
Con Alfredo Pérez Rubalcaba coincidí en dos grandes inquietudes. La docencia universitaria y la política. En las dos me superó. En la política con creces. Por eso, desde la más sana envidia y admiración le he deseado lo mejor en su dolencia. Ahora espero que allá donde esté reciba el premio a su bonhomía.
Alfredo siempre tuvo una imagen de hábil político. Hasta el punto de ser considerado un "Maquiavelo". Se le atribuía en su larga trayectoria política una inteligencia extraordinaria para la conspiración y el uso de la información. Apoyaba esta atribución su figura, un tanto quijotesca por su delgadez fibrosa, propia de un sprinter que en su juventud estuvo a punto de superar el récord de los 100 metros lisos con un tiempo de 10,9 segundos en 1975. También contribuía a ello su cabeza de frente despejada y cara dominada por unos ojos que trasmitían inquietud y por su larga barba. En realidad, como pasa casi siempre con las personas responsables, nunca fue conformista y de ahí su entrada en la política antifranquista. Su búsqueda de un lugar en el que desplegar sus inquietudes políticas le llevó desde la extrema izquierda y el PCE (quién no lo era entonces en la juventud universitaria) hasta el socialismo democrático. También le llevó, ya en la democracia, a participar en movimientos críticos dentro del PSOE, que entonces se llamaron renovadores. Todo ello sin dejar de ser fiel a sus ideales. Eso abundó esa figura de hábil conspirador. Tuvo responsabilidades ministeriales con Felipe González y más allá, incluyendo la de ministro del Interior con Rodríguez Zapatero y la de vicepresidente del Gobierno, acabando de primer secretario del partido, candidato a presidente de Gobierno y jefe de la oposición. Una carrera brillante, que refuerza su leyenda de político inteligente y experto en el uso de la información y el poder.
Fue en esta última fase de su responsabilidad política donde demostró que todos esos esfuerzos iban orientados al bien de España. Hasta tal punto que incluso sus adversarios políticos (nunca fueron enemigos) le han echado de menos en más de una ocasión cuando se ausentó de la política activa. Ahora, como pasa con las personas sin doblez, se le reconoce que supo pactar con altura de miras en materia antiterrorista y, sobre todo, ayudar en una de las operaciones políticas más delicadas de nuestra democracia: la sucesión en la Jefatura del Estado; el paso sin traumas y con serenidad de la Corona desde Don Juan Carlos I a Don Felipe VI. Lo que habría podido ser un terremoto institucional, se realizó con normalidad democrática, gracias al acuerdo entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba. En ello tuvo un papel fundamental como jefe de la oposición. Máxime cuando lideraba un partido de larga tradición republicana.
Por sus obras les conoceréis, dice la Biblia. Por las aportaciones en la lucha antiterrorista, Alfredo ha sido un líder
Así que ahora se ha reconocido que Alfredo Pérez Rubalcaba ha sido siempre un político honrado, un hombre de Estado. Se dice que el liderazgo solo se puede calificar a posteriori. Es una vez acabada la peripecia personal del líder cuando se sabe si su aportación a la sociedad ha sido positiva o no. Por sus obras les conoceréis, dice la Biblia. Por las aportaciones en la lucha antiterrorista, cuando prácticamente se estaba acabando ETA y por su aportación a los problemas de España se puede decir que Alfredo ha sido un líder para España.
En estos últimos años la situación política ha pasado por un proceso convulso, en los que el "no es no" abunda, donde hay nuevos "cordones sanitarios" y los dirigentes políticos en lugar de resolver los problemas los crean. Por eso, los que estuvimos en labores públicas en una época de consensos y acuerdos echamos de menos esos comportamientos, querríamos "hombres de Estado" en lugar de "militantes de partido", constructores de alianzas y acuerdos que den estabilidad a España en lugar de personajes que vean enemigos donde solo deberían buscar soluciones. Nos gustaría encontrar más Rubalcabas.
Cuando escribo este artículo, Alfredo ya no está con nosotros y, aunque sé que no coincidimos en la creencia sobre lo que nos espera, le deseo que nos ayude desde allí; porque sí que sé que allí se le acogerá como el hombre de bien que ha sido.