Un largo aplauso recibió el lunes a Felipe VI en el congreso anual del Instituto de Empresa Familiar en Valencia. La España real, la que madruga, trabaja, levanta empresas, paga los cada vez más gravosos impuestos y crea riqueza y más de la mitad del empleo privado del país, alaba y respeta, si no a Felipe VI, sí a lo que representa: la jefatura del Estado. Ese aplauso era más que oportuno, porque no se lo están poniendo fácil al monarca. La campaña de acoso a la Corona se recrudece a medida que se acerca la fecha de la vista oral en la que los autores del golpe en Cataluña se sentarán en el banquillo. Aún nos queda por ver la apoteosis, la traca final de fuegos de artificio y de falsos profetas que amenazarán con el advenimiento del apocalipsis y que calentarán la lectura del fallo. Los separatistas, apoyados si no conchabados con los comunistas de Pablo Iglesias, están echando el resto.
Con un gobierno inane, preso del ansia de poder de su presidente, que no siente el menor rubor al presionar públicamente con sus declaraciones a fiscales y jueces, cuestionando incluso la calificación de actos delictivos, la ocasión la pintan calva. No es casual la reprobación al monarca en el parlamento autonómico catalán y posteriormente en el ayuntamiento de Barcelona, no lo es la iniciativa que, con las mismas intenciones, la izquierda radical ha promovido en más de mil ayuntamientos españoles. Aunque las circunstancias de uno y otro momento de nuestra historia estén a años luz, quieren reeditar el patrón de la II República porque hoy, como entonces, el rey les estorba. La Corona es el freno a la disgregación de la nación y a la dictadura de corte chavista disfrazada de democracia asamblearia que reniega de la separación de poderes. Les molesta porque representa la garantía de libertad de los españoles: la ley, la Constitución.
Sean los presupuestos, la corrupción o el feminismo la excusa, la partida de adjedrez político gira en torno a la Corona, que es la clave de bóveda de la configuración del Estado. Los secesionistas y podemitas ya se han colocado a un extremo del tablero. Al otro, juegan Partido Popular y Ciudadanos. Y el Partido Socialista pretende sentar sus reales en el justo medio. Se deja querer por Torra al tiempo que recurre la reprobación del Rey ante el Constitucional, trata de socavar el prestigio de los jueces del Tribunal Supremo que juzgarán a Junqueras al tiempo que se reviste del manto de armiño del Estado para blindarse ante las críticas de la oposición. Pedro Sánchez aguanta haciendo equilibrios, pero en las batallas en la que se juega al todo o nada, y lo que está en disputa es la estructura de la democracia, es imposible colocarse de perfil para tratar de recoger los réditos de uno y otro lado. Alguno de los extremos tensará tanto la cuerda que el que está en medio saltará por los aires. Se agota el tiempo y el PSOE debe decidir con qué fichas juega, con las de España real o con los que sólo miran a sus intereses particulares.