
Carlos de Borbón, el tercer hijo varón del rey de España Felipe V, fue una pieza clave en la política familiar para recuperar la influencia española en Italia. Heredó de su madre Isabel de Farnesio los ducados de Parma y Toscana y, cuando su padre conquistó el reino de Nápoles y Sicilia, fue coronado rey como Carlos VII.
Desde la capital, Nápoles, dejó de lado el absolutismo del Antiguo Régimen e intentó reformar y modernizar el reino de acuerdo con las nuevas ideas reinantes en Europa, el reformismo ilustrado. En 1759, tras la muerte de sus hermanastros Luis I y Fernando VI sin descendencia, abandonó Nápoles y regresó a España, donde fue coronado rey como Carlos III.
Aquí siguió la misma línea de reformas que en Nápoles, e incluso se atrevió a meterle mano a los latifundios de la nobleza y la Iglesia recortando su extensión y entregando parte de ellos a los más necesitados. Pero ya se sabe que los cambios no siempre son bien recibidos y cuesta implantarlos, aunque sean en beneficio de todos.
Como ejemplo tenemos el empedrado de las calles de Madrid y la creación de unos pequeños conductos para canalizar las aguas menores y mayores que se vertían en las calles. Hasta ese momento, en las calles se acumulaban excrementos animales y humanos, restos de comida... Eran auténticas pocilgas.
"Mis vasallos son como los niños, lloran cuando se les lava", llegó a decir Carlos III tras las protestas por las obras de empedrado y alcantarillado en la capital
El frío invierno madrileño disimulaba el pestilente olor, pero los días de calor eran insoportables en una ciudad de unos ciento cincuenta mil habitantes. La basura de las calles se limpiaba un par de veces por semana en el ritual llamado "la marea", que consistía en unos tablones o maderos tirados por mulas que iban arrastrando la basura hasta los vertederos distribuidos por la ciudad. A pesar de que el empedrado y la red de alcantarillado eran medidas en beneficio de todos los madrileños y, sobre todo, de su salud, éstos no las recibieron con buen gusto. De ahí la frase que acuño Carlos III: "Mis vasallos con como los niños, lloran cuando se les lava".
Para implantar esta nueva política reformista, el rey se rodeó de un equipo de ministros y colaboradores ilustrados españoles, como el conde de Floridablanca, Pedro Rodríguez de Campomanes o el conde Aranda, a los que se unieron algunos venidos de Nápoles como Leopoldo de Gregorio, el famoso marqués de Esquilache.
Aunque la revuelta que estalló en Madrid el 23 de marzo de 1766 -el motín de Esquilache- tenía como excusa la Real Orden redactada por el marqués, que prohibía el uso de los sombreros de ala ancha y ordenaba recortar las capas largas para evitar la ocultación de armas, la realidad es que simplemente fue la gota que colmó el vaso tras años de inflación, subidas de impuestos y estrecheces. Para más inri, era un extranjero el que estaba prohibiendo el uso de la vestimenta tradicional, así que la presión popular obligó a Carlos III a cesar a los ministros extranjeros y Esquilache tuvo que abandonar el país.
"He limpiado Madrid, lo he empedrado, he hecho paseos y otras obras que merecería que me hiciesen una estatua, y en lugar de esto me ha tratado tan indignamente", dijo Esquilache el día de su partida.
Cobrar a los ciudadanos por ver procesiones y desfiles cómodamente sentados fue un lucrativo negocio inventado por un italiano
Junto a políticos y diplomáticos italianos, también llegó a España un avispado hombre de negocios llamado Cioglio. Tan avispado que donde nosotros veíamos una simple procesión o desfile -muy dados nosotros a este tipo de exaltaciones y manifestaciones públicas de pasión y devoción-, él vio un negocio.
Cioglio solicitó autorización al rey para colocar sillas a lo largo del recorrido de los desfiles o procesiones para que los asistentes pudieran contemplarlos cómodamente sentados. Eso sí, previo pago del alquiler del asiento. Concedida la autorización real, Cioglio se convirtió en un hombre muy rico. Y de la castellanización o defectuosa pronunciación de Cioglio nació el término "chollo" en referencia al trabajo o negocio que produce beneficio con muy poco esfuerzo.
Seguro que los madrileños tenían en su cabeza la comedia "De fuera vendrá quien de casa nos echará", del dramaturgo del siglo XVII Agustín Moreto Cavana.