
Hace algunos años, cuando Gretha Thunberg todavía no se había erigido como una de las figuras más destacadas del activismo por la protección del medio ambiente y las siglas ESG todavía no tenían ningún significado para los mercados, lo último en lo que pensaban los grandes banqueros centrales era en el impacto que podría tener el cambio climático en la economía y también en sus propias políticas.
La estabilidad de precios, el objetivo de los bancos centrales, no parecía tener ninguna relación con la contaminación y el calentamiento global. Hoy esto ha cambiado.
El mundo se ha marcado la lucha contra el cambio climático como una de las principales prioridades y esto incluye a los bancos centrales, que reconocen abiertamente la amenaza que supone para la inflación. Se ha bautizado como un Cisne Verde, o un Cisne Negro climático, utilizando el término que acuñó Nassim Taleb en 2007 (eventos inesperados y muy poco probables, fuera de las expectativas habituales y de impacto extremo, que solo pueden ser explicados una vez se han producido).
El BCE ya está manos a la obra
Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE), empezó el año pasado a dar pistas de que el organismo que preside estaba inclinándose por tomar un papel protagonista en la lucha contra el cambio climático. En el marco de su revisión estratégica, que se tuvo que posponer por la llegada de la pandemia, el BCE ya tenía equipos trabajando para analizar el impacto del cambio climático en la inflación.
La revisión estratégica era la oportunidad perfecta para integrar estos análisis climáticos en las pautas de actuación del BCE, y los detalles se conocerán cuando el organismo haga públicas las conclusiones de la revisión en los próximos meses.
Sin embargo, la entidad ya está poniendo sobre aviso a los mercado, reconociendo de antemano que va a tomar un papel importante en la lucha contra el cambio climático. En la primera semana de junio Lagarde ha admitido que la distorsión en el clima influye en el comportamiento de la inflación, lo que lo incluye dentro de su mandato de garantizar la estabilidad de precios.
El alcance del cambio climático es enorme. El cambio de las condiciones afecta directamente a la producción de materias primas; solo hay que ver cómo puede afectar a una cosecha una mala temporada de lluvias, o una sequía, para hacerse una idea de ello. Por tanto, no parece nada descabellado que el calentamiento global sea una amenaza para la estabilidad de precios.
Lagarde quiere que haya un claro consenso en el Consejo de Gobierno de la entidad para poder adoptar este nuevo enfoque en sus políticas. Habrá que esperar a ver los resultados de la revisión estratégica este año, pero parece que, al menos de momento, la presidenta francesa tiene varios aliados de peso en este frente.
François Villeroy de Galhau, uno de los miembros más destacados del organismo, reconoció en la conferencia de principios de junio que el cambio climático está vinculado directamente con el mandato del BCE.
Ya a principios de 2020, el banquero central francés era una de las principales figuras que apuntaban en esa dirección. Escribió el prólogo del libro con el que se acuñó el término Cisne Verde, una obra editada por el Banco de Pagos Internacionales (BIS) en la que se analiza precisamente el rol de los bancos centrales como uno de los agentes principales para lidiar con los riesgos derivados del cambio climático.
Villeroy de Galhau escribía entonces: "El cambio climático es una amenaza sin precedentes para la sociedad, y nuestra comunidad de banqueros centrales no se puede considerar inmune a ello. El incremento en la frecuencia e intensidad de los eventos climáticos extremos puede generar pérdidas financieras irreversibles. Los riesgos climáticos amenazan los mandatos de los bancos centrales y la estabilidad financiera, así como los sistemas socio económicos en toda su magnitud".
Además de Villeroy de Galhau, Lagarde también parece tener un apoyo en el BCE que la ayudará en esta lucha: Jens Weidmann, presidente del Bundesbank, y uno de los mayores halcones de la entidad, también ha reconocido que los bancos centrales pueden "apoyar la ecologización del sistema financiero", y cree que pueden ayudar a asegurar que la banca incorpore los riesgos relacionados con el clima con la gestión de riesgos. Hasta hace no tanto, Weidmann era una de las voces que descartaban que los bancos centrales fuesen a tener un papel contra el cambio climático.