Por mucho que intente cambiar de canal cuando empieza la publicidad, por mucho catálogo que recicle antes de que nadie lo vea -como si estuviera cometiendo un delito-, sé que llegará el momento en el que nos toque escribir la carta a los Reyes Magos. Hasta ahora todo era fácil, agarrándome a excusas como "es tan pequeña que todavía no se entera, no te preocupes". Pero la niña ya tiene cuatro años, y como todos, sabe latín.
Así que temo el momento en el que empiece a pedir. El año pasado -yo confieso- me bastó con una baraja de cartas de Blancanieves, un puzzle y un par de figuras con Bella y Bestia. Y acabó encantada, feliz, no tanto yo que tuve que hacer el puzzle unas 16.000 veces -y seguimos en ello-; pero lo de este año...
Hemos hecho una, pero me da que la vamos a actualizar demasiado, queda aún tiempo para añadir peticiones. Por mucho que haya empresas que recomienden no regalar más de tres juguetes en Navidad, por mucho que nos digan que tener "niños hiperregalados mata su imaginación y les produce aburrimiento", cometeremos errores. Somos padres, es lo que se espera de nosotros.
Salvemos la imaginación
Lo intentaré, prometo que evitaré a toda costa cosas demasiado caras, evitaré marcas, pero hay principios a los que renunciaré. Ya se encargan los colegios de soltárnoslos dos semanas y media, y ya se saben de memoria los capítulos de Dora la exploradora, ya han pintado y repintado sus cuadernos de colores, ya han roto todo lo rompible, ya se saben el puzzle con las letras del abecedario...
Que me perdone mi hija si piensa que soy una rata por no tener 20 cosas como quizá el resto de sus compañeros, que me perdonen los pedagogos que me piden que divertir a mis hijos es el mejor regalo que les puedo hacer. Ya me encargo de ser cocinera, enfermera y payasa sin fronteras el resto del año. Haga lo que haga, habrá alguien que siempre acabe descontento. Como en las bodas.
Ángeles Caballero es redactora de elEconomista.
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