Ingrid Betancourt, quien cumple el sábado seis años en poder de las FARC, se hizo conocer en Colombia como una política con un carácter recio, que ha mantenido en el cautiverio durante el cual ha enfrentado a los rebeldes e intentado fugarse, aunque abatida en su imagen más reciente.
Víctima de la presión, Betancourt -que cumpió 46 años el 25 de diciembre-, ha increpado en varias ocasiones a los guerrilleros a quienes reclama un trato digno y también mantuvo roces con otros rehenes, según testimonian antiguos compañeros de cautiverio.
La ex congresista Consuelo González, liberada en enero, recordó que en los campamentos a Ingrid se le "notaba muy flaca, flaquísima, y con problemas de salud pero mentalmente estaba firme", y que aún cautiva "debatía mucho, con la vehemencia que la caracteriza".
Esa vehemencia la llevó a mediados de los años noventa a ser la congresista más votada en el partido Liberal, del cual abjuró tras denunciar la influencia del narcotráfico en la política, y fundar el partido verde Oxígeno con el cual se presentaba como candidata presidencial cuando fue secuestrada.
Hija del ex ministro de educación Gabriel Betancourt, que murió meses después del plagio, y de Yolanda Pulecio, una ex reina de belleza que se dedicó a la política poniendo empeño en causas filantrópicas, Ingrid amaba el debate.
Estudió en el Liceo Francés de Bogotá, donde sus ex compañeros la recuerdan como brillante, ambiciosa, estudiosa, con un gran poder de convencimiento e ideas de izquierda.
Luego viajó a París para estudiar ciencias políticas y fue alumna del ex ministro Dominique Villepin. Obtuvo la nacionalidad francesa por su matrimonio con Fabrice Deloye, un diplomático, con quien antes de separarse tuvo dos hijos, Melanie y Lorenzo, que pasaron una adolescencia marcada por el secuestro.
Regresó a Colombia a comienzos de los años noventa y tras un breve paso por la burocracia se dedicó a la política y conoció a su segundo esposo, el publicista Juan Carlos Lecompte.
Otra ex rehén, Clara Rojas, que recuperó la libertad junto a González, también admitió que pese a su estrecha amistad, en medio del cautiverio surgieron desaveniencias con Betancourt, especialmente tras uno de los al menos cinco intentos de fuga.
Rojas, que tuvo un hijo con uno de sus captores, acompañaba a Betancourt en el momento del secuestro en febrero de 2002 cerca de San Vicente del Caguán (sureste).
Las circunstancias del plagio revelan mucho de la personalidad de la colombo-francesa, a quien las autoridades le habían advertido el riesgo de viajar a esa zona, donde tres días antes se había dado por concluido un proceso de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Pero ella lo hizo igual, convencida de que sus posiciones progresistas eran su mejor escudo de protección, según reveló Rojas, quien agregó que en un primer momento ambas pensaron que el secuestro sería pasajero.
Pero no fue así y Betancourt acumula seis años de cautiverio que le han hecho mella. Un video y fotos divulgados en noviembre la muestran abatida, demacrada y silenciosa, en medio de inhumanas condiciones de cautiverio, que incluyen la colocación de cadenas por períodos.
Pero si las imágenes son dramáticas no lo son menos sus palabras en una extensa carta a su familia divulgada simultáneamente y en la cual sentencia: "Aquí vivimos muertos".
Ese mensaje y las imágenes, junto con las de otros rehenes, generaron una ola de indignación que llevó a la convocatoria de una marcha contra las FARC el 4 de febrero, que congregó a millones de colombianos en ciudades de su país y del exterior.
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