
Con las encuestas sonriendo a Johnson, solo hay un factor que hace que los laboristas no pierdan por completo la esperanza: por primera vez en mucho tiempo, juegan en 'casa'. El campo de batalla electoral este año está en las zonas obreras del norte de Inglaterra y de Gales que llevan votando laborista desde hace un siglo, y de cuya decisión dependerá el próximo Gobierno.
Tradicionalmente, las elecciones se jugaban en las zonas urbanas de clase media que eran económicamente conservadoras pero socialmente progresistas y en las que ambos partidos, tories y laboristas, tenían opciones de ganar. Pero el Brexit lo ha cambiado todo: con la marca conservadora en retirada en las zonas urbanas que apostaron por la UE, Boris Johnson se ha lanzado a convencer al perfil de votante de Donald Trump: hombre blanco, obrero, de mediana edad, sin estudios, que quiere salir de Europa para demostrarle a las "élites cosmopolitas" quién manda y que está dispuesto a prestar su voto a Johnson porque "no es un 'tory' como los demás".
Este tipo de votante está en juego, precisamente, por la difícil postura laborista, que necesita contentar a la mayoría aplastante de votantes proeuropeos en sus filas, de la que dependen unos 200 de sus escaños y que les hace vulnerable en el centenar de áreas pro-Brexit que necesitan para ganar. Y también por la impopularidad de Jeremy Corbyn, muy quemado por sus contorsiones en los últimos dos años y los distintos escándalos que han marcado su etapa al frente del laborismo.
Sin embargo, dos factores dan algo de ánimos a la desmoralizada oposición. Por un lado, Corbyn, al contrario que Johnson, no necesita ganar. Mientras que el primer ministro tiene casi imposible encontrar aliados en un Parlamento que lleva derrotando a su Gobierno en cada oportunidad desde agosto, Corbyn puede pactar un acuerdo de mínimos con los nacionalistas escoceses y los liberal-demócratas. Aunque sea para un Gobierno breve, de uno o dos años, para celebrar un segundo referéndum y hacer algunas reformas económicas consensuadas. La clave está en no caer de los 250 escaños, una cifra factible si recortan las pérdidas al mínimo.
Un puñado de votos puede separar una victoria aplastante de una derrota de Johnson por la mínima
Y la segunda ventaja laborista es que, dentro de lo delicado de su posición, es más fácil jugar a la defensiva en zonas que tienen una larga inercia de décadas votándoles en cada elección. Cientos de militantes laboristas llevan días recorriendo casa por casa todas esas circunscripciones, apelando a votantes de toda la vida, familias de exmineros que jamás perdonaron a Margaret Thatcher, para que les den una oportunidad más. Su ilusión es que la mayor parte de ellos se rindan al verse enfrentados con las papeletas y decidan seguir con su partido de siempre.
Al final, en un sistema electoral como el británico, en el que lo único que importa es quién saca un voto más que el segundo en cada circunscripción, Johnson puede ver que su aumento en votos se traduce en una serie de derrotas por la mínima que no le reportan un solo escaño nuevo más. O, por el contrario, una serie de victorias por un puñado de papeletas que abran una hegemonía política como la de Thatcher o la de Tony Blair. Todo sigue en el aire.