
Los bancos centrales han sido claros: la era del dinero fácil ha terminado. Tras una década de continuas políticas monetarias acomodaticias, estamos entrando en un mundo de escasez que gradualmente se convertirá en la "nueva normalidad" y afectará a toda la economía. Lo que más está impulsando las decisiones políticas actuales es el problema de la inflación. Esto se debe a que ésta puede ser un fenómeno traicionero, puesto que tiende a extenderse por toda la economía a través de diferentes vías y a diferentes velocidades. Lo peor es que, si no se consigue controlar rápidamente, puede llegar a enquistarse seriamente en la economía. En otras palabras, una vez que se ha dejado salir al "genio" de la inflación de su lámpara, nunca ha sido fácil volver a meterlo.
La crisis social y económica en Sri Lanka desencadenada por el reciente colapso de su economía ha servido para recordar la crisis alimentaria de 2010 en los países norteafricanos y el alcance con el que los efectos de la inflación pueden llegar a afectar a las sociedades. Aunque la situación no es comparable en las economías avanzadas, merece la pena tener en cuenta que, si ciertos artículos básicos para las necesidades humanas se vuelven inasequibles, la estabilidad económica corre riesgo.
Además, este nuevo mundo de escasez pone en riesgo las relaciones económicas estratégicas entre países. Esto ya es evidente en el conflicto Europa-Rusia, donde esta última está utilizando los precios de la energía y los alimentos para presionar a los países europeos. La naturaleza de estos dos componentes, los alimentos y la energía, los hace muy volátiles y contribuye a una gran dispersión en el aumento de los precios. Es precisamente por esta razón por la que el ciclo económico actual está probablemente siendo el más volátil de los últimos 40 años, haciendo que los bancos centrales se enfrenten a un reto tan complejo. La dificultad es tal que les han decidido abandonar su tradicional forward guidance para mantener la mayor flexibilidad posible. Por lo tanto, es crucial estar atentos a las políticas de los bancos centrales para recalibrar su función de reacción y anticipar mejor sus decisiones en los próximos meses.
En mi opinión, la única manera de abordar el problema actual de la alta inflación y evitar la estanflación es provocar una recesión, y creo que los bancos centrales lo han dejado claro. Después de todo, hay una razón sencilla para entender esta preferencia por parte de las autoridades monetarias: las recesiones pueden gestionarse, mientras que la historia nos ha demostrado que nunca se sabe cuánto puede durar una situación de estanflación.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que el ciclo económico en Estamos Unidos sigue siendo bastante fuerte y, por lo tanto, cuando hablamos de una recesión para finales de año, nos referimos a una leve que además coincidirá con el momento adecuado para que la Fed detenga su plan de endurecimiento de la política monetaria. Aun así, aunque es poco probable que veamos algo parecido a la Gran Recesión, los "aterrizajes suaves" de la economía han demostrado ser difíciles de conseguir en términos históricos; la Reserva Federal tiene un historial bastante pobre en este sentido.
Por su parte, el Banco Central Europeo no sólo ha cometido el mismo error que la Reserva Federal al no reconocer la verdadera naturaleza de la inflación durante el inicio del año, sino que además ha retrasado su actuación y ahora tiene que recuperar su credibilidad. Por ello, lo que más importará a partir de ahora no es tanto el nivel que se alcance a nivel de tipos de interés, sino la velocidad con la que éstos se incrementen.