
Presas de una desolación total, los supervivientes de los corrimientos de tierra en el nordeste de Afganistán exigían ayuda urgente y lloraban a las 300 personas muertas en la tragedia que transformó este remoto pueblo en un cementerio.
Los masivos deslizamientos de tierras se produjeron el viernes en el distrito de Argo de la provincia de Badajshan, una región pobre y montañosa fronteriza con Tayikistán, China y Pakistán, y relativamente preservada hasta ahora de la violencia de los insurgentes talibanes.
Tras unas lluvias torrenciales, se formó un torrente de lodo y de piedras que llegó por un valle encajonado hasta la localidad de Aab Bareek, arrasándola.
El alud destruyó cientos de casas y dejó al menos 300 muertos, según las autoridades, que advirtieron sin embargo que podría haber más víctimas.
El presidente Hamid Karzai decretó este domingo como jornada de duelo nacional en homenaje a las víctimas, y las banderas afganas ondeaban a media asta en los edificios oficiales.
En Aab Bareek, la catástrofe dejó a 700 familias en la miseria absoluta, y muchas de ellas pasaron las dos últimas noches a escasos metros de las ruinas de sus casas, frágiles edificaciones de adobe barridas por una avalancha de tierra.