque ha puesto en entredicho la labor de los bancos centrales. ¿De qué se les acusa? De haber cebado la bomba del crédito y el endeudamiento con unos tipos de interés muy bajos durante demasiado tiempo. "El fallo más serio es el de los bancos centrales", asegura Stephen Roach, presidente de Morgan Stanley Asia.
Veredictos como éste acunaron la polémica. Si los bancos centrales han fallado, ¿en qué deben cambiar? Hasta ahora, el debate era más propio de los círculos académicos que de la esfera pública. Pero el asunto cambió cuando, el pasado martes, el Fondo Monetario Internacional (FMI) difundió un informe titulado Fluctuaciones de precios de los activos: lecciones para la política monetaria.
Sus autores llegan a dos conclusiones: primero, que los bancos centrales tienen su parte de culpa porque "dieron cabida a los crecientes desequilibrios" que condujeron a la crisis; y segundo, que sería deseable que miraran más allá de la inflación, su actual brújula, y vigilaran los activos financieros.
Desde entonces, el debate ha pasado a otra categoría. Ya es oficial... y ha trascendido al foro público. Hace falta una nueva versión de los señores del dinero para afrontar los retos del siglo XXI. La fabricación del banquero central 2.0 está en marcha.
Tipos... y supervisión
La propuesta del FMI no es baladí. De salir adelante, supondría el mayor cambio en la gestión de la política monetaria en tres décadas. En concreto, desde las crisis del petróleo de 1973 y 1979. "Fue entonces cuando las principales potencias industriales abandonaron la creencia de que la política económica debía centrarse en evitar el desempleo teniendo como objetivo alcanzar determinadas tasas de crecimiento de la producción. Fue entonces cuando, en lugar de eso, recurrieron al control de la inflación", afirman Deane y Pringle.
Durante las dos décadas posteriores, el marcaje a la inflación se reveló como una herramienta válida para tratar de equilibrar el comportamiento de la economía. Pero la continua secuencia de burbujas de la última década, desde la sufrida por las compañías de Internet en bolsa a finales de los 90 hasta la inmobiliaria y crediticia de los últimos años, constata que hace falta algo más. Porque ninguno de esos episodios estuvo precedido por una llamativa escalada de los precios.
Así, la inflación media estadounidense entre 1995 y 1999 se limitó al 2,4%, una cifra que se situó en el 2,9% entre 2003 y 2007. Es decir, unas tasas que no invitaban a subir los tipos con intensidad. Y un precio del dinero nada restrictivo abona el terreno para la expansión del crédito y el consiguiente riesgo de que surja la euforia y el precio de los activos se infle. Así ocurrió en esos dos procesos, y ambos condujeron a una posterior recesión económica.
Cambiar de rumbo
La conclusión, por tanto, es lógica: puede haber crisis sin inflación. Y consiguientemente, los banqueros centrales, como vigías de la estabilidad económica, deben acomodar su estrategia a los nuevos tiempos. En este sentido, los expertos coinciden en dos ideas. La primera, que deben modernizarse. "Los bancos centrales necesitan romper su unidireccional fijación en la inflación y prestar cuidadosa consideración a extremas valoraciones de los activos", asegura Stephen Roach.
En cuanto a la segunda, pasa por el reconocimiento de la difícil implementación de esa función a las decisiones de los banqueros centrales. "La ampliación del enfoque de la política monetaria será una tarea difícil", admite el FMI.
¿Cómo se determinaría si la subida de un activo constituye una burbuja o un aumento sano, tal como se preguntó ya otro ex presidente de la Fed, Alan Greenspan, en 1996 cuando apeló a la "exuberancia irracional" de los mercados? ¿Pasaría por subir los tipos aunque no hubiera riesgos inflacionistas? "Debe ser a través de reforzar la estabilidad del sistema financiero", señala José Luis Martínez, estratega en España de Citi.
"No es tanto un problema de subir o no los tipos antes, sino de regulación y supervisión bancaria y de entender que los problemas no han provenido del suministro de liquidez, sino de la financiación endógena surgida en los bancos -a través de la titulización, de vehículos especiales fuera de balance...-", concreta José Carlos Díez. Además de definir bien la ejecución de las nuevas funciones, existe otra obligación: que los banqueros centrales 2.0 sigan siendo independientes. "Existe el riesgo de que los políticos quieran asumir o compartir el papel de los banqueros centrales, y entonces el remedio sería mucho peor que la enfermedad", reconoce un experto de una firma de inversión.