
Ni la Constitución, cuyo aniversario hemos vuelto a celebrar, ni lo conseguido por Clara Campoamor, de cuya muerte se cumplen 40 años en 2012. Hay cosas que no cambian.
Me lo cuenta una amiga periodista, a la que el otro día, durante una reunión de trabajo, uno de los asistentes le pidió que le trajera una Coca-Cola. Ella, entre perpleja e indignada, accedió a los deseos del sediento caballero. Recordemos, es periodista, no azafata de congresos. Yo la entiendo. Hace poco, un entrevistado ilustre le pidió a la periodista que le iba a hacer una entrevista que le trajera un café con leche mientras se preparaba para el aluvión de preguntas. Me pregunto si estos señores habrían hecho lo mismo si los periodistas hubieran llevado barba. Me pregunto y me respondo, más bien. No.
Y entre estas quejas, hago una entrevista y no salgo de mi asombro. Me cuenta Beatriz Zafra, directora de Formación del Consejo Superior de Cámaras de Comercio, algo que les pasa más veces de las deseables a las mujeres que se deciden a montar un negocio. Me dice que los proyectos de ellas se diferencian de los de ellos porque nosotras tenemos más problemas para acceder a la financiación.
Alto. No piensen que esos obstáculos tienen que ver con el machismo del de la sucursal bancaria o del organismo al que se va a pedir dinero. Beatriz me cuenta que si estás casado en régimen de gananciales, suelen pedir al consorte que firme, dando a entender que avala y apoya el negocio y por tanto el riesgo al que se somete su pareja. "Ellas firman siempre, ellos no tanto. No confían mucho en que el negocio vaya adelante", afirma. A ustedes igual les parece normal. A mí, para nada. Puede que nosotras no tengamos tanta ambición, menos confianza en nosotras mismas, no sepamos negociar los sueldos y nos conformemos con menos. Pero que el marido de la futura empresaria no le apoye en su sueño, es como para mandarle a paseo. O mandarles a mi madre. No saben cómo se las gasta.
Ángeles Caballero, redactora de elEconomista.