
Fue inmenso. No decepcionó a nadie. Una semifinal de Champions como hacía mucho tiempo que no se veía: buen fútbol, dos propuestas antagónicas, polémica, dramas...y un ganador, el Atlético de Madrid. El equipo que juega con cilicio, el equipo que nunca deja de creer, el equipo hecho de titanio. Sólo imaginando al Atlético con más vidas que Rasputín se entiende que sea finalista de la Champions League. Sólo así se entiende que la venganza llegase, 42 años después.
La carrera en solitario de Griezmann ante Neuer, esos segundos de tensión antes del tanto, serán recordados por los rojiblancos durante mucho tiempo. Alguno quizá creyó ver a los Aragonés, Gárate, Reina...empujando al francés, susurrándole el lado al que lanzar la pelota. La manera de clavar la daga para ajustar cuentas. La forma de cerrar una herida que se abrió en Bruselas y ha cicatrizado con mucho dolor de por medio.
Será el '7' el que se lleve las fotografías, pero buena parte del éxito rojiblanco reside en dos manos, la de Jan Oblak. El hombre que ha convertido 16 millones de euros en una minucia, en una ganga. Hasta cinco paradas de muchísimo mérito (entre ellas, un penalti a Müller) sostuvieron al Atlético en los momentos de mayor sufrimiento. Una heroicidad al alcance de unos pocos elegidos.
En ese sentido, honor eterno al Bayern y a Pep Guardiola. Lo intentaron, con toda probabilidad lo merecieron, pero tuvieron enfrente a una fortaleza inexpugnable, a pesar de que esta vez sí mostró fisuras. Lo normal cuando el que ataca es el ejército más diabólico del planeta. Lo de los alemanes fue una exhibición desde el minuto uno: una combinación letal de juego directo, ocupación de espacios, corte de cualquier salida rival...un monólogo que fue capaz de agobiar a un equipo que disfruta con los latigazos.
En una primera parte primorosa del Bayern de Guardiola, el Atlético se fue con un 1-0 en contra cuando cualquier equipo se habría ido virtualmente eliminado al vestuario. En eso reside la grandeza de una escuadra que a base de sufrir se ha hecho un hueco entre los importantes de Europa. La capacidad de sacrificio de un bloque que le ha llevado a su segunda final en tres años. La entidad de sus rivales engrandece aún más la hazaña.
Por primera vez en mucho tiempo, el Atlético sufrió con centros laterales. Se sintió desorientado porque tampoco ganaba los balones divididos. Otorgó espacios a Lewandowski porque no fue capaz de marcarle. Aún así, a pesar de ello el 1-0 llegó a balón parado. Xabi Alonso igualaba la eliminatoria con un disparo de falta que desviaba Giménez, imposible hasta para Oblak. Antes, el esloveno ya le había salido a los pies a Lewandowski para evitar el gol. Pero tenía reservado lo mejor para los once metros.
Giménez agarró de forma descarada dentro del área a Javi Martínez en un córner, y Müller se encontró con que el meta le adivinaba el lado, le paraba el penalti y después el rechace. Douglas Costa y Ribery se hartaron a regatear y poner centros, Lewandowski había merodeado el área sin éxito y la sensación era de agobio, de que el Atlético estaba embotellado. Era así, pero salvarse del 2-0 le abrió los ojos a Simeone, que llegó con el plantel vivo al descanso.
La entrada de Carrasco fue agua de mayo para los visitantes, que en ocho minutos asaltaron la banca fruto de la presión: Torres asistía a Griezman, que en posición dudosa se plantaba sólo ante a Neuer para batirle por bajo y despejar los fantasmas de toda una generación de rojiblancos.
El golpe pareció noquear al Bayern, pero solo por unos minutos. Depsués, se levantó cual gigante que es, y volvió a someter al Atlético. Ahí salió al rescate Oblak. En el interior de un volcán, el portero fue el chaleco salvavidas de un grupo de gladiadores con maneras de chicos de barrio. Una parada a un zurdazo de Xabi Alonso, un par de salidas autoritarias, otra intervención ante Lewandowski...y al final, el gol llegó. Vidal le ganó la partida a Filipe de cabeza, y el '9' remachó a la red en el segundo palo.
Casi sin tiempo para pestañear, Torres fue derribado fuera del área y el árbitro (es un misterio cómo Çakir pudo verlo dentro) pitó penalti. El de Fuenlabrada, fiel a su relación de amor-odio con los penaltis, la mandó a las manos de Neuer. La reacción del Allianz fue colérica: pareció que las diez plagas del Antiguo Testamento se hubiesen desencandenado sobre el área de Oblak. Nadie contaba con que el pelirrojo barbudo es el portero del equipo de la muerte. Alaba debe estar pensando, sin reparar aún en ello, cómo pudo llegar a ese disparo que le desvió media defensa casi en el añadido. Ahí acabó todo.
Con la atrevida seguridad del que se siente invulnerable, el Atlético de Madrid ya espera rival en la final de la Champions haciendo del infarto un partido de 90 minutos. Tras ganar al vigente campeón y rendir cuentas con el Bayern, le queda lo más difícil: levantar el trofeo que se le escapó en Heysel y en Lisboa. Para hacerlo, (como el Cholo-Che Guevara de La Gazzeta) sólo le queda ser realista y pedir lo imposible.