Internacional

May cumple un año en Downing Street con su carrera política rota

  • Los 'tories' la mantienen en el poder solo para evitar un gobierno de Corbyn
  • Su supervivencia depende del apoyo de los 10 unionistas norirlandeses
Theresa May. Foto: Reuters

Theresa May cumple esta semana su primer aniversario en el Número 10, pero es difícil que una primera ministra con los días contados celebre la efeméride. Su ascenso por aclamación, tras la retirada de la última rival del quinteto de aspirantes a relevar a David Cameron, parecía marcar una nueva era para un Partido Conservador consumido por los personalismos y las luchas cainitas, pero, un año después, la derecha británica continúa dividida en materia de Europa y sin confianza en quien está llamada a negociar el divorcio comunitario.

El actual panorama semejaba inverosímil hace doce meses. Los primeros lances de May eran prometedores, especialmente tras lograr la difícil tarea de alumbrar un gabinete de unidad y de haberse deshecho de la guardia pretoriana de Cameron. Su marcado cambio de estilo aparentaba satisfacer al electorado, pero la prueba de fuego de las elecciones generales demostró ser demasiado arriesgada para una política huidiza, aversa al riesgo y con una obsesión con el control casi patológica.

Continuidad en tela de juicio

Tras la pérdida de la mayoría absoluta en una votación convocada exclusivamente para ampliar su hegemonía en el Parlamento, su continuidad responde solo al interés de los conservadores por evitar la hasta hace apenas semanas impensable posibilidad, de forzar un magnicidio ahora, de entregar al laborista Jeremy Corbyn las llaves de Downing Street.

Este fin de semana, cuando se cumplía precisamente un mes del varapalo electoral, Theresa May insistía en que no se arrepiente de adelantar los comicios, pero su carrera, sin lugar a dudas, está vista para sentencia. Su supervivencia, como la de su gobierno, depende del apoyo en Westminster de 10 unionistas norirlandeses, una formación muy reaccionaria, y sus principales apuestas programáticas han sido relegadas al cajón de los descartes y olvidos.

Vilipendiada en su propia formación, una política hasta hace poco más respetada que querida se ha convertido en objeto de mofa, un escarnio que soporta como penitencia a una desastrosa campaña electoral en la que los errores estratégicos cometidos desde su entrada en el Número 10 quedaron en evidencia ante los votantes. Como consecuencia, la coronación esperada en el mes de abril, cuando su dominio de las encuestas la convenció de la conveniencia de capitalizar el apoyo demoscópico en las urnas, dio paso a la más amarga de las victorias.

Un plan fallido

Su táctica electoral falló al plantear una campaña personalista, casi presidencialista, para una política alérgica a dar titulares. La percepción inicial de dirigente efectiva se metamorfoseó en la de una mandataria dubitativa que evitaba concreciones y se arredraba ante la contestación. Aunque tras entrar en Downing Street entendió que el mayor cargo político de Reino Unido constituye un campo de minas en el que las alianzas y la medición de los tiempos resultan fundamentales, su incapacidad de delegar y su eterna desconfianza reforzaron su aislamiento en el Número 10.

De ahí que su privilegiada posición demoscópica y la presión de su reducido círculo la persuadiesen de la utilidad de legitimar su liderazgo en las urnas. La ironía es que si May consideraba que la mayoría de 17 diputados la maniataba para las negociaciones de salida, sobre todo en una cámara en la que predominaba el apoyo a la continuidad en la UE, ahora afronta el más difícil todavía desde un gabinete en minoría en el que las divergencias en materia de ruptura no solo son evidentes, sino que escapan a su control.

No en vano, el aura de infalibilidad que la rodeaba hasta que la campaña empezó a revelar grietas colisionó contra la máxima política de que las lealtades valen tanto como el último resultado electoral y el del 8 de junio se ha considerado responsabilidad exclusiva de quien, tras descartar durante nueve meses que adelantaría las generales, cuestionaba su reivindicada credibilidad de palabra.

Su ambición de llevar a los tories más allá de su granero natural de votos encontró eco en bastiones laboristas que habían votado Brexit y que, en principio, recibieron con agrado su dureza verbal en materia de inmigración y sus consignas de defensa de las "familias que apenas se arreglan". Su halo de certitud, sin embargo, quedó en evidencia cuando las concreciones necesarias en el periodo de más incertidumbre para el Reino Unido en las últimas décadas.

El aplauso que inicialmente le había valido sustituir la telegenia del ex primer ministro David Cameron por la discreción, una de sus grandes cualidades, ha convertido en tóxica su apuesta por transformar el constante flujo de información de este por la mínima expresión, como prueba un Brexit donde reina la opacidad. Como consecuencia, los interrogantes sobre su capacitación han aumentado a tal dimensión que, transcurrido un año de su ascenso, su caída se considera cuestión de tiempo.

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