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Bolsonaro, sin un plan para Brasil

Foto: Archivo

Finalmente ocurrió lo inevitable: Jair Bolsonaro ganó la elección y será el nuevo inquilino del Palacio de Planalto, sede de la presidencia brasileña. Huyendo de las definiciones, sin proponer un programa claro y sin presentarse a debatir con su adversario ni con la prensa, el impulso de la ola conservadora de las últimas tres semanas le bastó para lograr aquello que hasta a él mismo creía imposible dos años atrás.

Sin embargo la ola conservadora no se convirtió en el tsunami por todos esperado. Primero, porque si bien ganó con algo más de 10 puntos de diferencia sobre Fernando Haddad, el candidato del Partido de los Trabajadores (PT) no fue humillado. Esta rebaja en el nivel de expectativas del triunfador influirá en su capacidad de impulsar políticas anti-sistema y rupturistas.

Segundo, porque los resultados de las elecciones a gobernador demuestran una distribución del poder territorial muy repartida. El Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), que conquistó la gobernación de São Paulo y otras dos más, controlará más del 21% de la población del país, seguido por el PT, que se impuso en cuatro estados. Y tercero, porque el Parlamento fragmentado (30 partidos presentes en la Cámara de Diputados y 20 en el Senado) obligará a negociar. Si bien en esta ocasión fueron muchos los candidatos opositores que se acercaron al calor del triunfo, esto no le abre a Bolsonaro todas las avenidas del poder.

Después de un mañana venturoso ha llegado el hoy, con sus urgencias, incertidumbres y dificultades. En la oposición y refugiado en su casa, desde donde dirigió la campaña, especialmente después del atentado sufrido, era más fácil hablar de la Biblia, de Dios y de la verdad, es decir, ofender, prometer cualquier cosa y oponerse a prácticamente todo. Pero los compromisos que se adquieren cuando se gobierna comprometen a cualquiera. Si bien es frecuente la comparación con el inquilino de la Casa Blanca, habría que recordar que ni Bolsonaro es Trump ni Brasil es Estados Unidos, lo que limitará su margen de maniobra.

La economía será prioritaria. Entre las voces de su entorno durante la celebración de la victoria se escuchó con fuerza a Paulo Guedes, su futuro ministro de Economía. Guedes, un Chicago boy, es partidario de un ajuste duro, comenzando por la brutal reducción del tamaño del Estado y del déficit público. También aboga por una apertura de su país al mundo, desplazando Mercosur a un lugar menos protagónico. Uno de sus mayores objetivos es bajar el coste Brasil, el diferencial que pagan los empresarios extranjeros para invertir en el país.

Si la economía va bien, y el desafío no es pequeño, a Bolsonaro le irá mejor. Pero nada garantiza que esto ocurra. Para reactivar el sector productivo es importante impulsar una serie de reformas, como la fiscal y la del sistema jubilatorio, con mucha resistencia en ambas cámaras. Si finalmente nutre su gabinete de tecnócratas y gerentes, verá reducida su capacidad política para poder implementar sus programas, aunque la continuidad de Ilan Goldfajn al frente del Banco Central do Brasil es importante.

Uno de sus mayores desafíos será induadablemente curar las heridas de un país polarizado, pero no por el apoyo a políticas concretas, sino abroquelado en el rechazo. Unos brasileños se oponen a la amenaza a la democracia que creen supone Bolsonaro y otros a la amenaza a la democracia que creen supone el PT y Haddad.

Brasil eligió a su nuevo presidente, un político fácilmente definible como de extrema derecha. Sus dichos están ahí, son innegables. Muchos observadores y analistas de la realidad brasileña contemplan un país amenazado y al borde del abismo en una escena propia del fin del mundo.

De ser verdad cabría preguntarse si más de la mitad de los brasileños se ha vuelto loca, si ha entrado en un estado de enajenación que la ha llevado a apoyar una aventura fascista, un regreso a lo peor de la historia nacional y regional.

Aunque Brasil sigue esperando ser el país del futuro, cuenta con instituciones fuertes, como la Justicia y un Parlamento que no se doblega fácilmente al Ejecutivo. También tiene una sociedad civil y una prensa plural y potente, que como en Estados Unidos sabrá estar a la altura.

Los partidos tradicionales que fueron laminados por el aluvión bolsonarista siguen ahí. Y siguen con la fuerza necesaria para hacer oposición. Pero es necesario que todos, comenzando por el PT y el PSDB, se regeneren programáticamente y renueven su liderazgo. De momento, seguimos esperando. Después no nos quejemos.

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