
Decía en 2015 la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, que sólo en la ciudad había 25.000 niños hambrientos. De ellos, 3.600 desnutridos. Estábamos saliendo de la peor recesión en décadas y había familias que padecían serios aprietos, éramos conscientes de ello, pero no se veían infantes por las calles mendigando como en las fotos de la posguerra. Sin embargo, nadie le afeó el comentario. Al contrario, la entonces presidenta de la Comunidad, Cristina Cifuentes, se apresuró a abrir comedores públicos para que todos ellos pudieran alimentarse adecuadamente. Si había que dar comida, para eso estaba ella, dispuesta a superar a Podemos, que a populista no la iba a ganar nadie. Y como no hubo discusión, ahí acabó el problema.
En Andalucía, no tenemos noticia de que los niños pasen hambre. Y, si fuera así, a nadie debe preocuparle porque nadie ha osado decirlo. Lo que sí sabemos es que sus conocimientos académicos son inferiores a los de los que estudian en otras comunidades autónomas, como Castilla y León. Lo confirman las pruebas que les hacen institutos internacionales. Sin embargo, cuando la Isabel Tejerina lo ha dicho, la reacción ha sido más alarmante que si hubiera mentado al diablo. Envuelta en la bandera autonómica, a Susana Díaz solo le ha faltado acusarla de infanticida. Pero lo más destacable en este caso ha sido la respuesta del que debería ser el adversario político de la presidenta: Juan Manuel Moreno Bonilla está convencido de que los niños andaluces son, textualmente, "de diez". Y ahí acabó el problema también, no hay nada que discutir.
Lo políticamente correcto dicta que la realidad es terrible allí donde gobierna la derecha y una arcadia feliz en los territorios bajo mando de la izquierda, mejor cuanto más extrema y separatista. El propio Partido Popular lo admite (o, al menos, lo hacía el PP de Rajoy). ¡Y ay de aquel que ose contravenir esa convención dictada por las televisiones que Sáenz de Santamaría regaló a los amigos de Podemos! Que pregunten por las consecuencias a los miembros de Mecano, a los que la "mariconez" de su canción les ha dado un sinfín de disgustos, mientras que la ministra Dolores Delgado, que llamó "maricón" a su compañero de gabinete lo resolvió con un abrazo posado ante las cámaras. Ahora bien, sospecho que, para su disgusto, ese trabajo de ingeniería social en el que tanto empeño han puesto no acabad de arrojar los frutos esperados. De ser así, Pedro Sánchez ya habría convocado elecciones para ganarlas, en vez de limitarse a ejercer de marioneta en manos de Pablo Iglesias, que, para derribarle, trata de forjar la gran coalición de todos los que quieren destruir la Constitución que nos protege. Tal vez es que se están pasando de frenada. Las historias, para ser creíbles, necesitan ser verosímiles y las que nos cuentan los discípulos de Chávez chocan con el sentido común. Eso sí, no dejarán de intentarlo. Paciencia, que quedan dos años para votar, hasta 2020.