
Cristiano Ronaldo afronta uno de los Clásicos con menos opciones de sacar beneficio de los últimos años. Con el Barcelona muy lejos en la tabla, el Real Madrid tiene poco que ganar en el Camp Nou. Sí goza de un gran aliciente para el portugués, que tras el partido de ida en el Bernabéu aún tiene una asignatura pendiente.
La pobre imagen que el luso ofreció en el encuentro disputado en noviembre (en consonancia con la del resto del conjunto) coleó durante mucho tiempo en Valdebebas. Se rumoreó que el tiempo de liderazgo del delantero estaba llegando a su fin, que su capacidad para salir al paso en las grandes citas se había esfumado.
En la eterna contraposición con la labor de Leo Messi, la diferencia en ese Clásico fue especialmente dolorosa: el argentino salió como el gran triunfador de la noche y se le vio activo, determinante, otra vez sobrenatural. No pasó desapercibido para nadie.
Tampoco lo fue para un Cristiano que ha estado a la defensiva en los últimos meses. Cuando se le ha preguntado por el nivel de esta temporada, ha contraatacado con cifras, pero las sensaciones ante equipos de entidad no hablan bien de su curso.
Por tal razón, el portugués tiene ante sí un desafío doble: pelea contra el Barcelona y contra sí mismo, contra lo que él fue hace no tanto tiempo. El objetivo es recuperar su mejor versión y eso pasa por dar un puñetazo en la mesa en Can Barça. El título puede ser casi una quimera, pero la victoria significaría un golpe moral no solo para el Real Madrid, sino también para Cristiano.
Frente a él, lo que más daño hace a un futbolista en un momento bajo o en una situación de reinvención: el reflejo de lo importante que pudo llegar a ser. Si quiere regresar a ese nivel, también deberá combatir contra su propia ansiedad, la que le convierte en un animal competitivo y la que, por otra parte se sumerge en la excesiva autoexigencia. Otra lucha más que se dirimirá en el césped del Camp Nou.