
El giro de Theresa May en materia electoral obliga a cuestionar las consecuencias del adelanto de las generales sobre el Brexit y las motivaciones que llevaron a una primera ministra que consideraba que Reino Unido "no necesitaba más inestabilidad" a convocar una votación que cercena su reputación como política adversa al riesgo. Si las encuestas no se equivocan, su presencia en Downing Street quedará asegurada por uno de los mayores márgenes en décadas, por lo que el verdadero enigma del 8 de junio se centra en las implicaciones prácticas para la salida de la UE.
Tras meses descartando comicios anticipados, May intentó defender su cambio de opinión en base a la "división" provocada por la oposición, pero para una dirigente con mayoría absoluta en el Parlamento, la justificación tiene corto recorrido. Como le ocurrió a David Cameron con el referéndum, su decisión responde a la lucha de poderes en el Partido Conservador.
Su actual hegemonía en Westminster, de apenas 17 diputados, la mantenía rehén de las maquinaciones de las diversas facciones que siguen dividiendo a los tories. Ampliando el número de escaños a su favor, May adquiriría un poder prácticamente ilimitado, no solo para liberarse del yugo las políticas de Cameron, sino para imponer su agenda y garantizar que los términos del divorcio responden a su criterio, al menos en casa.
Además, la maniobra le permitiría sacudirse dos de los grandes estigmas que siguen atenazando su liderazgo: las suspicacias que genera en ciertos sectores eurófobos por haber militado en el frente propermanencia en el plebiscito de la UE, los mismos que demandan una ruptura sin relación alguna con el bloque comunitario, y el hecho de que su entrada en Downing Street fuese aupada por un puñado de parlamentarios conservadores.
Ventajas adicionales aparte, el auténtico catalizador de la convocatoria es y será el Brexit, pese a sus esfuerzos por defender que lo que se juega en las urnas es la estabilidad que dice representar, frente a una "coalición del caos". Ninguna apuesta que pueda incluir en el programa electoral tendrá tanta importancia para el futuro de Reino Unido como las decisiones que adopte en la negociación de salida, y si de algo le han servido sus nueve meses en el poder es para comprender que encontrará tanta oposición en Bruselas como en casa.
El 'Brexit', sin retorno
De ahí que, pese a su acreditada cautela, haya entendido que ante los dos años que tiene por delante, el mayor riesgo era no hacer nada, especialmente cuando las encuestas indicaban que nunca tendrá tan fácil apuntalar su presencia en el Número 10 y, por si fuera poco, que jamás encontrará mejor oportunidad de aumentar su poder para la tarea más compleja afrontada por un mandatario británico en tiempos de paz y de ganar tiempo para evitar un escenario que llevase a la economía británica al abismo.
Con todo, el anticipo electoral no abre una posibilidad de revertir el resultado del 23 de junio, en todo caso, lo confirma, pero tampoco ofrece más pistas de las conocidas sobre la estrategia de May. Quienes sugieren que la inesperada decisión indica su connivencia hacia un Brexit blando olvidan que ya ha confirmado su intención de abandonar el mercado común, la unión de tarifas y la jurisprudencia del tribunal comunitario, así como de limitar el movimiento de personas.
Lo que la premier evidencia es su entendimiento sobre la necesidad de aceptar concesiones, un intercambio difícil de digerir para los euroescépticos de su partido, a los que pretende acallar con el mayor poder para un dirigente conservador desde la II Guerra Mundial.