Hace unos días, al terminar una entrevista radiofónica, el político que respondió a las preguntas le dijo al periodista: "Gracias por todo, me he sentido muy a gusto". Y a mí, esa respuesta tan sencilla me dio qué pensar.
Fue entonces cuando me acordé de ese jefe que nos decía ante una llamada de felicitación por un artículo: "Si te llaman de la empresa es porque lo has hecho mal". Caray, qué mal me sentaba cuando me lo decía. Pero más razón que un santo tenía, y como ya no es mi jefe puedo decirlo sin sonar demasiado pelota.
Cuesta demasiado incomodar al que tiene que responder. Lo digo por mi propia experiencia. El miedo a perder el empleo, al poder del anunciante y al del accionista son terribles enemigos del colmillo que deberíamos llevar incorporado en la grabadora. Y eso que en mi redacción hay colgados carteles por todas partes en los que dice bien claro: "Hay que escribir para la gente, no para las fuentes".
Pero nos hemos acostumbrado a una comodidad y una inercia en la que lo fácil es masajear al que está al otro lado. Con los empresarios es habitual, pero no digamos con futbolistas, actores, famosos de medio pelo y pelo completo en presentaciones. Demasiado suave.
El viernes fue probablemente el último desayuno en TVE de Ana Pastor. Una mujer a la que muchos acusan de parcial pero también es de las pocas a las que he visto incomodar a Cospedal, Alfonso Guerra y a Felipe González. Y con una capacidad de repregunta de la que muchos carecemos.
El otro día, al recibir un premio de la Academia de Televisión, pronunció un discurso absolutamente emotivo de agradecimiento a Fran Llorente (me gustaría saber a cuántos de la profesión aplaudirían al unísono sus subordinados al ser despedidos, por cierto). Y como ya no es su jefe, tampoco resulta pelota. Con una frase para enmarcar: "Quiero mirar a la cara a mi hijo durante toda mi vida. No quiero que nadie le diga: tu madre tuvo miedo ante el poder". Ojalá me equivoque y sólo sean unas vacaciones hasta septiembre.