
"Alterar el tiempo es también una resistencia al machismo". Carmen Calvo a propósito del cambio horario.
Acaban de publicarse dos libros complementarios: Breve tratado sobre la estupidez, de Ricardo Moreno Castillo (Fórcola, 2018) y La tiranía de los imbéciles, de Carlos Prallong (Unión Editorial, 2018). El enfoque del primero es parcialmente político y el segundo lo es plenamente. De hecho, este último puede entenderse como un alegato contra la corrección política, ese pulpo de mil brazos que nos rodea y nos ahoga, contra el cual es preciso luchar "sin medida ni clemencia". Una corrección que no hoy pretende decidir -vía pedagogos irresponsables- lo que se ha de exigir en los estudios a los jóvenes.
Ricardo Moreno sigue el principio de Hanlon ("eliminar la maldad haría mucho bien a la Humanidad, pero acabar con la estupidez sería mucho más beneficioso"). La estupidez en la política suele estar cubierta por esa capa impenetrable que es la ideología. La ideología es algo parecido a las anteojeras que se ponen a los caballos para que no aparten la mirada de la ruta marcada por el amo. Como es obvio, toda ideología conduce inexorablemente al sectarismo: "Cuando las ideas se convierten en un cuerpo de doctrina cerrado que se define como algo, se convierten en ideologías, en un armazón sobre el que se sustenta la imagen que el sujeto quiere tener de sí mismo. Y entonces ya dejan de ser ideas."
El analista Rafael Núñez Florencio tiene recopiladas algunas perlas que ilustran cómo la estupidez ha entrado en la comunicación pública. Así, encontramos un cartel en una zona de picnic diciendo "No haga fuego, puede quemarse". Una indicación al borde de una piscina: "No intente respirar debajo del agua" y otra distinta que advierte: "No se tire a la piscina sin agua". "Este balcón no es un trampolín" (esto debe ser para los descerebrados del balconing). Un cartel sobre las vías férreas: "¡Cuidado! Puede pillarle un tren"». Quien redactó esta última prohibición no quería dejar ningún cabo suelto y añadió: "Prohibido el paso. Si no sabe leer, pregunte antes". En efecto, la estupidez ha llegado a las plazas públicas y allí pretende quedarse.
Prallong, por su parte, subraya la capacidad de contagio que tiene la imbecilidad. En efecto, es muy cómodo ser estúpido. Por eso Prallong dice que la vida es en sí misma complicada o, como dicen otros, somos nosotros quienes nos la complicamos. Al final, es lo mismo. Lo cierto es que, como ha estado martilleándonos la filosofía desde el período grecorromano y luego en la etapa reciente, con Heidegger y Sartre, la libertad puede ser un don, un privilegio, pero también una carga difícil de asumir. El imbécil renuncia con gusto a la libertad con tal de que lo liberen de la responsabilidad. De la responsabilidad sí, pero no del derecho a quejarse con razón o sin ella.