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Política y muertos vivientes

Foto: Reuters.

Los políticos españoles impacientes desentierran sus muertos vivientes. La necrofilia española es potente. Nos gusta regodearnos en nuestros pleitos pendientes. Para eso nada mejor que lanzarnos unos a otros los antecedentes, a ser posible aderezados con parientes. Un presidente desenterró simbólicamente a su abuelo y muchos dirigentes alardean de que sus antepasados eran militantes del bando propio o del contrario.

Dice Jesucristo a sus discípulos en un pasaje del Evangelio: "Dejad que los muertos entierren a sus muertos". Indicando en esa frase que lo importante es el futuro y que el pasado, pasado está. Lo que no se hizo, ya no volverá. El error allí quedó y el éxito el tiempo enterró. La nostalgia es mala consejera, porque piensa como Jorge Manrique que "cualquier tiempo pasado fue mejor", que los ideales enterrados eran más puros que los ahora enarbolados o revive los pasados para fortalecer a los suyos.

Este fin de semana es el de los muertos. Los cementerios son visitados por los allegados de los allí enterrados. El respeto a los fallecidos es una costumbre milenaria. Seguro que algún historiador encuentra rastros precristianos en las fiestas del 1 y 2 de noviembre. La Iglesia con sabiduría de siglos los bautizó y en los "campos santos" (que así se llamaron) los restos de los que existieron reciben las flores de los que les siguieron.

Respetables ceremonias que albergan sentimientos. Respetables sentimientos en base a los recuerdos. Respetables recuerdos que quedaron en la memoria individual y colectiva.

Por eso buscar a quienes la violencia dejó donde desconocen sus deudos es un acto meritorio que ayuda a restablecer el equilibrio del pasado. Pero utilizarlos para diatribas es olvidar que la sabia naturaleza acaba igualando a unos y otros. Al final, lo que fue materia solo diluyéndose en la tierra aporta su energía para crear nueva vida.

De 1977 a 1978 los constituyentes quisimos no olvidar, pero si dejar en buen recuerdo a todos los que sufrieron en la guerra civil y la dictadura. Rescatar lo de los mejores para construir un futuro. Por eso se construyó una democracia, se elaboró una constitución y se abrazó el consenso como instrumento de diálogo y comprensión. No fue fácil porque hubo, entre otras cosas, que enterrar la necrofilia de nuestra herencia común.

En un mes se celebrará la efemérides de la aprobación de la Constitución del 1978. Cuarenta años. Nunca una Carta Magna española ha durado tanto, ni ha traído tanta prosperidad y paz. También, desgraciadamente, tuvo sus muertos debidos al terrorismo de uno y otro color; aunque menos que otras veces, no por eso menos dolorosos.

Descansen en Paz y que los políticos impacientes no utilicen a sus muertos vivientes.

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