
El hecho de que los niveles de productividad sean muy diferentes entre empresas de dimensiones similares en el mismo país y en el mismo sector es un asunto de una enorme importancia que, sin embargo, se queda a menudo en un segundo plano en los debates sobre la materia.
La escasa atención a la creciente heterogeneidad de los resultados de las empresas refleja la orientación que caracterizó a los estudiosos del tema durante décadas. De hecho, desde los años sesenta, expertos en crecimiento económico como Zvi Griliches y Dale Jorgenson habían intentado explicar estas diferencias de productividad con el sólido fundamento teórico de la función de producción macroeconómica.
La teoría económica
Según la teoría de la producción, una empresa es más productiva que otra esencialmente porque dispone de recursos -"factores de producción", en la jerga microeconómica y, en la práctica, capital y trabajo- de mejor calidad. Cuando los ordenadores sustituyeron a las máquinas de escribir, la productividad en las oficinas aumentó mucho. Y lo mismo suele ocurrir cuando un trabajador con título de escuela elemental o secundaria es sustituido por un licenciado. De ahí que, según Griliches y Jorgenson, una empresa con éxito es más productiva: a igualdad de recursos empleados, la calidad de su capital y de su personal (su capital humano) es mayor.
El problema de esta aproximación reside en medir con precisión la aportación productiva de la calidad del capital y del personal. Una medición realmente complicada.
Sin embargo, los economistas del trabajo calculan con relativa precisión que un año de escolaridad más equivale a un aumento de sueldo de cerca del 10 por ciento en el mercado laboral. Por el contrario, no consiguen ser tan precisos cuando les toca cuantificar las ganancias que se pueden derivar del aumento de la escolaridad en términos de productividad empresarial.
De hecho, cuando se descompone el crecimiento de la productividad laboral en sus componentes más fácilmente medibles (es decir, el capital y el trabajo), habitualmente -y una vez hecha la descomposición- "se desvela" un porcentaje nada insignificante, signo de que la contabilidad de la productividad y del crecimiento económico no consigue capturar realmente todos los ingredientes de la realidad que debería medir.
Los expertos en dirección
A las escuelas de negocios les cuesta entender las dificultades de interpretación con las que se topan los economistas. La respuesta de los expertos en economía empresarial al problema de la heterogeneidad de los niveles de productividad de las empresas suele ser muy sencilla: en la base de las diferencias observadas en los resultados (de los que la productividad es uno de los indicadores) hay diferencias en la calidad de los directivos.
Capital y trabajo tienen que combinarse eficientemente. Para desempeñar el papel de directivo se necesita una persona (o mejor una función) que los microeconomistas durante mucho tiempo han escondido dentro de una caja negra. Una caja que contenía la tecnología y la capacidad directiva y organizativa.
Hay que decir, sin embargo, que incluso para los economistas de las empresas resulta difícil cuantificar con cierta precisión qué diferencia introduce la calidad del directivo en la productividad empresarial. Y todavía es más complicado explicar el porqué persisten estas diferencias.
Desde hace unos años, dos economistas de la London School of Economics (Nick Bloom y John van Reenen), en colaboración con la McKinsey, intentaron abrir la caja negra que vincula los recursos y los bienes y servicios obtenidos en el empleo de estos recursos.
De esta forma, levantaron el velo de la ignorancia de la economía sobre la contribución de los directivos a los éxitos de las empresas. Y lo hicieron con métodos de investigación muy innovadores y fácilmente replicables en otros contextos.
Por ejemplo, con entrevistas double blind, en las que los entrevistados ignoraban que las informaciones recogidas servían para atribuir puntos a la calidad de los managers, mientras los entrevistadores ignoraban la identidad de las empresas a las que pertenecían los entrevistados. De esta forma se redujo la influencia de los prejuicios sobre la recogida de información.
Las investigaciones -basadas en más de 700 empresas de dimensiones medianas de diversos países europeos y de Estados Unidos- permitieron descubrir indicadores precisos sobre la calidad del management, medida según diversas dimensiones, como la utilización de técnicas de producción flexible y de gestión de de las previsiones basadas en el just-in-time.
Productividad y calidad
Los análisis de Bloom y Van Reenen ofrecen resultados de gran interés, que ya se convirtieron en estándares en este campo. En primer lugar, demostraron el resultado esperado: la calidad de la dirección influye mucho en la productividad de la empresa.
Si se divide a los directivos en cinco categorías (óptimo, muy bueno, bueno, discreto y deficiente) en función de las informaciones obtenidas a través de sus respuestas, se demuestra que si la calidad del ejecutivo pasa de "discreta" a "buena", la productividad empresarial crece de manera semejante en las compañías de varios países incluidos en la muestra (un 25 por ciento en la productividad laboral e, incluso, un 65 por ciento en la rentabilidad del capital).
Además, se demuestra que los aumentos de productividad se obtienen por la adopción completa de las modernas técnicas de management y no por la introducción de uno de los diversos aspectos de la "modernización".
Por último, los análisis estadísticos de Bloom y de Van Reenen indican que la probabilidad de encontrar directivos eficientes es más elevada dentro de la propiedad de las empresas familiares que se transmiten a los descendientes que a través del mercado.
Teniendo en cuenta estos datos es posible que las investigaciones económicas culminen en resultados rigurosos que sean también lógicos y aplicables.