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Solucionar el problema de las pensiones es cambiar las cañerías sin interrumpir el servicio

La sociedad española ha dado una lección a los políticos esta semana al despedir a Adolfo Suárez, elevando a la categoría de mito al primer presidente de nuestra democracia española. Tras una lápida labrada con cuatro palabras, "la concordia fue posible", y con gritos a sus homólogos de profesión de "a ver si aprendéis de Suárez", hemos sabido hacer justicia a la manera en la que Napoleón diferenciaba a los ejércitos de los mercenarios. Unos saben enterrar a sus muertos y otros los abandonan.

La necesidad de recuperar el talante, el consenso, el sentido de Estado para la nación, el honor, la dignidad, la grandeza de miras, el valor político, la audacia, la ambición, el liderazgo, la solidaridad democrática, el ejemplo colectivo, el respeto para la sociedad española, se hace más necesario que nunca ahora que los dos grandes partidos políticos se niegan a reconocer que el actual sistema público de pensiones está quebrado. Según un cálculo de sensibilidad realizado por Inversión a Fondo no durará más allá de 2038. La fecha años arriba o abajo poco importa, el problema es dar la espalda al problema y hacer mutis por el foro a una realidad de la que venimos alertando reiteradamente desde esta publicación.

El coraje de Suárez para dar la vuelta al Estado, para ganarse la legitimidad, es al que deben de aspirar los políticos que hoy piensan el próximo resultado electoral y no en las desastrosas implicaciones que tiene no afrontar el problema de las pensiones públicas a medio plazo. Puede ser cierto que mientras el desequilibrio de las cuentas públicas entre ingresos y gastos siga existiendo no sea el momento apropiado de acometer una de las grandes reformas estructurales que demanda nuestra sociedad.Pero que políticos, empresarios y sindicatos se sentaran y comunicaran que se necesita un pacto de Estado para arreglar un problema de sobra conocido serviría para concienciar del fraude piramidal sobre el que hemos construido nuestras jubilaciones públicas.

Una situación tan insostenible como la que se le puso sobre la mesa a Adolfo Suárez: hiperinflación, déficit público incontrolado, dependencia energética del exterior (70 por ciento con una crisis del petróleo retrasada por el tardofranquismo, que trató de aparcar que en el 73, el crudo llegó a multiplicar por diez su precio). La necesidad era arreglar las cosas porque como dijo Enrique Fuentes Quintana, ministro de Economía del primer Gobierno de Adolfo Suárez, "si los demócratas no acababan con la crisis, la crisis acabaría con la democracia". Esta filosofía debería ser el motor dinamizador para ponernos a arreglar entre todos, y ya, el problema de las pensiones. Y recalcamos el ya porque Suárez fue capaz de cambiar las cañerías del agua y los cables de la luz sin interrumpir el servicio a los ciudadanos.

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