
Las deudas han existido, existen y existirán. Otra cosa, y muy distinta, es el amplio abanico de consecuencias que han sufrido los condenados por el delito de morosidad a lo largo de la historia, yendo desde la manus iniectio en la Antigua Roma, cuando el acreedor te podía "echar mano" y llevarte al mercado para venderte como esclavo -abolido en 47 a.C. por la Lex Iulia de bonis cedendis por la que la ejecución de la deuda pasaba a recaer sobre el patrimonio del deudor y no sobre el propio deudor- hasta lo que ocurre hoy en día cuando, algunos privilegiados futbolistas, negocian y pactan con el acreedor.
Desde la Edad Media hasta la segunda mitad del siglo XIX se extendieron por toda Europa las llamadas prisiones de deudores, donde eran encerrados los morosos condenados por los tribunales. Aunque algunas condenas acarreaban un determinado período de tiempo, lo normal es que sólo se obtuviese la libertad cuando se cancelaba la deuda.
Nadie contrataba a los morosos. Así que sin ninguna posibilidad legal de ganarse la vida, su única salida era la delincuencia... y otra vez a prisión
Como siempre ha ocurrido y ocurrirá, ya sea dentro o fuera de la cárcel, los humildes lo tenían más difícil que los que pertenecían a familias de posibles. Así, a los pobres, aunque condenados por míseras deudas, les era imposible saldarlas y, por tanto, tenían muchas papeletas de morir en prisión. Además, al ser una carga para los guardianes y no poder sacarles ningún beneficio, eran tratados con brutalidad, apenas alimentados y abandonados en algún rincón oscuro. Su única posibilidad era la caridad, y para ello se habilitaba una estancia de la cárcel con una reja a la calle para que pidiesen limosna a los transeúntes.
Los otros, los de posibles o con contactos en el exterior, podían mejorar sus condiciones dentro de prisión sobornando a los guardias, lo que era un complemento a sus escasas retribuciones. Asimismo, para saldar la deuda y conseguir la libertad, se les permitía recibir visitas, hacer negocios e incluso, como en Fleet Prison en Londres, vivir fuera de la prisión en las calles adyacentes.
James Oglethorpe, general británico y miembro del Parlamento, conoció las condiciones de las prisiones de deudores británicas por un buen amigo condenado por moroso. En 1728, y con la autorización del Parlamento, presidió una Comisión de Investigación de las condiciones de las cárceles cuyas conclusiones fueron que, lógicamente, se debían mejorar y que había que dar salida a los morosos encarcelados, ya que dicha reclusión impedía poder conseguir dinero para saldar la deuda.
Esta Comisión consiguió que el Parlamento modificase las leyes y muchos morosos fueron puestos en libertad. Y aquí llegó otro problema: nadie contrataba a los morosos. Así que sin ninguna posibilidad legal de ganarse la vida, su única salida era la delincuencia... y otra vez a prisión.
Ya que James Oglethorpe había creado el problema, buscó la solución: poder empezar de cero en el Nuevo Mundo. Para ello, junto a un grupo filantrópico, creó el Patronato para el establecimiento de la colonia de Georgia y solicitaron al rey, George II, la carta real y la concesión de tierras para dicho establecimiento. La metrópoli ahorraba los gastos de manutención en la cárcel, se libraba de potenciales delincuentes, reforzada sus posesiones en América y, además, el nombre de la colonia, Georgia, era un guiño al rey. En abril de 1732 el rey firmaba la propuesta.
Aquellos morosos olvidaron pronto las miserias sufridas en prisión y aprendieron rápidamente que la mano de obra esclava aumenta los beneficios exponencialmente
En noviembre de 1732, Oglethorpe partía junto a unos 100 colonos -morosos en su mayoría pero también perseguidos por cuestiones religiosas- rumbo al Nuevo Mundo. Y el 12 de febrero de 1733 llegaron a su destino, en el que fundaron la ciudad de Savannah, que años más tarde sería la primera capital del estado de Georgia. Supieron arreglar, de forma amistosa, las primeras diferencias con los nativos norteamericanos y, además, establecieron una normativa muy avanzada para su tiempo: igualdad agraria diseñada para apoyar y perpetuar una economía basada en la agricultura familiar e ilegalizar la esclavitud.
Diez años después, cuando Oglethorpe regresó a Londres, todo se vino abajo en aquella colonia utópica fundada por morosos. Con la prohibición de la esclavitud la mano de obra se reducía a la de los propios colonos y, según ellos, su crecimiento económico se limitaba frente al del resto de colonias. Así que, cuando el ideólogo se marchó, se levantó la prohibición y se trajeron esclavos.
Está claro que aquellos morosos olvidaron pronto las miserias sufridas en prisión y aprendieron rápidamente que la mano de obra esclava aumenta los beneficios exponencialmente.